Conoció a una familia que le mostró las costumbres argentinas, se enamoró de su cultura, y decidió cambiar de tierra y de destino.
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“¡Pero vas a vivir en el tercer mundo!”, escuchó salir de la boca de algunos cuando anunció que se iría a la Argentina. Sin embargo, a Tim Oliver Sander poco le afectaba lo que la gente opinara de los caminos de su destino. En definitiva allá, en Alemania, siempre había sido el chico “exótico” de hábitos raros. Hacía años que bebía mate, organizaba asados y escuchaba rock nacional argentino ante la mirada extrañada de su entorno, al que le explicaba que lo que sonaba era Charly García, mientras aseguraba que esa yerba no era nada prohibido.
Su "rareza" no había llegado sola. Todo comenzó a sus 19 años, cuando realizó un intercambio estudiantil en Colombia en 1998. El padre de su familia anfitriona era argentino, por lo que, a pesar de incorporar ciertos hábitos colombianos, a su hogar alemán importó, ante todo, costumbres argentinas. Encandilado por su cultura, a partir de entonces viajó una y otra vez a la Argentina en sus vacaciones, hasta que un día se descubrió completamente enamorado de aquella tierra y de una mujer latina.
"¿Realmente querés abandonar tu carrera de funcionario? ¿No es demasiado incierto?", fueron otros de los cuestionamientos que le hicieron cuando, finalmente, renunció a todo sin mirar atrás: "Soy profesor y en Alemania esto te otorga estatus de funcionario", explica Tim al recordar las épocas de su partida. "Pero en el fondo, creo que nadie se sorprendió demasiado, veían que era muy cariñoso y abierto para el común de muchos alemanes y de alguna manera la conclusión fue bastante obvia".
Tim estaba locamente enamorado y apenas podía esperar comenzar su nueva vida en la Argentina junto a su mujer, sin embargo, irse trajo emociones más intensas de lo que jamás hubiera imaginado. De pronto, el joven alemán fue consciente de que, por razones económicas, al menos en un principio no podría viajar todos los años a reencontrase con sus padres, y fue así que la tristeza cobró protagonismo.
"Soy hijo único", cuenta pensativo. "Vi a mi padre llorar dos veces en mi vida: cuando murió nuestro perro y cuando me despedí en el aeropuerto. Fue muy fuerte. Ni hablar mi madre, que me escribió una larga y emotiva carta de despedida. Pero mi gran amor por la Argentina y su forma de vida, que siempre he sentido sin poder explicarlo completamente, fue mi motor. Y ellos lo comprendían. Por eso, a pesar del dolor, me apoyaron y me animaron a que siguiera mi camino. Nunca lo olvidaré".
"Podríamos ser potencia mundial"
La llegada a Ezeiza trajo consigo una catarata de emociones inabarcables. "¡Ahora ya no sos un turista, sos un inmigrante!", fue lo primero que pensó Tim sintiéndose más vivo que nunca. Y luego respiró profundo y dejó que ese aroma tan particular que suele invadirlo todo apenas uno se asoma por fuera del avión - mezcla de humedad y calor argentino- recorra cada fibra de su ser. Hacía apenas unas horas había dejado el crudo invierno europeo para darle paso a un verano envolvente. El impacto fue intenso. "Mi Buenos Aires querido", susurró después. Ahora esta era su casa.
Por razones profesionales, durante los primeros seis años Tim vivió junto a su esposa en las bellísimas sierras cordobesas y trabajó como profesor y director pedagógico en el colegio alemán de Villa General Belgrano y, sin embargo, su amor por Buenos Aires permaneció intacto y, luego de un inolvidable período, lo vio volver.
"La ciudad es impresionante y ofrece mucha vida cultural. Ella, probablemente, forma parte de mi personalidad: la melancolía, la nostalgia, el orgullo, la confianza en sí mismo", dice conmovido. "Siento todas estas cosas y eso es lo que hace que sea mi lugar en el mundo. Aunque mi esposa, Mercedes, es de Tandil, también maravilloso y, quien sabe, tal vez algún día lo consideremos para nuestra jubilación", continúa Tim, quien actualmente ejerce como profesor en el colegio Goethe y se confiesa amante de su trabajo.
