Empezó como un hobby se convirtió en un negocio con nombre propio: “es una manera de conservar un pedacito de historia”.
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Sobre un alargado escritorio se encuentra el primer sello postal del mundo emitido por el Inglaterra en el año 1840: el llamado “Penny Black” (Penique Negro) con el perfil de la Reina Victoria; planchas de estampillas de la provincia de Corrientes de 1856 (la primera de Argentina); otras de Córdoba; varias con rostro del presidente Bernardino Rivadavia (de 10 centavos) y escudos de la República Argentina. A su lado, otro álbum con historia postal de la Primera Guerra Mundial y de la Guerra Civil Española, de accidentes aéreos y de ex combatientes de Malvinas. Detrás, en una prolija biblioteca, hay variedad de colecciones temáticas: países, flora y fauna, literatura, deportes, automóviles y motos, del espacio, hasta de scouts, entre otras. “Tengo millones de estampillas. Es imposible poder contarlas. Más que comerciante, soy coleccionista. La filatelia es una pasión de toda mi vida”, afirma Carlos Chiavello, desde su pequeño local de filatelia, que lleva el nombre de su apellido.
Carlos tiene la afición de coleccionar y clasificar sellos, sobres e historia postal desde pequeño. Fue su padre, Don Humberto, quien le transmitió el oficio. “Papá arrancó cuando tenía ocho años. En esa época era habitual que los jóvenes coleccionaran estampillas. Mi abuela lo llevaba siempre al centro a comprarse su paquetito con sellos. También solía pedirle a familiares y vecinos que recibían correspondencia, de distintos países, que se las guardaran”, rememora Chiavello. Al principio era simplemente un hobby de niño, pero con los años se compró su primer álbum y se convirtió en coleccionista. Humberto pasaba horas leyendo catálogos del rubro o intercambiando sus conocimientos con colegas. Su primer colección fue de Inglaterra (desde la primer estampilla del mundo hasta la década del 70).
“Los inmigrantes recibían correspondencia de sus familiares y nos regalaban las estampillas”
Su hijo Carlitos siempre fue curioso y le fascinaba acompañarlo en las recorridas quincenales por la ciudad en busca de nuevos descubrimientos. “Recuerdo que esa era la salida que más disfrutaba. Hacíamos un recorrido muy pintoresco por los barrios: primero íbamos a visitar a un zapatero que era búlgaro, después a saludar al kiosquero que recibía cartas de Australia, a una señora mayor de Albania y, por último, a un señor estadounidense. En esa época era muy común que los inmigrantes recibieran correspondencia de sus familiares. Ellos amablemente nos regalaban las estampillas”, cuenta, quien comenzó a dar sus primeros pasos en el maravilloso mundo de la filatelia a los seis años. A esa edad, su padre le obsequió su primer álbum.
“Al principio fue como un hobby y juego de pibe. En la escuela tenía dos amigos que también coleccionaban y nos juntábamos en los recreos a compartir nuestros tesoros”, dice Carlos. Al poco tiempo, se dio cuenta de que le apasionaban aquellos “pequeños papelitos”, como él les decía. Su primera colección fue sobre Berlín (a partir de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 90). Más tarde, con doce años, el joven comenzó a interesarse por la historia postal. “Guardaba sobres y cartas que contaban acontecimientos históricos. Desde accidentes de barco o aviación; de la Guerra Civil Española, cartas censuradas de la Primera Guerra Mundial, hasta de los campos de exterminio en Auschwitz. Me apasionaba aprender sobre historia con aquellos testimonios”, admite.
Del puesto en el parque al local propio
A los 16 años, y en compañía de su padre, se instaló en un puestito en la “Feria de Filatelia y Numismática” en Parque Rivadavia, barrio de Caballito. “Todos los domingos nos reuníamos bajo el centenario ombú e intercambiábamos sellos postales. Así, arrancamos con nuestros primeros lazos comerciales: era una manera de financiar mi propia colección y al mismo tiempo, ya tenía en mente que quería vivir de esto”, expresa. En 1987 llegó su primer local en Avenida Corrientes 846. Allí estuvieron durante casi seis años y luego se mudaron a su ubicación actual en una galería en la calle Maipú 466.
