Erika Halvorsen: "En la era del algoritmo lo que irrumpe es el sello de los que cuentan algo con identidad"
Es la guionista del momento. Con Pequeña Victoria, la ficción de Telefe sobre cuatro mujeres compartiendo la maternidad, es uno de los sucesos televisivos del año. Antes escribió novelas que luego se convirtieron en películas muy comentadas como Hilo Rojo (con Benjamín Acuña y China Suárez en 2016) y Desearás al hombre de tu hermana (con Pampita y Mónica Antonópulos en 2017), siempre con el deseo femenino como motor problemático y no suficientemente escuchado en las actuales sociedades modernas. "Me di cuenta de lo que cuesta mostrar una mujer conectada con su deseo. Es algo instalado y es algo que tenemos que empezar a contar. Porque las mujeres hablamos de sexo con una libertad y un nivel de detalle que a muchos todavía les sorprende", dice Erika Halvorsen que también fue autora en 2017 de Amar después de amar (ADDA), una telenovela audaz que supo generar revuelo en el prime time de Telefe al narrar escenas de sexo y deseo sin estar mediadas por el amor.
"Ya no podemos contar una historia donde en el primer capítulo se miran, en el diez se dan un beso, en el cincuenta se pelean y en el cien se reconcilian. Eso está agotado", sostiene una mañana en un café del distrito audiovisual de Palermo y a pocos días de que en la Mipcom de Cannes, una feria internacional de televisión y entretenimiento global, destacaran a Pequeña Victoria como "programa líder de la región el último otoño". "Eso marca que hay ojos puestos en nosotros, que están atentos", se alegra quien encontró en el cineasta Daniel Burman –cocreador de la tira junto a la propia Halvorsen– una de las claves para este éxito. "Me invitó a crear una historia con él y me dijo: ‘trae un disparador de lo que vos quieras contar’. Y eso me parece importantísimo porque estamos acostumbrados a escribir a pedido. Pero si nos animan a bucear adentro nuestro sale algo más original. En la era del algoritmo lo que va a terminar irrumpiendo es el sello de los que cuentan algo con identidad".
–En ese sentido, ¿es un momento mejor que antes para los guionistas?, ¿hay más poder en el oficio?
–Poder todavía no tanto porque los contenidos siguen teniendo cesión y permisos de derecho. Pero por ejemplo ahora vengo de un viaje a Los Ángeles por un proyecto con MGM para hacer la serie de El fin del amor, el libro de Tamara Tenenbaum. Me pasó de estar leyéndolo y que se me materialice la serie en mi cabeza, protagonizada por Lali Espósito. Ahí mismo le escribí a Tam para pedirle permiso y le avisé: "No voy a aliarme con ningún productor, voy a morir con la mía". Y resulta que dos semanas después me contactaron de MGM para ver cuál era mi próximo proyecto. Y a los pocos días estábamos viajando con Tamara para allá. Una señal. Lo que pasa cuando ponés tu voz en un producto.
–¿Y cuándo arrancó esta idea del deseo como motor no suficientemente escuchado de las mujeres, que un poco marca tu obra, también en el teatro?
–No es algo que me plantee, pero me sucedió cuando empecé a escribir para la industria y me empezaron a decir: esto no, esto tampoco. Y yo pensé: ¿por qué no?
–¿Por ejemplo?
–Situaciones de escenas de sexo, de heroínas, de amantes. La sexualidad femenina. Temas que estaban totalmente negados.
–¿Te interesa mucho el mundo interior, la vida íntima de las personas?
–Sí. Total. Soy muy fanática de las personas. Son mi gran fuente de inspiración. Me parece que todos podemos hacer de nuestra vida un cuento interesante. Es mi manera de estar en el mundo: vivir para contarlo. Que por la anécdota valga todo. Y me gusta que cada uno encuentre su propia poética. Pensar: si tuvieras que hacer la película de tu vida, ¿qué colores no podrían faltar, qué imágenes, qué texturas, qué sonidos? Me parece que ahí está nuestro germen de ser originales, nuestra huella digital porque no hay ninguna vida igual a otra.
–Te criaste en Río Turbio, Santa Cruz, ¿cómo fue el paso de instalarte en Capital para estudiar dirección teatral? ¿Qué barreras tuviste que vencer?
–Muchas. Me decían te vas a morir de hambre. Todos: mis amigos, mi familia. Entonces decidí no pedirles nada a mis padres. Desde los 17 banqué mis estudios sola. Quizás fui medio extrema. Hubo un orgullo medio masoquista ahí. Lo que pasa es que soy muy obsesiva de la libertad. Necesitaba morir en mi ley y no rendirle cuentas a nadie. Por eso hice todo tipo de trabajos. El sur se transformó en ese lugar al que iba volver si abandonaba la batalla acá. Si abandonaba mi sueño.
–Una apuesta a todo o nada.
–Sí. Por eso valoro mucho el hambre. Fue muy duro. Tengo amigas que pueden dar fe. Estudiaba de fotocopias prestadas porque realmente no llegaba. Pero fue una decisión mía también: si soy artista, hay un voto de pobreza en eso. Después que también había la posibilidad de ganar un dinero con la televisión. De que también se podía ganar plata. Por eso yo digo que vivo de mi imaginación. Mi primera casa es de Calafate. Y a veces pienso: la hice con mi imaginación. Cada palabra que yo escribí, cada personaje que desarrollé, fue un ladrillo, un termotanque para hacerme esa casa. Todo lo que tengo fue gracias a mi escritura.
–Escribir implica concentración y disciplina. ¿Cómo organizás tu día?
–Escribo todos los días. Puedo llegar a tener jornadas de 15 horas escribiendo. Me levanto y voy directo a la computadora. Desayuno mate frente a la pantalla. Y ahí me quedo mínimo seis horas. Hasta el almuerzo. Ya es un hábito que tengo. Aunque no esté haciendo una tira. Siempre utilizo ese tiempo para escribir. Me cuesta mucho no escribir. A veces me obligo para "oxigenarme". Pero si pasa mucho tiempo empiezo a ponerme de mal humor, me empiezo a oscurecer.
–De afuera cualquiera diría que es esclavizante, pero no sería el caso.
–No, claro. Me gusta el silencio. Es como una meditación también. Me protege mucho esa trinchera. porque además nunca sé exacto lo que voy a escribir. Es como un juego. No sé a dónde me va a llevar. Hay una sensación rara de que no es uno el que escribe. Me pasa que por ahí que me hace ruido la panza y recién ahí me acuerdo de que tengo que comer.
–Es un acto placentero para vos.
–Súper. Lo que me cuestan son las interrupciones, tener que cortar, atender todo lo que tiene que ver con la realidad doméstica. Los imponderables que van sucediendo
–Supongo que también implicará que una eventual pareja respete y hasta valore ese tiempo
–Sí, es difícil. Tengo una relación con la soledad que está tan buena que necesito que la persona que está al lado mío también la tenga para él. Por suerte mi novio (el periodista Diego Iglesias) es workaholic. Yo estoy con mi computadora, él con la suya, y si tengo que trabajar sábado y domingo él hace lo mismo. Admiro mucho a las personas que conectan con su vocación y su pasión.
–¿Cómo se conocieron?
–Por Gisela Busaniche, una periodista amiga, que también es de Río Gallegos. A ella se le ocurrió presentarnos. Fue nuestra celestina. Empezó con una cita ciegas que ya lleva dos años y medio. Se ve que a veces funciona.
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