Todo aquello que Tim tanto había adorado desde su hogar en la ciudad de Haan, ubicada en el conurbano de Düsseldorf, en el Bundesland Nordrhein-Westfalen, en Argentina no solo fue abrazado con intensidad, sino que se transformó en una actitud ante la vida:
"¿Qué serían de los encuentros con amigos sin el mate, una bebida apta para cualquier ocasión? ¿Qué sería de los fines de semanas sin un asado?, cuestiona Tim sonriente. "Me gustan más los de la noche: prender el fueguito con leña, tomarte tu tiempo, ser el único responsable de una deliciosa comida para muchos, el aplauso para el asador, todo eso me parece hermoso", continúa.
"También es impresionante el hecho de que la gente hable de todo y todo el tiempo. Acá se nota la clara influencia de los `tanos´ y `gallegos´, ya que muchos alemanes son más económicos con sus palabras. Y por supuesto, si alguien te pregunta aquí cómo estás, todo está siempre bien... En mi tierra de origen, normalmente se obtiene una respuesta muy concreta - y a menudo pesimista - a esta pregunta, incluso por parte de extraños. ¡Y el arte de la improvisación argentina también es impresionante! Lo atamos con alambre, eso es más que un dicho".
Sin embargo, y con el paso de los años y del enamoramiento inicial, hubo otros aspectos de Argentina que a Tim comenzaron a afligirlo y que, hoy más que nunca, siente que empañan la belleza del suelo querido:
"La famosa grieta es deprimente y es cada vez más opresiva. Nunca he pertenecido a ningún `ismo´, pero tengo una clara impronta política, democrática y liberal de mis más de 30 años en Alemania. El hecho de que acá la política esté a menudo conectada con un `culto al líder´, que muchos se dejen engañar por el populismo, que se perpetúen los mismos modelos que no funcionan, me entristece como argentino. Podríamos ser una potencia mundial, ¡en todos los sentidos! Pero tenemos un nivel de pobreza importante y lo mantenemos", manifiesta Tim, quien desde el 2018 está naturalizado como argentino con mucho orgullo.
Calidad de vida en un país donde importa la persona
Desde el comienzo, Argentina recibió a Tim con los brazos abiertos, tal como ocurre -según él- con tantos inmigrantes dispuestos a trabajar y aportar algo al país. En su camino atravesó todo tipo de situaciones laborales en las que predominó la facilidad de generar contactos y de trabajar en equipo: "Hay gente envidiosa y resentida en todas partes del mundo, pero en Argentina no es difícil acercarse al otro. En Alemania el enfoque está puesto a menudo sobre el asunto en cuestión - que a su vez no es algo malo –, en cambio acá la persona suele ser más importante".
"Pertenezco a la clase media y mi vida es mayormente como la imaginaba, aun así, creo que acá es más difícil crecer en lo que respecta a las cosas materiales: una casa propia, un auto nuevo, viajar seguido, ¡eso es algo que es casi imposible porque vamos de una crisis en otra! Pero estas no son las únicas cosas que cuentan y nos hacen felices. En Argentina vivo más intensamente, mis emociones son más profundas, los días más largos, las fiestas más divertidas. Argentina es también un maravilloso e infinito país de viajes, que tiene casi todo para ofrecer en términos de paisajes y aspectos culturales... Después de todo, no elegimos el país en el que vivimos, el país nos elige a nosotros. Y Argentina me eligió a mí hace mucho tiempo".
Un pasado alemán que abraza, acaricia y besa
Desde que emigró, Tim regresó en dos oportunidades a su tierra natal. Durante la primera vez, en 2017 y junto a su esposa, se sintió como en el tango Volver y retornó "con la frente marchita".
