ERICA GARCIA Yo, la mayor de todas
Como mujer y como artista, es persona de dar batallas: contra los prejuicios, contra la rutina, contra los caminos más previsibles para obtener fama y dinero, contra la timidez que la atacaba en su niñez. Pese a esas durezas, tiene la piel sensible, y es capaz de admitir que se emociona y llora escuchando sus propias canciones
Canta, toca la guitarra y cruza la calle como una buena imitación del verano. Es linda. Una de esas bellezas de piel suave, aromas fuertes y caderas enardecidas. Erica García nació hace treinta años, flota en la música con la necesidad del agua y le tiene pánico a la comodidad. A la rutina.
-Cuando siento que estoy en una situación cómoda, huyo -dice, moviendo la nariz como los gatos.
Los dedos mochos a fuerza de aplastar las cuerdas, el cuerpo endurecido al trote en los lagos de Palermo, cada noche. Esta mujer de nariz de uva fue, alguna vez, profesora de gimnasia, chica tímida, nena sin amigos, hija mayor de un matrimonio para nada normal. Ahora Erica canta, hace discos, y por la noche corre como un lirio desgarrado. Pero en este momento se toma un té.
-El camino de renunciar a las comodidades es más difícil y no se sabe dónde desemboca, pero a mí me gusta. La incomodidad tiene algo muy atractivo, que es la búsqueda. En algún momento te salta la bestia y decís: vamos a otro lado, porque esto ya lo viví. Claro que uno a veces teme dejar lo confortable, perder el abracito seguro, y en realidad no lo perdés. Todo lo vas teniendo.
Todo lo va teniendo. Una fama más o menos bien cimentada de cantante solista, dos discos en la calle (El cerebro y La bestia) muchos shows en vivo, y una especie de consenso de que ella es algo que viene. Algo que alguna vez dejará su firma en el universo del rock argentino. Jura que le gusta trepar esa pared, pero que no vende su alma al diablo por un par de fechas. Por eso, en enero rechazó la oportunidad de tocar en el ciclo Buenos Aires Vivo junto a María Gabriela Epúmer, Fabiana Cantilo, Celeste Carballo y Man Ray. -Me habían propuesto la fecha sin decirme con quién iba a tocar y yo le dije al manager que averiguara si no era la fecha de "las chicas", porque ya me la veía venir. Era la fecha de las chicas, nomás. Les dije que si no había una fecha más interesante no iba, porque no me interesa juntarme con personas con las que no me juntaría si yo fuera la que organizara el show. Con María Gabriela podría hacer algo, pero con las demás no. Nuestros públicos son diferentes la música es diferente, y no me parece bien que nos junte el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, hermanadas sólo por el sexo.
Le gusta renunciar. Renunció a un personaje que le habían ofrecido hacer en el programa Verdad-Consecuencia, a pesar de las reiteradas ofertas que le hizo Polka, la productora de Adrián Suar.
-Podría haber aceptado, pero cuando me probé el vestuario dije no. Tenía que hacer a una mujer más grande, usar un trajecito sastre, y sentí que en ese juego podía perder mi credibilidad como cantante. De todos los que eligieron eso, miro su camino de afuera y no lo comparto mucho. Estudié tres años con Norman Briski y Lorenzo Quinteros. Pero no sé... Lo mío son las canciones. Aunque por decir un bolo te pagan bien, y si vas a tocar a la tele no te pagan tanto. Se supone que uno elige cuando está en mejores condiciones que las mías. Quiero decir... tal vez Fito Páez, que vende cientos de miles de discos, puede elegir.
No parece mansa. Empezó a tocar la guitarra muy chica, pero cantar una canción en público la mataba de miedo. Ahora, la inocencia no es lo suyo. "Soy una mujercita (no una perra)/ hambre de vos/ un hoyo en mi corazón/ sos mi cena", canta en Hambre, de su último disco. Sabe que se mete en un lugar sólo para pocos. El corral del rock de acá, un sitio donde no reinan demasiadas mujeres, ni demasiado bien, ni demasiado tiempo.
