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Vagaba por la zona céntrica de Firmat, en la provincia de Santa Fe. De color bayo, parecía invisible entre el movimiento urbano que da vida a esa localidad del país. Buscaba comida y el cariño del ser humano. Pero todo lo que recibía a cambio era una mirada de rechazo. Comía de la basura y se le acercaba a los niños que iban a la plaza. Sin embargo, tampoco en ellos encontraba la mínima dosis de empatía con la que alguna vez había soñado.
Hasta que una noche, cuando quiso cruzar la calle, fue embestido por una moto que circulaba a gran velocidad. Tendido en el frío asfalto que muchas veces había sido su cama, el perro se retorcía de dolor. La fractura de una patita y una lesión en uno de sus ojos fueron los daños que sufrió de aquel desafortunado pero esperanzador accidente. Eso no era todo, a pesar de su naturaleza de galgo, porte alto y esbelto, por su delgadez se le podían notar y contar cada una de sus costillas. Era la imagen viva y triste que mostraba con extrema crudeza el abandono y la miseria en la que había vivido.
Era temeroso y desconfiado
Durante los últimos meses, desde que había llegado al centro de la ciudad de Firmat, el perro al que le calculaban unos nueve años, se había mostrado como temeroso y desconfiado. Pero esa noche, quizás por el dolor que sentía, dejó que una joven lo asistiera, lo cargara en sus brazos y lo llevara a una veterinaria para que lo atendieran de urgencia.
De inmediato se le brindaron los cuidados necesarios. Se le hizo un examen completo de sangre, se enyesó su patita y se le indicó un tratamiento para que recuperara peso y pudiera rehabilitarse de tantos meses de abandono. Y desde esa noche que cambió su vida por completo, Lolo fue a vivir a la casa de Patricia -mejor conocida como la Patry- una mujer a quien los vecinos conocen por su sensibilidad hacia los perros.
“En cuanto llegó a casa, algo cambió en él”
Atrás habían quedado los días en que Lolo soportaba el frío, comía de las sobras que quedaban en los platos de los restaurantes con mesas en la vereda o hacía malabares para que alguien advirtiera su presencia y le diera, al menos, una simple caricia. “Nunca supimos nada de su pasado; las marcas en su golpeado cuerpo hablaban de una vida de maltratos, de días tristes a la intemperie, haciendo frente a la lluvia, el agobiante calor y el invierno. Pero en cuanto llegó a casa algo cambió en él, como si hubiera entendido que, finalmente, después de su largo viaje, ya no tendría que sufrir más”, dice Patricia emocionada.
Hoy Lolo vive en su casa con Patricia y otros compañeros de su especie. Protegido, cuidado y alimentado y con mucho afecto. “Lolo es un perrito tranquilo, que disfruta de la vida en casa. Como todo galgo, tiene un interés especial por dormir largas siestas. Elige espacios donde lo caliente un rayito de sol y se lleva de maravillas con sus hermanos. Para el invierno -ya que los galgos son friolentos- tiene su saquito especial. Se adaptó rápidamente a nuestra rutina de horarios. Ojalá estos pequeños actos puedan generar conciencia en el respeto y cuidado de los los otros animales y la responsabilidad que los seres humanos tenemos para con ellos”.
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