Ernesto Sabato: "el mundo es un horror"
Con 91 años recién cumplidos y la lucidez intacta, el escritor habla de sus mujeres y de la muerte de su hijo, mientras repasa una vida larga y difícil
El autor de Sobre héroes y tumbas acaba de cumplir 91 años y, más allá de las tragedias vividas, mantiene intacta su fuerza y su ironía. Entre la nostalgia y la rabia, y con la misma lucidez con que siempre ha defendido las causas más nobles, charla en su casa de Buenos Aires.
–Pinto casi todo el día, afuera el mundo es un espanto y no vale la pena enterarse de nada. Después de todo, ¿para qué?, si dentro de poco me voy a morir, menos mal. En esta habitación paso horas con mis amigos: éste es Dostoievski, el de al lado es Kafka, lo pinté varias veces, ¿sabe?, aquél es Tolstoi, ese otro es Sartre... Pinto lo que me sale y siempre me salen ellos. Y no lo hago desde ahora, es de toda la vida. Ahora me gusta más que escribir, el mundo es un horror... ¿de qué voy a escribir? Y pensar que muchos me criticaban porque decían que era un amargado, un pesimista. Y mire usted las cosas que pasan...
Ernesto Sabato nos recibe en su casona –donde vive desde hace 55 años– de Santos Lugares, en las afueras de Buenos Aires. En la calle hace frío y cae una fina llovizna, como gotas de hielo. Roque, un imponente ovejero alemán, que vive con el escritor desde hace varios años, ladra y salta sin cesar. El Maestro, como lo llaman sus amigos, lleva un jersey grueso y un pantalón vaquero y, vestido de esta forma, parece más joven. No le gustan las entrevistas y se nota. Mira nervioso la grabadora y el cuaderno de apuntes que llevo conmigo. Al verme dice: “¿Y a usted quién la dejó entrar? ¿A qué vino?” Hace bromas sobre su edad, es irónico, pregunta y se contesta al instante, ansioso por la respuesta. Va y viene de los temas con lucidez y nostalgia, y algunas veces sus ojos se humedecen por los recuerdos de sus seres queridos ausentes: su hijo Jorge, muerto en un accidente ocurrido hace tres años, y su mujer de toda la vida, Matilde, desaparecida hace otros tantos. La casa está repleta de fotografías, de rastros de esos años felices.
–¿Cómo es su vida de todos los días, don Ernesto?
–Vivo de recuerdos y pinto. Siempre me he levantado muy temprano, salvo en mis años de insomnio. Hablo con mis nietos, con algún amigo, con Elvira (su compañera de los últimos años), veo viejas películas, en fin... Recuerdo todo, con lujo de detalles. Mire esta fotografía de Jorge, mire qué lindo, qué bueno, qué mirada tiene...
–Piensa mucho en su hijo. ¿Cómo era?
–A mi hijo Jorge lo recuerdo tanto. Está incorporado a mi vida permanentemente. También yo, como Carlos Fuentes, he escrito sobre mi hijo en Antes del fin. Jorgito fue un hombre excepcional, de una generosidad sin límites, ya que todo lo daba. Su muerte me partió en dos. Tocaba el piano, ¿sabe? ¡Cómo tocaba el piano! Me pregunto siempre dónde estará mi hijo... pobrecito. Todo el tiempo está conmigo. (Se seca las lágrimas.) No tengo consuelo... Nunca hay consuelo para esto, sabe...
–Cuénteme cómo fue su infancia, cómo era su madre.
(Sus ojos se iluminan.) –Mi madre fue una mujer impresionante, extraordinaria. Tuvo 11 hijos y siempre esperó una hija mujer, pobre. Eramos todos varones y la volvíamos loca. Imagínese en aquellos tiempos, con tantos hijos. Murió a los 94 años y la recuerdo con el amor que le tuve desde chico, allá en el pueblo, en Rojas (provincia de Buenos Aires). En mi familia son todos longevos, tengo un abuelo que murió a los 104 años. Mi infancia fue mágica, un tiempo sagrado, infinito. Yo sé que sufrí porque era excesivamente sensible y mi padre era muy severo, casi autoritario. Yo fui de los últimos y mi madre no me dejó moverme de su lado. En cambio, mis hermanos mayores tuvieron una vida más libre, menos sujeta que la mía. Vivíamos en un pueblo, en una de las zonas más ricas de la Argentina, y mi padre tenía un molino harinero.
–¿Eran religiosos? ¿Son ciertos sus antecedentes en el judaísmo?
–No sé si mi padre era judío, nunca lo supe, aunque algunos lo sostienen. Sí puedo decirle que eran anticlericales, jamás hablábamos de religión, ni íbamos a misa, por suerte. Eran lo que antes se llamaba librepensadores, y sobre la religión no se hablaba.
–Aunque ha vivido toda la vida con Matilde, madre de sus hijos Mario y Jorge, siempre tuvo fama de mujeriego en los ambientes literarios argentinos...
