Como head sommelier estuvo al frente de varios proyectos ambiciosos, pero Qatar lo sorprendió con un desafío sin precedentes y un Mundial inesperado: “Todos deberíamos tener esta experiencia”.
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En el año 2020, Max Ortiz dejó la Argentina una vez más. Todo marchaba bien en su tierra, pero veía una tormenta aproximarse y decidió, como en otras ocasiones, emprender una nueva búsqueda que le permitiera abrir puertas, alternativas que le garantizaran un mejor futuro a él, pero en especial a su hija de 12 años.
La experiencia de vivir en otros países y regresar ya la tenía. Como reconocido sommelier, había residido en Nueva Zelanda, Italia, Uruguay y Qatar, un lugar del medio oriente al que decía que creía que no iba a retornar. México sería su nuevo destino en aquel 2020, país al que llegó por primera vez sin un contrato en mano.
Consiguió empleo como head sommelier en un restaurante ícono del Cabo San Lucas, un rincón del mundo con paisajes inolvidables, donde tuvo la fortuna de recibir la visita de su pequeña y festejar allí sus 12 años. Y fue también allí, durante aquella estadía, que anunció lo inesperado: Qatar había reaparecido en el radar y, diez años después, estaba dispuesto a aceptar el reto.
“Frente a mí se presentaba la posibilidad de formar parte de un proyecto icónico de Accor, en un edificio que se transformó en un punto de referencia en este Mundial; un lugar que va a quedar en la historia del país, con una arquitectura y ambición a la altura de Burj Al Arab, en Dubái. De un eje se elevan dos torres arqueadas, en una funciona el hotel Fairmont y en la otra Ruffles, el lado al que fui convocado”.
“Ahí estaba, regresando al lugar que supuestamente no quería volver. Cuando me preguntaban acerca de los países en los que había vivido, decía que al medio oriente, si lo puedo evitar, lo evito, no porque sea un mal lugar para vivir, no, de hecho, tiene muchas ventajas, posibilidades de crecimiento, pero el choque cultural es muy fuerte. Pero aquí estoy y, después de tantos años de experiencia, llegué para dejar mi marca. Los mejores head sommeliers del mundo están acá y yo estoy representando a la Argentina”.
Hacia un proyecto transformativo: “Hay que aprender constantemente, esforzarse”
Al universo de la hospitalidad había ingresado muy joven. Ya a los 19 años, Max trabajaba para el hotel Alvear, un espacio que lo vio crecer durante tres años y medio. A partir de entonces, varios hoteles y restaurantes de renombre se sucedieron y un denominador común se repetía en cada uno de ellos: tratar de hacer las cosas lo mejor posible.
“Esto es algo que converso con colegas. No tenemos todas las herramientas, hay que aprender constantemente, esforzarse”, observa Max, un hombre que no puede vivir sin música, amante del deporte, la arquitectura, la historia, los libros, y que nunca ejerció su título de tripulante de cabina, aunque sí cumplió su sueño de ir a la universidad y estudiar administración de empresas a los 33 años. “Hay que aprender a arreglárselas solo. En todos mis trabajos procuré poner mucha sangre, por así decirlo, hacer todo con mucho amor, y creo que por ello la vida me premió con Qatar”, continúa Max, quien habla otros cuatro idiomas (inglés, francés, italiano y portugués).
Qatar, un país que lleva una década preparándose para el Mundial: “Lo han hecho de manera fantástica”
Diez años habían pasado en Qatar y Max Ortiz lo pudo notar. Los buses habían mejorado, así como los tranvías, los accesos y las carreteras; la red de subtes, antes inexistente, lo dejó impresionado. De inmediato cayó en la cuenta de que hacía una década que el país se estaba preparando para el presente Mundial 2022.
“Lo han hecho de manera fantástica”, asegura Ortiz. “Hay autopistas de ocho carriles por mano. Pude visitar seis de los ocho estadios y son increíbles, simplemente hermosos. Finalizado el Mundial algunos se van a demoler y otro, donde juega la Argentina, se desarmará y será donado a África”.
Pero hubo algo que no había cambiado demasiado en Qatar, el agobiante calor que Max no había extrañado de aquella ciudad preparada para trasladarse siempre en auto, imposible para un peatón. Y fueron las mismas temperaturas sofocantes las que pronto marcaron el ritmo de Max en una tierra donde el día parece estar dormido y la vida comienza al llegar la noche: “Es una ciudad nocturna. Tienen muchas actividades que empiezan tarde o se prolongan. Los bancos, por ejemplo, están abiertos hasta las once, doce de la noche. La ciudad cobra vida cuando baja el sol”.
“Todo, en general, está mucho más bonito que en el pasado, está más conectado. Veo mucho menos policías que antes y está bueno (estaban, por ejemplo, para controlar que no haya demostraciones de afecto en público), aunque, por supuesto, hay más cámaras. Es un país donde no hay inseguridad, no hay robos. La energía que uno pone en Argentina para estar atento, en estado de alarma por la inseguridad, acá la puede poner para otra cosa”, continúa.
