Una historia de éxito muchas veces es una historia que nace de la necesidad. Y esto no sucede en Hollywood, sucede en la vida real. Son historias de la vuelta de la esquina que pueden catapultar a un desconocido –en el último confín del mundo o acá mismo, en el conurbano– a emprendedor superstar de un negocio millonario. Ya lo dicen los neurocientíficos: cuando el ser humano está bajo presión, cuando la mente está en apuros, a veces concibe una genialidad. Una idea brillante. O un negocio impensado. Javier Miranda, imprentero en caída, tuvo un chisporroteo mental que terminaría en unos pocos años convirtiéndolo en líder del mercado de pantallas led.
Miranda, con una gráfica en Caseros, tenía dos clientes estables e importantes. Pero en 2013 uno se dio de baja y su negocio se vio amenazado. Fue el peor momento: acababan de nacer, tras dos tratamientos, sus hijas: las mellizas Berenice y Ornella. Para costear el primero, habían puesto una heladería, pero se fundieron. Entonces, con la venta de máquinas, continuaron invirtiendo. Les fue mal y el segundo se los cubrió el Estado. Pero sin un cliente importante –recuerde que había solo dos–, Miranda se las vio negrísimas. Alquilaba casa. Tenía ahora dos bebés. Y las cosas en la imprenta iban para atrás.
Es en ese año cuando recibió una llamada desde General Villegas. Un cliente le preguntaba si en su gráfica vendía e instalaba pantallas led. "Por supuesto", dijo Miranda, corajudo. "Bueno, venite mañana a Villegas y arreglamos el negocio", le anunciaron del otro lado de la línea. Miranda cortó, miró a su esposa Jessica –que sería, en breve, socia y parte fundamental de esta historia– y le dijo dos cosas: "Tenemos un negocio". "¿Qué es, amor, una pantalla led?". Sabía que era el producto del momento, pero no tenía ni idea de qué catzo hacer con él.
Miranda googleó y sondeó precios. Y luego partió con rumbo a Villegas. "Necesito que me cuentes cómo es el diseño publicitario en leds", le pidió el hombre. Y, en un rapto de inspiración divina, Miranda elaboró sobre una hoja un plan de negocios publicitarios en pantallas led, y luego volvió a casa. No sabía si era el día más importante de su vida, o si había sido un tiro al aire, o una oportunidad pasajera y efímera. Por las dudas, y porque no le quedaba otra, siguió con su negocio, protestando porque la gente invertía cada vez menos en publicidades gráficas. A la semana, el cliente lo llamaba para contratar su primera pantalla led. Hasta hacía poco, Miranda no tenía idea de qué era un led, pero tampoco tenía –ni nunca los tendría– conocimientos de herrería para construir la estructura capaz de sostener la pantalla. No era técnico electricista –de hecho, tampoco sabía bien por dónde encender la pantalla–. Pero, tenaz y decidido, mandado y sin red, viajó a Villegas a instruir a un herrero local, mientras otro herrero en la Capital le indicaba cómo debía ser aquel diseño para que no se viniera abajo. El día de su primera instalación parecía heroico: trasladaron la pantalla, cual papamóvil entre los vecinos, y la instalaron con grúa ante el clamor popular. "Ya vendí un montón de publicidades", le dijo el cliente, contentísimo. "Y en meses recupero la plata de la pantalla". "¿Y cómo hiciste?", quiso saber Miranda. "¿En serio me decís? Seguí tu plan de negocios", le respondió.
en un rapto de inspiración divina, Miranda elaboró sobre una hoja un plan de negocios publicitarios en pantallas led, y luego volvió a casa. No sabía si era el día más importante de su vida, o si había sido un tiro al aire, o una oportunidad pasajera y efímera.
No había que ser un genio matemático: por una simple pantalla led instalada en octubre de 2013, Miranda recibió ingresos equivalentes a cuatro meses de imprenta, laburando a sol y a sombra. De tan entusiasmado, empezó a ofrecer pantallas led a sus propios clientes de la gráfica. Y le anunció a su mujer: "Esto es el futuro, hay que cambiar de rubro". Y, pocos meses más tarde, cerraba la imprenta y se dedicaba de lleno a su nuevo amor, rectangular y en alta definición. Puso su primer local en el garaje de su casa en Ciudad Jardín, en Palomar. Lo bautizó con nombre ambicioso: Grupo Uno Led.