–Todos los hombres lo somos y el que dice que no, miente. Yo siempre les mentí a las mujeres que estuvieron conmigo, porque si les decía la verdad no entendían y tenía que explicar mucho. No me mire así, ustedes a veces se ponen imposibles. Pobre Matilde, lo que me aguantó, lo que me quiso, qué mujer maravillosa...
–Imagino que habrá sufrido mucho con sus infidelidades...
–No fueron tantas y me arrepentí mucho de ellas. ¡Uno hace cada cosa cuando es joven...!
–¿Qué significa Elvira en su vida?
–Es una gran compañera, una extraordinaria mujer, podemos pasar horas hablando de infinidad de cosas, es inteligente y culta, la quiero muchísimo.
–¿Con qué personajes de sus libros se identifica más? ¿A cuál le tiene más cariño?
–Es difícil decirlo. En el momento en que cavilaba aquellas ficciones, todos los personajes vivían en mí, me identificaba con ellos. Mis preferencias han ido cambiando con el tiempo, y algunas que dominaron por meses mi espíritu, y hasta por años, como los personajes de Sobre héroes y tumbas, hoy raramente se me hacen presentes. En general, salvo uno de ellos, todos salieron de mi corazón, de mis pesadillas, de mis contradicciones. Los seres humanos, usted y yo, somos una mezcla de bondad, maldad, generosidad, egoísmo... Y de ahí salieron mis personajes.
–¿Tuvo alguna decepción?
–No me decepcionó ninguno, porque siempre fui muy crítico conmigo mismo. Algunos libros, como Hombres y engranajes, me hicieron sufrir porque algunos críticos dijeron que yo estaba loco. Sin embargo, 50 años después, todo aquello que yo había escrito trágicamente se cumplió. El que sí me trajo más satisfacciones fue Sobre héroes y tumbas.
Se acerca a la biblioteca y me muestra una versión en chino.
–Porque fue traducido a más de 20 idiomas. Ahora ya llegan a 36.
–¿Cómo define su pintura?
–Creo que es expresionista, con elementos surrealistas, con las limitaciones que tienen las definiciones. Hablando de pintura, el gran pintor español Oscar Domínguez, de quien era muy amigo, siempre me invitaba a suicidarme con él. Y al final, terminó suicidándose... Lo que son las cosas, no sé por qué me acuerdo de él ahora...
–Hablemos de la realidad, de lo que pasa en el mundo.
–No, no tengo ganas, todo está tan mal, tan destruido, tan lleno de injusticias, que no quiero hablar de lo que pasa en el mundo. Yo me jugué la vida, muchas veces me quisieron matar, ¿sabe? Estoy vivo de casualidad, de milagro. Durante años me persiguieron, primero porque era comunista; después, porque defendía los derechos humanos, porque estaba contra los militares que mataron a tantos inocentes. Me pasé la vida luchando contra los dictadores... Pobre Matilde, lo que sufrió conmigo, años de persecución sin decir nada... Vivíamos en Córdoba, en un rancho pobrísimo que ni siquiera tenía luz, y ahí conocí a la familia Guevara Lynch. El Che venía a conversar conmigo y nos hicimos muy amigos. Era un gran muchacho, muy valiente, que hizo una revolución noble. Pero no, no me haga hablar del mundo, es una porquería, es trágico.
–¿Cómo es su relación con Raúl Alfonsín? El firmó los decretos de punto final y obediencia debida que dejaron libres a muchos torturadores.
–Yo lo quiero mucho, es muy buena persona. Un buen amigo. ¿Sabe qué me dijo?: “Ernesto, no podemos hacer nada porque hacemos esto o si no todo se nos viene abajo”. Era comprensible. Fue el mejor presidente que tuvimos en la Argentina, un gran demócrata.
–¿Qué hace si Carlos Menem regresa al poder?
–Espero no vivir para verlo, espero estar muerto... (carcajada)
–José Saramago dijo hace poco que los israelíes hacían con los palestinos lo mismo que los nazis hicieron con ellos. ¿Está de acuerdo?
–¡Qué pregunta! José Saramago es un buen amigo, se portó tan bien conmigo en España, le estoy muy agradecido. Lo que están haciendo con los palestinos es una masacre, un espanto.
–¿Es cierto que está de acuerdo con la pena de muerte?
–Claro, para algunos casos sí. Si se la aplica con las debidas precauciones, conviene. Los violadores de niños, los torturadores, no merecen más que la pena de muerte y ponerlos como ejemplo a la sociedad.
–¿Se arrepiente de algo?
–Todos, si nos queda algo de honestidad, hubiéramos querido no cometer actos que han dañado a otros. ¿Quién está en condiciones de no pedir perdón? Siempre digo que, todo el tiempo, he tratado de ser una buena persona.
–¿Cómo le gustaría morirse?
–He leído mucho a los filósofos existencialistas: Kierkegaard, Jaspers, Heidegger, y los franceses Sartre y Camus. Para ellos, el tema de la muerte es tan central que definen al hombre como un ser para la muerte. A mí me gustaría morir como he vivido, ¿sabe? Con sentimientos, intensamente y en paz, como escribí en Abbadón, el exterminador.