“Los comercios del rubro comenzaron a concentrarse en galerías. En esta hay nueve especializados, es como un shopping de filatelia: el coleccionista viene y puede encontrar lo que busca en los distintos locales”, ejemplifica. “¿Qué tal?... Buenos días venía a retirar los lotes que encargué”, dice un cliente salteño de más de 70 años parado frente a la vidriera del pequeño local. Carlos busca entre los sobres, que tiene prolijamente separados, y le entrega el pedido: unas estampillas de Alemania de la década del 30. Como él, son varios los habitués, que previamente hacen su pedido por la página web y luego lo pasan a retirar. Mientras que otros optan por el envío a la antigua: con el correo.
El aroma a papeles añejos se percibe en cada rincón del emblemático local. Lucas, el hijo de Carlos, de 27 años, está sentado en una de las sillas del escritorio, en su mano tiene una pinza de filatelia y con gran precisión toma del álbum una de las estampillas de Corrientes del año 1856. “Este fue el primer sello que se emitió en Argentina”, afirma y reconoce que es una de las que más le interesó estudiar. Junto a su hermano mayor, Matías, son la tercera generación en el oficio.
En los souvenirs de cumpleaños de los Chiavello siempre fue un clásico obsequiar bolsitas con estampillas. Por las tardes, los hermanos solían pasar a saludar a su papá por el local. “Él siempre nos daba una cajita con sellos de distintos colores y temáticas y jugábamos a intercambiarlos como figuritas”, recuerda. En 2011, cuando terminó la secundaria se metió de lleno en el negocio. Con el tiempo, fue aprendiendo detalles y la historia de cada una de las colecciones. Hoy, es todo un experto en la materia (sobre todo de las ediciones argentinas).
La gran mayoría de los que coleccionan estampillas son hombres. En cuanto al rango de edad: suelen ser mayores de 35 años hasta más de 90. “Es un mundo más de hombres. Tendremos tres o cuatros clientas. Lo mismo sucede con los matrimonios, hay muy pocos que comparten la afición”, asegura Claudia, la mujer de Chiavello. Ella lo conoció en el barrio, al tiempo arrancó a dar una mano en el local, y con los años se volvió fanática.
“Los coleccionistas argentinos son muy valorados”
Las estampillas de distintas épocas de Argentina suelen ser las más buscadas por los admiradores de la historia del país. También son solicitadas las de España, Italia y Alemania. En cuanto a deportes, en la delantera están las de fútbol, rugby, Juego Olímpicos y de los Mundiales. “Dentro de lo temático, las Scout son muy populares. Las de flora y fauna también. A muchos les fascinan las mariposas y abejas”, cuenta. Los europeos (en especial de Alemania, Francia y Reino Unido) y los estadounidenses son los más aficionados, pero afirman que los argentinos a nivel mundial “también son muy valorados. El país tiene grandes coleccionistas”, dice. En los últimos años, ha crecido el mercado de China, India y Rusia.
En la biblioteca conserva algunos álbumes que atesora como si fueran sus hijos. Entre ellos, la primera colección de su padre de Inglaterra (con más de 700 estampillas) y la de Antonio Carrizo. “Antonio tenía una colección inmensa hecha a su gusto y medida con estampillas de escritores argentinos y del mundo. Es algo impresionante”, afirma. Dentro de las emisiones que más le gustan están los sellos de Rivadavia de 1864. “La estampilla (sin dentar) del primer presidente argentino (de 15 centavos) me encanta. En el mundo habrá 30 ejemplares únicamente”, asegura y la muestra con orgullo.
A Chiavello le entusiasma su profesión como el primer día. “Lo disfruto muchísimo. Creo que con este oficio se conserva una parte de la historia”, concluye. Con inocencia de niño, cada vez que recibe correspondencia lo primero que observa es su sello postal.
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