Eran empleados públicos, dejaron todo y tras recorrer 22 países en ocho meses, cultivan kiwis en Nueva Zelanda
Josefina y Sebastián recorrieron parte de Europa, de Asia y hasta alentaron a la selección argentina desde Qatar; en diálogo con LA NACION, revelaron cómo se animaron a emprender el viaje
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Cuatro años atrás, Josefina y Sebastián cruzaron miradas por primera vez en las oficinas del Instituto de Vivienda de la Ciudad, en donde ella ejercía como abogada y él como diseñador gráfico. Con una excusa cualquiera, entablaron una conversación, empezaron a salir y, antes de darse cuenta, estaban de novios. Su relación era una más entre miles de noviazgos: compartían departamento, amistades, chismes del trabajo y la pasión por los viajes. Hasta que, de un día para el otro, dieron un salto hacia lo desconocido. Ahora, a menos de un año de haber tomado la decisión de despedirse de sus vidas en la Argentina, se encuentran en Nueva Zelanda, en donde piensan asentarse un tiempo después de haber recorrido 22 países en tan solo ocho meses.
Cumplir un sueño está a un pasaje de distancia
En el 2022 y después de rumiar durante varios meses la idea de dejar su vida atrás para emprender un viaje, Sebastián y Josefina se animaron a dar el primer paso y sacaron un pasaje de ida a España. Sobre dicho ticket, el cual solo les ofrecía la certeza de a donde irían y qué día partían, comenzaron a construir el itinerario de los próximos meses. Pero sus planes estaban lejos de acercarse lo que les deparaba el futuro.
Ella es abogada y estaba más que conforme con su trabajo. Tenía un buen sueldo, posibilidad de ascender y contaba con un grupo de compañeros que la apoyaban. Sin embargo, el deseo de conocer el mundo hizo más peso en la balanza y renunció. “Seguir trabajando implicaba atarme a la vida de Buenos Aires. Para poder disfrutar al 100% no podía estar conectada a la Argentina con un trabajo de 8 a 9 horas por día”, justificó, en diálogo con LA NACION.
En el caso de Sebastián, la secuencia se dio de manera similar. La diferencia es que optó por pedirse una licencia por un doce meses sin goce de sueldo, la cual renovó por un año más. “Soy más estructurado que ella”, admitió, entre risas. En el fondo, tener la tranquilidad de que algo lo esperaba si debían volver a la Argentina le sacaba un peso de encima.
Junio llegó y trajo consigo el momento que tanto estaban esperando. Se despidieron de sus seres queridos y de todo lo que sentían cercano y concreto y se subieron a su primer avión. Empezaba la aventura. A lo largo de los próximos ocho meses, recorrerían 22 países (”algunos pudimos conocer más que otros”, aclaró Sebastián) y, como explicó su novia, jamás podrían haberse imaginado las mil y una experiencias que acumularon en el transcurso de ese viaje que todavía continúa.
El trayecto empezó por España y (por ahora) culminó en Nueva Zelanda. En el medio, pasaron por Marruecos, Andorra, Italia, Suiza, Liechtenstein, Bélgica, Países Bajos, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro, Albania, Kosovo, Macedonia del Norte, Egipto, Qatar, India, Singapur y las islas Fiji.
Recorrieron Albania a dedo, fueron recibidos por el Embajador argentino de Serbia, fueron testigos de ceremonias mortuorias en los ríos de la India, casi terminan en la cárcel por darse un beso en las calles de Marruecos, festejaron el triunfo de la selección argentina en el Mundial en un bar remoto en la India y se encargaron de pasear el perro de una señora neozelandesa a cambio de alojamiento y comida.
De todas las anécdotas que acumularon, no todas fueron catalogadas como “buenas experiencias”, pero de todas se llevaron una importante lección: siempre habrá alguien dispuesto a dar una mano.
