Ernesto Bertani El ilusionista
Después de jugar con las trampas visuales de inspiración textil, el artista toma partido por el color. En sus últimos trabajos, que se exhiben en la galería Zurbarán, el pintor y el dibujante -que conviven en el universo de Bertani- libran su última batalla para construir un mundo propio
Desde sus primeros trabajos realizados sobre casimires, Bertani demostró una notable destreza para que la realidad y la ficción se entreveraran en un juego de apariencias que por momentos se vuelve inquietante. Lápices que se escapan de la tela, cuerpos entrelazados, escotes exuberantes, encajes sutiles. En todos los casos, el fondo de cuño textil es explotado como un recurso que se expande hacia nuevas fronteras, hacia otros territorios en los que la sensualidad y el humor ocupan su lugar.
La obra de Bertani es de lectura explícita y está poblada de guiños irónicos y burlones; son miradas oblicuas que interpretan una realidad en la que "algo huele mal", tan mal como en la Dinamarca de Shakespeare. La visión en la tela, por ejemplo, fue una seguidilla de hombres muy trajeados que metían la mano en el bolsillo ajeno, con la misma naturalidad que si lo hicieran en el propio.
En sus últimas telas, Ernesto Bertani (de 50 años) cambia el paso y avanza hacia la gozosa celebración del color pleno. Y cuando usa color, usa color de verdad. El ilusionista prestidigitador de imágenes no se queda a medio camino. Los colores son la nota distintiva de los cuadros que integran la exposición de Zurbarán Galería. Haciendo memoria, el principio del cambio comenzó a gestarse en las sinuosas mujeres que integraron su recordada muestra del Sívori.
Bertani, impetuoso, se regodea con la curva y desprecia -¿o ignora?- la recta. Por principio. En eso mismo estaba el catalán Antonio Gaudí, el gran arquitecto de La Pedrera y otras maravillas, cuando descubrió que el único manual al que debía prestar atención era la naturaleza.