-No sé por qué, pero tenemos nuestros próceres varones y no hay ninguna mina. Podemos reconocer antiguas, pioneras, pero por ejemplo a Claudia Puyó no la ponés al lado de Spinetta, no por desmerecer su trabajo, sino porque lo que dieron esos grandes hombres las mujeres no lo pudimos dar, no llegamos ni a la mitad. Hay muchas mujeres intérpretes de canciones de otros, se les va el autor y la mujer se tiene que quedar cantando los viejos éxitos. No hay mujeres que hagan letra y música, y estén empapadas de su obra. No hay. Yo no dependo de que alguien me haga la música para salir a tocar. A mí se me mira como: Acá hay algo interesante, alguien con una voz propia, porque tengo mi postura femenina y una forma de escribir más cruda.
Los prejuicios agitan las alas en Mundo-Musical-Argentino. Las chicas, insinúa Erica, parecen destinadas a un decoroso segundo lugar, un sitio del que se espera que broten canciones bellas, inofensivas, indoloras. Ella no. Ella quiere clavar el aguijón hasta que duela.
-Sé que tengo un lugarcito en la música. No es un lugarazo, no es un altar, pero sé que me identifican. No me siento ni cantante ni guitarrista ni... no sé... seré una cancionera... Se ríe tres veces, como tres bombas. Tres veces como tres chorros de agua luminosa.
-Tengo mentalidad expansiva y conquistadora. Aspiro al mundo, y lo digo. Tal vez otros no lo dicen, pero quieren lo mismo.
Le gustan los hombres, y lo masculino de los hombres. Se chifla con el universo varón, un sitio que supone campo fértil donde crecen la nobleza y la fidelidad por lo que hacen.
-El hombre respeta absolutamente su mundo y la mujer está al costado de ese mundo. Yo me fui formando de esa manera. Si alguien me molesta cuando estoy tocando la guitarra, para mí es un horror. No me gusta que ningún problema de amor ni de nada se me meta cuando tengo que hacer canciones. No sé si es masculino, pero yo lo aprendí de los hombres. Nunca la vi a mi mamá diciendo eso. Por otra parte, no me banco ese discurso de las chicas que dicen: Ay, son todos iguales. Yo no los trato así.
El año último, Mario Pergolini la invitó a su programa Cuál es, en la radio Rock and Pop, para hablar de su segundo disco, La bestia.
-Con el primer disco, Mario no me había dado ni bola. Es más, en el programa habían dicho que era un bochorno. Con el segundo disco me llamaron para que fuera. Yo, sabiendo cómo es Mario, pensé: Voy al muere total. Encima me recibieron diciéndome: Lo que digas en estos minutos te puede hundir o te puede salvar. Medio en joda, pero... Al final pasaron como cuatro temas del disco y yo la pasé bárbaro. No sé, parecían interesados. A ella, que llora fácil, su propio disco la hace llorar. Sobre todo una frase del tema La bestia, que dice: "No me gusta la constancia, la seguridad me espanta".
-Sí, me da vergüenza, pero me hago llorar. Igual, yo he llorado hasta con la apertura del cofre de Feliz domingo, pero esa frase me emociona en otro sentido, porque yo tengo un ... problema con el equilibrio entre la seguridad y la aventura.
Hubo tiempos en que esta mujer con banda propia era una nena ensombrecida y las alas de la timidez la rozaban con jugos agrios.
-Era muy tímida y no me podía relacionar con nadie. Las muñecas no me gustaban. Para mí, era mejor armar estrategias con los indios que estar dándole la mamadera a una muñeca. Eso nunca lo pude entender. Me gustaba patinar, andar en bici, tocar la guitarra. Era tan poco sociable que una vez mi vieja me trajo una chica a mi casa. Me las traía ella porque yo no las invitaba nunca, era como un monstruo y las que venían se aburrían muchísimo porque yo quería dibujar, tocar la guitarra. Esa nena me dijo: Pero no tenés muñecas, ¿con qué vamos a jugar? Entonces para mi cumpleaños todo el mundo me regaló muñecas y yo no sabía qué hacer.
Siempre tuvo novio. En su mundo húmedo y fatal siempre destelló la figura de algún varón más o menos indiferente.
