Pequeñas maravillas encontradas en los estantes de la arqueología posmoderna
Tenían algo que te atraía y te repelía a la vez. Con los muñequitos tradicionales no había duda. Un soldado era un soldado. Un indio era un indio. En cambio, con los Playmobil, el mismo muñequito podía ser obrero de la construcción, cowboy, explorador o empleado de estación de servicio, según los accesorios que le pusieras. Eso estaba bueno, pero demandaba inversión, constancia y, sobre todo, cuidado para no perder las piezas. Y vos eras un despelote andante.
Con el tiempo descubriste que algunos lugares estratégicos, como el sofá, debajo de los almohadones, eran cementerios de partes de Playmobil. A pesar de estos rescates, tu colección, bastante escasa, pronto quedó con la tapa de los sesos levantada y con otras amputaciones producto del combate lúdico. Con dolor, al final, los olvidaste. Los Playmobil son un invento alemán, debido a la firma Geobra Brandstätter. El creador se llamó Hans Beck, empleado que recibió la orden de achicar el tamaño de los juguetes de plástico en virtud de la crisis del petróleo.
Se despachó con estos muñequitos de figura humana simplificada y de gestos resumidos en ojos y sonrisa. Los presentaron en 1974. Hoy, el catálogo posee unas 4.000 versiones distintas, vehículos, accesorios y escenarios que, por supuesto, vos nunca tuviste. Hace dos años, en la sede del Banco Provincia, se hizo una exposición de Playmobil con el aporte del mayor coleccionista argentino. Aunque odiás ir al centro, la visitaste. Fue la única vez que evaluaste seriamente asaltar un banco.
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