Miranda hacía contactos con los clientes, diseñaba publicidades y se rompía el coco contactando a herreros para concebir estructuras cada vez más profesionales, más avanzadas. Mientras, su esposa, en el tiempo libre que le dejaban las mellizas, buscaba publicidades y más negocios. No importaba el lugar adonde fuera a parar la pantalla, bastaba con nombrar la palabra mágica led para que, del otro lado de la línea, los comerciantes quisieran forma parte del negocio.
En breve, los clientes compraban pantallas y le daban a Miranda la gerencia del negocio publicitario. Y la señora, el primer año, vendía seis publicidades por día. En dos meses, juntaba 60 publicidades.
Miranda detectó un nuevo proveedor, le compró y compró hasta que decidió hacer su propio camino. Compró pantallas por Alibaba Group, el Amazon chino. Apostó y le rindió. Luego, con el tiempo, volaría él mismo a China, solo, a conocer cara a cara a su proveedor y a estrechar lazos, y así se transformó en importador hecho y derecho, con todas las de la ley. Voló en 2015 y fue el primer viaje en avión de su vida. Si hubiera continuado con la gráfica, tal vez hubiese seguido terrestre de por vida.
300 pantallas lleva instaladas en Argentina
4 meses de ingresos en su gráfica equivalían a la venta de una pantalla
10 años dura una pantalla Led
30 empleados trabajan en su local de Caseros
Pero en un abrir y cerrar de ojos, el hechizo del led hizo el resto: para 2014 tenía un local de 100 m2 en Martín Coronado. Años más tarde, dos locales en Caseros: uno de 400 m2 y otro de 250 m2 emplean como depósito. Empezó un emprendimiento en el que trabajaban solo él y su esposa. Hoy, en el local de Caseros, tiene 30 empleados.
Ya viajó tanto que debió renovar dos veces el pasaporte –fue a África, Dubái, Estados Unidos, Francia, España, en familia o en tren empresarial–. Justo él, que nunca había sacado un pasaporte en su vida. Se compró su casa propia y soñada. Y, ahora mismo, atiende clientes en todo el mundo, mientras vacaciona con la familia en Punta Cana. Un capo.
La tendencia creció y las pantallas led se multiplicaron cual honguito del bosque tras chaparrón. Instalaron pantallas desde Salta hasta Tierra del Fuego. Ya llevan 300 leds instalados en Argentina. En Tucumán , en el Teatro Mercedes Sosa, la marquesina es de ellos. En el Club Central Córdoba, ídem. Las pantallas del interior de Ciudad Cultural Konex tienen su sello.
Y, cuando quiso darse cuenta, ya había dejado de ser un imprentero y era un emprendedor próspero, tecnológico y de avanzada. Un tipo de mundo que se había jugado el destino de su familia por un pálpito de negocios. Un visionario que pudo dar un volantazo a su carrera antes que ver languidecer el negocio de toda su vida.
En 2017 se globalizó y abrió un local en Madrid. Y este año otro en Costa de Marfil –instala cinco pantallas al mes–, donde tuvo una entrevista personal con el mismísimo presidente y dio presentaciones a sala llena siempre con su vestimenta característica: pantalón bermudas camufladas y remeras de calaveras. Y, mientras lee esta nota, inaugura en Uruguay una línea de montaje de pantallas dentro de la cárcel para dar trabajo y capacitación a los reclusos que están por cumplir pena.
Y, cuando quiso darse cuenta, ya había dejado de ser un imprentero y era un emprendedor próspero, tecnológico y de avanzada. Un tipo de mundo que se había jugado el destino de su familia por un pálpito de negocios
En 2019 proyecta abrir una sucursal en Miami y otra en Italia. Y evalúa contactos vía su página de Facebook para llevar sus pantallas a Zimbabwe, Libia, Tanzania, Kenia, Camerún y Togo.
Una pantalla, les repite a los clientes, tiene que durar 10 años. Ahora, canchero, las compra en China, pero ensamblan el producto en Argentina. Asegura que así multiplica la mano de obra. Y, además, así, dice, conoce el producto desde cero. La entrega incluye creación de estructura, instalación en cualquier parte del país, pack publicitario y asistencia hasta que el negocio funcione. Tienen tres diseñadores que arman tarjetas, el logo de la empresa y multimedia del contenido de por vida. Miranda jura que, si se rompe algo de la pantalla, los tres primeros años no pagás nada. No cobran intereses en las cuotas, aceptan hasta pagarés y, por un código interno de esmerarse en pos de hacer feliz al cliente, no demoran más de 15 minutos en devolver los llamados.
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