-Lo que me ayudaba a salir de mi introversión eran los novios. Novio siempre tuve. Nunca me faltó. Era casi como un enfermero el novio, como un teléfono: alguien necesario para relacionarse con el mundo.
Erica tiene un hermano, Diego. Diego es apenas menor, pero ella es tan mayor que pasa por ser la mayor de toda la familia. Otra vez la risa tres veces. Tres veces mojando a chorros la mañana azul.
-Sí, sí, sí, soy la mayor. La mayor de mi hermano, de mi papá y de mi mamá.
Mamá masajista y papá de todo: músico, inmobiliario, gimnasta, profesor de tenis. -En mi casa yo ponía las reglas, y eso era tremendo. Después lo padecí. No es lindo ser la jefa de la familia, porque mis dos viejos eran... aniñados. Los niños tomamos la rienda de la casa, y fue un lío total. Los retábamos a nuestros padres. Una vez llegamos con mi hermano de taekwondo, yo tenía 16 y mi hermano 11. Yo dormía en una pieza arriba. Llegamos a las 12 de la noche del club, nos queríamos bañar y nos reciben mis viejos cual dos adolescentes que se habían mudado a la pieza de arriba y nos habían pasado a la de abajo. Los retamos, y a la 1 de la mañana les hicimos cambiar todos los muebles. Terminaron los dos bufando. Era una dominación. Pero no está bueno eso, porque uno quiere unos padres, y yo me tenía que rebelar contra padres que eran más chicos que yo. Mi viejo me afanaba la ropa de gimnasia. Una vez le tuve que sacar toda la ropa del placard para que no me sacara más la mía. Eramos como cuatro chicos conviviendo en una casa, y cuando mi hermano y yo fuimos grandes, fue el caos. Eramos cuatro adolescentes.
Un día decidió que las cosas iban a cambiar. Empezó a estudiar teatro, y durante tres años se sacudió la mala vergüenza hasta que descubrió que podía salir al mundo sin enrojecer. Por esa época conoció a Ricardo Mollo, el cantante de Divididos, y se fueron a vivir juntos a una casa de Ramos Mejía, que para Erica -nacida y criada en Palermo- era lo mismo que vivir en La Lejana Nada. Por esa época decidió que cantar sus canciones no estaría nada mal, dejó su oficio de profesora de gimnasia porque el "un dos, un dos, arriba" se contradecía con el ritmo de su corazón y debutó con una banda improvisada en un bar de Ramos Mejía. Después, hizo coros, formó parte de Matavioleta, y cuando ese grupo se disolvió, soñó con su abuelo Tomás, que se había muerto de un infarto justo el día que decidió volver a tocar el piano. En el sueño, el abuelo le decía que en los próximos cuatro meses hiciera todo lo que había querido hacer en la vida. Era 1996. Ella le hizo caso.
-Lo tomé como un ejemplo gráfico: ¿así que justo el día que decidiste empezar a vivir te moriste? Por eso no creo mucho en dejarte llevar por la inercia.
Comenzó a editar un fanzine que se llamó La Oja, una hoja literal que repartía a la salida de los conciertos y en la que había frases de las buenas, dibujos pornográficos y un alarido que, en general, era bien recibido por los lectores que le escribían a la casilla de correo cosas que ella nunca revelará.
-Era la consigna. No vernos nunca, y nunca contar lo que me decían.
De sus cien días de cambio salió distinta. Más amarga. Quizá más feliz. Le gustan los momentos felices en los que no reconoce la felicidad. Los momentos que pasan y dejan cierto aroma.
-Cuando pasan esos momentos, uno se da cuenta de que estaba siendo feliz. Y los disfruta de lejos.
Es adicta al mate, no fuma, le gusta cuidarse el cuerpo, va al supermercado, se trepa al escenario con glamour de reina desbancada.
-Duermo poco. Me acuesto a las 5. Me levanto a las 9. No me gusta dormir. Descubrí que dormía la mitad de mi vida. Además, no sueño cosas tan interesantes. A lo sumo, ¿qué me puede pasar? Estar un poco más cansada.
Pero se lleva el premio mayor. La vida despierta. La suave ojera de la noche de ella para siempre.