En una 4x4 recorrió Sudamérica junto a su esposa e hijos; en la frontera entre Colombia y Venezuela los esperaba una experiencia que jamás olvidarán.
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Se habían conocido por esas casualidades del destino. Abatido emocionalmente, buscaba actividades que lo ayudaran a salir adelante y recuperar la energía que había perdido tras una desilusión amorosa y una serie de eventos desafortunados que habían puesto en jaque sus días de tranquilidad. Con ese espíritu, quiso romper el molde y, sin previa experiencia, se anotó en clases de canto y bachata (el género musical originario de República Dominicana). Allí estaba ella, bailaba suelta, alegre y la designaron como su pareja para las prácticas.
“Con el tiempo ella se dio cuenta de una increíble coincidencia: yo era el hermano de su amiga. Había reconocido el auto que mi hermana me prestó un par de veces para ir a bailar. Paso un poco más de un año y nos volvimos a encontrar, justamente, en el cumpleaños de mi hermana. De allí, como era de esperar, nos fuimos todos a bailar y esa noche nos dimos nuestro primer beso. Nunca más nos separamos”.
Con el amor también llegaron nuevas oportunidades. Hacía más de un año y medio que Víctor Merea (42) se había visto obligado a manejar un taxi para poder subsistir. Pero en 2010, cuando se inscribió en el concurso para taquígrafos de la Legislatura de Chubut, nunca imaginó que saldría primero entre los 17 postulantes. Y así comenzó una nueva etapa en su vida.
Un evento desafortunado
Al tiempo llegaron las vacaciones de verano. Y, aunque Víctor tenía pensado viajar solo, la realidad era que como se llevaba tan bien con Marcela (39), decidieron salir de paseo todos juntos: ellos y Luna y Jesús, hijos de Marcela. Sacaron un crédito en el banco para poder cubrir los gastos y, a bordo de un Fiat Siena 2010, los cuatro recorrieron 13 mil kilómetros en 47 días. Pasaron por Río Negro, La Pampa, Córdoba, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Paraguay, Bolivia, Perú (Lago Titi Caca, Machu Picchu, Cusco, Lima) y desde allí a Chile, para cruzar a Jujuy y regresar a la Argentina.
Ya de vuelta en su querida Patagonia, volvieron a la rutina, aunque con las energías renovadas. Víctor retomó su trabajo en la Legislatura y en sociedad con su pareja, abrió un mercado de insumos generales. Fieles a su convicción de esfuerzo y trabajo, durante un año prácticamente nunca bajaron las persianas. Incluso trabajaron el 24, 25, 31 de diciembre y el 1 de enero. Marcela estaba todo el día en el mercado y Víctor cubría las horas finales del día, cuando culminaba su jornada como taquígrafo. Al poco tiempo, Marcela quedó embarazada. Pero eso no fue un impedimento para que continuara trabajando de sol a sol. Lamentablemente un robo a mano armada cuando cursaba el séptimo mes hizo que decidieran cerrar el negocio.
Con el nacimiento de Nehuén, también surgió la idea de recorrer Sudamérica. El deseo de aventura no había terminado con aquel viaje iniciático. Por el contrario, las ganas de conocer el mundo se habían ampliado. Compraron en cuotas una Fiat Toro 4x4 para tener la posibilidad de manejar en cualquier tipo de terreno y calcularon un plazo máximo de 60 días en viaje. Ese era el tiempo de vacaciones (por tomarse y atrasadas) que Víctor tenía. Tramitaron los pasaportes y cuando tuvieron todos los papeles en regla, cargaron los bolsos y comenzaron el viaje de sus vidas.
Comenzaron por la costa de Uruguay. “La gente es realmente amigable, las playas son hermosas, nos encantó Punta del Diablo que es un pequeño poblado pesquero-turístico, casi al límite con Brasil”. Ya en el país carioca conocieron un parque acuático que jamás hubieran imaginado en sus sueños, la playa Ubatuba, cuna de surfers, vieron los contrastes de la vegetación y la cultura de Brasil a medida que iban subiendo por el mapa, cruzaron el río Amazonas durante un día y medio para poder llegar a Macapá y de allí continuar hasta la Guayana Francesa.
“Conocimos a Soraya, que vivía en Guayana hacía más de 20 años y nos hospedó en su casa por tres días. Su marido era un ingeniero alemán encargado de enviar cohetes al espacio desde la base aeroespacial en Kourou, a unos 55 km al noroeste de la capital, Cayena. Tenían dos hijas. Ahí vimos una tarántula que apareció en su patio, no lo podíamos creer. La pusieron en una pecera y por la noche se animaron a tocarla hasta que la tarántula camino entre las manos y brazos de Soraya y una de sus hijas. Una locura total”.