“En cuanto a las costumbres, no es fácil. Es volver a empaparse con la cultura de ellos, los símbolos, los gestos; siempre me fascinó conocer tradiciones culturales, lenguas, y siempre descubro algo y, de hecho, ahora estoy intentando aprender árabe. Es complejo, si no pronunciás bien podés estar diciendo otra cosa y puede ser ofensivo”.
“La gastronomía también es un tema. Hay que entenderlos, interpretarlos, aprender cómo acercarles algo nuevo, cómo sugerir, cómo hablar con ellos”.
Un argentino en un proyecto que quedará en la historia: “Es un espacio inconmensurable, que se destaca por sobre cualquier otro”
Max arribó a Qatar con una idea de lo que sus ojos verían al llegar al imponente edificio: un lugar majestuoso, distintivo, digno exponente de la riqueza que el país desea reflejar durante el evento deportivo más importante, la Copa del Mundo.
La realidad, sin embargo, superó cualquier expectativa. Ante él emergió aquella torre dividida en dos partes (una manejada por Fairmont, la otra por Ruffles, ambas bajo el paraguas de Accor). Pronto supo que allí, entre los dos hoteles, habría más 24 restaurantes de lujo, todos diversos entre sí.
“No hay palabras para describirlo. Es un espacio inconmensurable, que se destaca por sobre cualquier otro. Ninguna foto podría reflejar lo que realmente es. El proyecto es muy ambicioso, han invertido billones. Las suites son las más caras del mundo y no solo tienen el clásico servicio con su propio buttler, sino también lo que se llama immersion, es decir, que el restaurante que elijas va a tu habitación, para ello en pocos minutos se reacondiciona el espacio con la estética, la música, las luces e incluso con el perfume del restaurante”.
“Asimismo, cuenta con una parte que solo se abre cuando llega el Emir y su familia, con acceso privado a la suite Royal, en el piso 34 y 35. Y de un lado de la torre, todos los huéspedes tienen a su disposición un Rolls Royce y del otro lado, un Bentley”.
“Fuimos entrenados para eventuales tiroteos y ataques terroristas y actualmente el hotel está contratado de forma privada por la FIFA y el comité de Arabia Saudita”, continúa Max, quien trabaja en el restaurante L´artisan, donde fue nombrado head sommelier, un espacio con técnicas culinarias antiguas francesas, pero modernas e innovadoras en cuanto a su presentación, y siempre tras la búsqueda de que los visitantes vivan una gran experiencia. “En el restaurante hay 300 etiquetas en nuestra cava (que incluyen vinos del Líbano y de Georgia), en parte seleccionadas por mí y en parte por el gobierno, que funciona como ente regulador”.
Aprendizajes y legado de un argentino que vive su sueño: “Es el resultado de tratar de hacer siempre las cosas bien”
“Cuando la inspiración me encuentre, que me encuentre trabajando”, suele citar Max. Ese es el lema que lo acompaña desde muy joven y que le quiere transmitir a su hija. Para él, con esfuerzo todo llega a su tiempo. Y a su tiempo también anhela, por ejemplo, que llegue ese día en el que pueda pasar el resto de su vida al lado del mar.
Mientras tanto, vive un sueño inesperado, estar presente en un Mundial: “Es muy lindo todo lo que se está viviendo. Hay muchos espacios abiertos las 24 horas, el subte solo cierra dos horas para limpieza, todo está bien organizado. Para el primer partido llegué en subte y fluyó perfecto, a pesar de las 88 mil personas que llegaron al evento. Para el segundo partido fui en auto y pude dejarlo cerca. Adentro fue una fiesta, creo que es algo que todos deberíamos vivir alguna vez en la vida, con esa pasión, se te mueven cosas adentro”
“No sé lo que la vida me va a deparar, pero está bien así, hay que dejarse sorprender, no podemos tener el control de todo”, reflexiona. “En el camino, todo es aprendizaje. En mi caso, todas las experiencias me enseñan todo el tiempo. Gran porcentaje de la población en Qatar está compuesta por extranjeros. Convivo con gente de Sudáfrica, de Uganda, del Líbano, de Rusia, Jordania, para mí eso es fantástico. Cuando uno está rodeado de árabes y otras culturas, se activa el instinto de supervivencia y aprende a escuchar más, algo que en el propio lugar está un poco dormido”.
“Y el hotel en sí es una fuente de aprendizaje. Ser parte de esto, representar a la Argentina en un lugar tan icónico, es algo que nunca me hubiera imaginado que iba a pasar. No lo había planeado, pero está pasando. Es el resultado, como dije, de tratar de hacer siempre las cosas bien, el legado que le transmito a mi hija. Acá en Qatar, en pleno Mundial, siento que estoy jugando algo super importante. En el hotel y los diferentes convocados llegamos a contar más de cuarenta nacionalidades, todos con ganas de aprender y dar lo mejor, y para eso hay que jugar en equipo y lo más importante... con el corazón”.
“A Melanie, a mi hija, y a todos aquellos que se quieren arriesgar por sus pasiones, que quieren emprender, les digo que no todo va a salir siempre bien, pero de todo siempre se aprende algo. Que si actúan bien se van a cruzar con las personas correctas, que quieren lo mismo que uno, que te ayudan, te aconsejan, te guían hacia tus sueños y metas”, concluye.
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