"Cambiaron tantas cosas...Tantas. Casi no reconozco mi ciudad natal. La casa de mis padres cambió de dueño y ya no despierta ninguna nostalgia en mí. Paseamos por las calles de Düsseldorf y en ocasiones fue como caminar por otra ciudad: levantaron edificios enteros, construyeron túneles y sacaron puentes. Todo se transformó. Me sentí muy turista, un extraño. Fuimos al correo y la vendedora me dijo con un guiño: `Pero usted habla muy bien el alemán, igual, tiene una tonadita rara´. Hasta yo mismo había cambiado".
"Pero durante el viaje me di cuenta de que una cosa no cambió y jamás cambiará: el amor. Los afectos. Me encontré con el pasado de mis amistades y relaciones familiares y no tuve miedo en ningún momento. Mi pasado me halló al final y me abrazó fuerte, me acarició y me besó. Pasamos tardes y veladas eternas charlando, riéndonos. Noches de copas. Noches de alegría y noches sentimentales. Porque sabíamos que cada noche iba a ser la última por mucho tiempo. Pero el dolor forma parte de la felicidad, dicen".
Aprendizajes de una tierra argentina que desafía
Siete años han pasado desde que Tim Oliver Sander llegó a su patria del sur. Desde aquel lejano día colombiano, cuando el padre anfitrión se presentó como argentino, una cadena de casualidades lo empujaron, una y otra vez, hacia un destino antes desconocido. Hoy, su visión del mundo ya no tiene un filtro tan solo alemán, aunque tal vez nunca lo tuvo realmente. En su travesía de autodescubrimiento, y de manera extraña, el suelo austral llegó hasta él para interpelarlo, enseñarle y cambiarle la vida para siempre.
"¿Qué aprendí? Modestia. Que hay diferentes maneras de vivir que pueden hacerte feliz. Que no todo va siempre de acuerdo con el plan: a veces la vida simplemente sucede... Y que hoy en día no solo puedo hablar dos idiomas casi con fluidez, sino que también tengo dos perspectivas culturales diferentes. Mi actitud hacia Alemania ha cambiado, pero estoy agradecido a mi país natal por todo. Por los valores democráticos, por una buena educación, por muchas amistades", afirma el hombre de 41 años.
"El mero hecho de ser argentino no me trae muchos beneficios. Algunos laborales y el derecho de votar, el resto es un sentimiento mío de pertenencia. El sonido de un bandoneón me pone nostálgico y me hace llorar. Con el folklore se me despiertan las ganas de bailar. Es el país de mi familia política que desde el primer momento me aceptó y, desde julio de 2014, también el de mis papás, que ahora viven en Córdoba. Decidieron seguirme poco después de mi partida y fue un gran acto de amor", dice profundamente emocionado.
"Es el país del amor de mi vida, una mujer que me enorgullece todos los días y por la que agradezco a la vida. ¿Cómo no querer esa Argentina? Obviamente, existe la otra Argentina. El país en crisis constante, con una de las inflaciones más altas del planeta, con inseguridad y con demasiada gente viviendo al borde de la indigencia. ¿Me conformo con esa parte? ¡Claramente que no! Me indigna, me enoja, me hace renegar como a cualquier otro argentino. ¡Porque amo este país! ¡Porque creo en este país! Porque pasé muchos de los momentos más felices de mi vida acá".
"Quiero que nos vaya bien, pero considero también que en muchos aspectos depende de cada uno de nosotros. Falta muchísimo, pero como joven argentino y educador que soy, no voy a dejar de creer en mi país. Voy a sumarme al desafío y apoyarlo, para que cada día sea la nación de los sueños de la mayoría de su gente. ¡Que vivan mis dos patrias! porque también sigo siendo alemán, y a partir de aquel día de diciembre lejano dos almas imperan en mi pecho, como decía el Fausto de Goethe. Que lo mejor de las dos culturas sea el motor de mis acciones", concluye envuelto en esperanza.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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