Había hecho la experiencia en 2018. La pandemia lo empujó a buscar el bienestar en tierras lejanas.
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El impacto que tuvo aquella experiencia en su vida había sido tan grande que jamás pudo olvidar todo lo que en aquel tiempo pudo aprender y conocer. “Desde que conocí Iten, en Kenia, por primera vez, en un viaje de vacaciones a fines de 2018, me quise venir a vivir a este lugar. Por aquel entonces intenté convencer a mi mujer de ese plan, pero no tuve éxito. Ella se sentía cómoda y segura viviendo en Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires, desarrollando su profesión. Tomé la decisión de viajar igual y, con un pasaje de ida, aterricé solo en aquel pueblo a mediados de 2019. Ese viaje duró 5 meses y me volví a Argentina sintiéndome satisfecho de mi experiencia en Kenia, sin necesidad de volver, como me había pasado la primera vez”, recuerda Julián Alonso (37).
El primer viaje había sido especial. Si bien el corredor amateur y kinesiólogo había leído un libro sobre la experiencia de un corredor en Iten, había mirado fotos y videos por Internet, la sensación era que todo resultaba lejano, casi irreal. “Pasar de esa ilusión de viajar alguna vez a Kenia a caminar por las calles de tierra colorada, comer Ugali (una suerte de polenta que se prepara con harina de maíz blanco y agua y su consistencia es compacta) y ver a los mejores atletas del mundo correr - y donde entre 300 y 400 corren debajo de 2h06m la distancia de 42k-fue realmente vivir un sueño. De ahí en más todo fue superando mis expectativas, más conocía, más me sorprendía. Pero, sin duda alguna, lo que más me abrió la cabeza fue ver que se puede vivir de una forma distinta a la que aprendí en mi casa, en mi escuela y en la sociedad en la que crecí. En Iten la vida es mucho más simple, la gente tiene muchísimo menos de lo que solemos tener en Argentina y, sin embargo, viven con una paz y una alegría que no encajaban con mis creencias preestablecidas”.
Correr, un estilo de vida
2020, tan particular, cambió los planes de mucho. Y el matrimonio de Gina y Julián no fue ajeno al cimbronazo. La pandemia dio coraje a Gina para tomar acción y hacer algo que había estado entre sus proyectos desde sus 15 años: ir a vivir al exterior. En diferentes momentos de su vida, ese sueño se había postergado por el estudio, luego por el trabajo, y el camino que la mayoría va repitiendo con mayor o menor convicción. “El año pasado estuvimos varios meses informándonos y analizando distintos destinos y nos terminamos decidiendo por Kenia. Yo ya la conocía, es un lugar seguro, y al mismo tiempo con una cultura muy distinta, es también muy turístico y visitado por muchos extranjeros, y, sobre todo, como resultaba económico vivir en un lugar como Iten, nos permitía poder sustentarnos de nuestro trabajo online, que también creció gracias al Covid”.
En ese sentido, el objetivo que se propuso la pareja para el viaje fue simple, como la vida que buscaban en el lugar que eligieron para hacer la experiencia. “La idea es acompañar a Gina a vivir fuera de su zona de confort y transitar juntos la maravillosa experiencia de salir del camino trillado y del mundo de los pensamientos para vivir principalmente en paz y sintiéndonos bien con nosotros mismos. A mí me ayudó muchísimo el running a descubrir cómo funciona la mente, y creo que correr es mucho más que bajar una marca o resistir más tiempo o mayor distancia. Es una linda herramienta para el autoconocimiento y ese es el camino que propongo. De esa manera no solo se logra correr con menos lesiones y mejor rendimiento, sino que lo que se aprende con el running después se traslada a la vida”.
Todo es absolutamente novedoso. Para empezar, se hospedan en un guest house, que es como llaman los locales a los pequeños departamentos preparados para los extranjeros. El guest house donde residen tiene cuatro departamentos. En uno se alojan Julián y Gina; el otro está ocupado por dos atletas jóvenes de Inglaterra y en otro hay un atleta de Etiopia y otro de Eritrea.
Cada departamento cuenta con una habitación, un living-comedor, un baño y una cocina. La mayor particularidad está en la cocina, que no cuenta ni con horno, ni heladera. “Cocinamos con una garrafa, que es lo que usa la mayoría acá en Iten, para cocinar comidas de cocción rápida o preparar el kenyan tea (pan lactal, alguna banana o mango), para lo demás, utilizan una cocina a carbón”.
El desayuno y merienda suele ser mate o “Kenyan tea”; de vez en cuando compramosn algún chapati o mandazi, que son dos tipos de panes típicos de Kenia. “Hemos comido githeri, que es una comida tradicional de Kenia, que es exquisita y se prepara a base de maíz y porotos. También hemos conmigo Ugali, que es lo que acá se come casi todos los días. Pero, en casa, solemos preparar lentejas, fideos o arroz mezclado con acelga, zapallo, batata, papa, tomate, huevo y/o palta. No comemos nada de carne porque somos vegetarianos. Igualmente acá tampoco se come mucho, solo 2 o 3 veces a la semana, cortada en pedazos chicos en estofados. Y, los que quieren cocinar pollo se tienen que ocupar de matarlos, ya que se venden vivos. Comer tan natural y alimentos tan frescos, es otra de las cosas que a mí me gusta de Kenia, a Gina le está costando un poco más adaptarse, pero ya iremos a Eldoret, una ciudad más grande, para darnos algún gustito”.
Lejos de los afectos
El día arranca temprano, casi antes del amanecer y con el canto de los gallos. Julián entrena con un grupo de corredores entre las 6 y las 8 de la mañana, según el tipo de entrenamiento que le toque ese día. Gina, por el momento, pasa más tiempo dentro de la casa leyendo, lavando ropa a mano o trabajando en algunos de los proyectos que comparte con su esposo. Después de correr Julián desayuna y se une al trabajo de Gina, luego salen a hacer algún trámite, comprar algo o simplemente recorrer y conocer un poco más. Almuerzan algo liviano y a las 2 pm hora local (8 am de Argentina) Julián da una clase de entrenamiento online. Gina está trabajando como voluntaria en dos organizaciones que ayudan a niños y familias locales. Después suelen salir para comprar algo y ya se quedan en la casa trabajando un poco más hasta las 20, cuando cenan y se relajan para ya dormir.
Extasiados todavía por la novedad, reconocen sin embargo, que lo más duro que dejaron atrás fue separarse de Teo, a quien más que un perro o mascota, lo quieren como a un hijo. “Dolió muchísimo dejarlo con los papas de Gina, pero pensamos que sería donde mejor iba a estar. También hemos dejado familia, amigos, costumbres, proyectos muy importantes para nosotros; pero muchas de estas cosas las mantenemos a la distancia”.
Pero las calles de Iten le devuelven la calidez del hogar. Allí es costumbre que los chicos jueguen, desde muy chiquitos, también es habitual encontrarse con gallinas o animales de granja y muchos caminando descalzos. “Estamos a 2400 metros de altura, en una montaña, así que los paisajes también son muy lindos. Es un reencuentro con lo natural que por ahí en las ciudades nos perdemos un poco. Eso es lo que más me gusta de este lugar, creo que es mi lugar en el mundo”.
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