De aquella experiencia pasaron directo a recorrer unos días a Surinam, que Víctor denominó la pequeña perla de Sudamérica. “Salía del denominador común de los otros países que habíamos conocido hasta el momento: había templos hindúes y mezquitas, todo nos resultó fascinante. Con el idioma fue un problema, así que básicamente nos manejábamos con señas o de vez en cuando nos encontrábamos con alguien que hablaba inglés. Para comer era otro problema. No entendíamos nada de la escritura así que cuando queríamos algo del menú elegíamos sin saber qué estábamos pidiendo. Y todo, pero absolutamente todo, era extremadamente picante”.
“Vimos cosas que nos pusieron los pelos de punta”
Venezuela no podía faltar en el recorrido. Lo recuerdan como el país con la gente más cálida que conocieron. “No tienen nada y te ayudan en lo que puedan, son increíbles. No pudimos ingresar a Colombia porque el presidente había decretado el cierre de esa frontera para vehículos particulares. De modo que tuvimos que volver y bajar por Brasil. En la frontera con Colombia hay una parte que se llama la trocha, por allí pasan vehículos permanentemente de manera ilegal y se conduce en el medio del campo. Es un negocio de un varias familias que hicieron un camino por sus territorios y ponen cadenas cada 50 metros: todos los transportes que sacan gente de Venezuela pagan para que les vayan abriendo el paso”.
Víctor y su familia fueron acompañados por un lugareño. “Él iba con su motito haciendo señas y nos sacaban las cadenas liberando el paso hasta salir del lado colombiano, frente a la aduana de ese país. Dejamos la camioneta en la casa de una tía de este muchacho, (ella colombiana y él venezolano, los dividían 1.000 o 2.000 metros aproximadamente entre casa y casa). Fui con una moto taxi hasta Maicao en Colombia para pedir que nos hicieran los papeles de la camioneta para poder circular por ese país pero me respondieron que era imposible”.
Tuvieron que volver a Venezuela. Esta vez iban con una mujer que los ayudaría a pasar. “Se sentó en la camioneta y apenas hicimos 50 metros, en la primera cadena no nos dejaron pasar. Era un primo de esta señora que le pedía plata. Así empezó un tire y afloje bastante incómodo, hasta que sacó dinero y pasamos. La odisea recién comenzaba. 50 o 100 metros más adelante no nos dejaron pasar. Nuevamente más negociaciones, dinero de por medio y finalmente el paso”. Continuaron camino. Hasta que, de pronto, entre árboles, cadenas y una multitud, fueron detenidos por unos militares venezolanos.
“Era tierra de nadie. La mujer nos indicó que permaneciéramos callados. Los militares eran jóvenes, se llevaron nuestros pasaportes y los miraron en una especie de carpita improvisada. Finalmente nos dieron la orden de seguir viaje. A unos pocos metros había un vehículo particular con 15 o 20 personas encima y por los costados, como pirañas. No miren, advirtió la mujer que oficiaba de acompañante. Los estaban robando. El problema era que no podías escapar si pasaba algo. Tuvimos suerte y salimos ilesos. Cuando llegamos a Maracaibo y contamos en el hotel que habíamos pasado por las trochas, esos caminos clandestinos nos dijeron que nunca tendríamos que haberlo hecho: ahí desaparece gente, hay asaltos y miles de peligros más”. Las “trochas” son los pasos fronterizos donde miles de venezolanos desafían a la muerte para escapar del régimen de Nicolás Maduro.
Un regalo de la naturaleza
Ya seguros en Manaos, Brasil, y luego de los momentos de nervios y tensión pudieron apreciar la belleza de dos ríos de diferentes colores, delfines en un río en donde se bañaban los lugareños, pasaron por la ruta fantasma o ruta de la muerte BR 319, por su dificultad, entraron a Cusco con 13 grados, recorrieron algunas ruinas y los afectó la altura. “Nos despertábamos con sangre seca en la nariz, dolor de nuca, en los ojos y en la parte superior de la cabeza. Decidimos entonces dejar para otro momento la visita a otras ciudades y salimos hacia la costa. Además ya se nos acababa el tiempo”. La familia tiene un canal en YouTube, ”Buscando nuestro destino”, donde se pueden seguir sus aventuras.
Aseguran que esos viajes cambiaron sus vidas. “Es algo que no puedo explicar con palabras pero se siente en el pecho, en nuestro interior, y es algo que no queremos dejar de vivir. Cuando volvés de una experiencia así te sentís diferente, como si las cosas que te preocupaban antes ya no tuvieran el mismo efecto. Cambia tu foco y cobra verdadera importancia la familia y no lo material. Por eso sigue en nuestras cabezas y en nuestros corazones volver a viajar, volver a sentirnos libres para que cada día sea una experiencia única e irrepetible”.
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