“Cuando piense en esta experiencia, las personas van a ser lo primero que se me venga a la mente. No los paisajes ni la comida. La gente fue la que nos ayudó a cumplir este sueño de seguir viajando. Sin las personas no hubiéramos podido hacer dedo, nadie nos hubiera llevado por las rutas”, explicó Sebastián. Y agregó: “Incluso en los momentos donde uno no tiene plata o fallan las tarjetas o pasa algo, mágicamente aparece alguna una solución. Siempre alguien nos va a ayudar”.
Asimismo, Josefina miró hacia atrás y, analizando todos esos obstáculos que lograron sortear, reflexionó: “No deseo una vida sin problemas, sino las fuerzas suficientes para superarlos. Uno siempre tiene problemas, momentos que lo angustian o le generan tristeza. Estar lejos implica dejar un montón de cosas y esto genera un mar de emociones. Por eso, cuando nos pasa algo, nos agarramos de la idea de que eso mismo nos está poniendo a prueba porque nuestro sueño es más grande todavía que esa situación, que no deja de ser algo del momento y que, de alguna forma, se va a solucionar”.
La pasión del Mundial: cuando estar en el extranjero se sintió como volver a casa
Una vez empezada la travesía, se dieron cuenta de que no era posible planear lo que iban a hacer con más de dos o tres días de antelación, así que se dejaron llevar por el camino. No obstante, había una parada casi obligatoria: Doha, Qatar. Después de un largo recorrido, varios trámites para entrar al país del Medio Oriente y con dos pares de entradas en mano, dieron el presente en las tribunas en el primer y segundo encuentro de la fase de grupos, en los que la selección jugó contra Arabia Saudita y México respectivamente.
“Estar ahí adentro, tener el privilegio de estar en un estadio, cantar el himno, abrazarse con otras personas de Argentina, aunque no los conoces, pero que ahí estaban con vos. Fue una emoción increíble”, dijeron los dos, casi al unísono, con la voz tomada.
Encontrarse con otros argentinos fue, además de un alivio para la nostalgia, la excusa perfecta para reabastecerse de productos nacionales. “Mi mamá me mandó dulce de leche y yerba a través de un compañero de trabajo”, contó Josefina. Pero el improvisado mensajero le hizo llegar más que solo comida: “Yo ni lo conocía y cuando me vio me abrazó. Me dijo ‘te lo doy porque tu mamá me dijo que te abrace porque te extraña’”.
Finalizado su tiempo en Doha, siguieron camino y terminaron en la India. Fue allí en donde vieron la final, sentados en un bar rodeado de indios que lucían con orgullo la camiseta celeste y blanca.
“Fue una gran alegría verla con ellos. Cuando salimos campeones, todos lloramos. Nos subieron a la silla, nos invitaban las cervezas, nos venían a felicitar. Nos abrazamos y lloramos todos juntos. Recibimos un amor que nos sorprendió. Era una sensación de estar lejos de casa, pero estar cerca”, recordaron.
Próxima parada: plantaciones de kiwis en Nueva Zelanda
En la ruta todo se vive con mayor intensidad. La distancia pesa, las experiencias se acumulan y, en algún momento, es necesario quedarse fijo en algún lugar para procesar todo lo vivido. En el caso de Sebas y Jose, el punto elegido fue Nueva Zelanda.
De India viajaron a Singapur, de ahí a las islas Fiji y, finalmente, desembarcaron en Auckland. Ahora, están instalados en Te Puke, popularmente conocida como “la capital del kiwi”, en donde esperan la aprobación de la seasonal visa que les permitirá ponerse a trabajar cultivando fruta durante los próximos seis meses.
Mientras tanto, mantendrán vivo Tipeando viajes, el emprendimiento de diseño de mapas personalizados que crearon poco antes de despedirse de la Argentina y que lograron sacar a flote gracias a la ayuda de la madre de Sebastián, quien se encarga de la impresión y la entrega de los cuadros que ellos dos diseñan desde cualquier locación remota en donde estén. “Los mapas cuentan historias y también son una forma de viajar”, expresaron, con una sonrisa.
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