Era hija de un zapatero, pero se hizo pasar por princesa para engañar a la sociedad y terminó vendiendo sanguijuelas
En 1817, Mary Baker fingió llamarse Caraboo y pertenecer a la realeza oriental; la impostora solía deambular por los pueblos ingleses y tenía como objetivo viajar a Estados Unidos para mejorar su vida
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Cuando en abril de 1817, una misteriosa mujer con un turbante en la cabeza apareció en la ciudad de Almondsbury, ningún vecino dudó en ayudarla. Parecía perdida, hablaba un idioma inentendible y tenía marcas en la espalda. Decía ser una princesa de Oriente llamada Caraboo, pero su nombre verdadero era Mary Baker y desde hacía años deambulaba por las ciudades ganándose la vida como podía.
Durante unas semanas, la impostora logró convencer a la alta sociedad de que era parte de la realeza, por lo que todos se desvivían por agasajarla. La curiosidad era tal, que los diarios de la época no dudaron en cubrir la noticia. Pero el engaño duró poco, Caraboo quedó en evidencia, debió huir y terminó sus días vendiendo sanguijuelas para sobrevivir.
Su historia no solo sorprendió a sus contemporáneos, sino que también trascendió los siglos, y en 1994 Hollywood la llevó al cine.
Una princesa de Javasu
Caraboo llegó el 3 de abril de 1817 a Almondsbury, cerca de Bristol, y lo primero que hizo fue acercarse a una casa de campo, hacerle gestos a quienes estaban en su interior y pedir ayuda. “Apareció en un estado muy debilitado y angustiado, como agotada por mucho cansancio”, señaló el diario Morning Herald.
Si bien hablaba un idioma inentendible para los aldeanos, misteriosamente un marinero que estaba por la zona dijo entenderla y tradujo lo esencial de su historia: era una princesa de una isla oriental llamada Javasu que había sido secuestrada en un barco y había logrado escapar. Debido a sus elegantes modales y su grácil apariencia, todos le creyeron, y fue acogida en el hogar de una importante mujer de la época.
Caraboo medía 1,60 metros y llevaba un vestido de tela negra con un volado de muselina alrededor del cuello, un pañuelo de algodón en la cabeza, uno rojo y negro en los hombros, zapatos de cuero y taco y medias de lana. Parecía tener 25 años, sus ojos y cabello eran negros, llevaba las cejas finamente arqueadas, su nariz era pequeña, su tez era algo morena y sus mejillas tenían un “agradable color”. Su boca era grande, sus dientes blancos y parejos y sus labios, pulposos. A su vez, sus manos parecían las de alguien que no estaba acostumbrado al trabajo. Además de poseer modales “extremadamente agraciados”, su semblante era considerado “fascinante”.
Su descripción y forma de actuar parecía tener concordancia con lo que se creía de ella. Su dieta parecía india, ya que comía principalmente verduras y era aficionada al curry. Prácticamente, no comía carne, a excepción de pescado. Solo bebía agua y mostraba su disgusto cuando había vino, licor o bebidas con alcohol, algo que parecía coincidir con una religión oriental. Tal era la interiorización que Caraboo tenía con el personaje ficticio, que rendía adoración al sol y llamaba a su dios con el nombre de Alla-Tallah.
Su atuendo era “extremadamente” pulcro y, según las crónicas de la época, su accionar frente a los hombres daba cuenta de que era una “verdadera dama”. “Es muy cautelosa en su conducta con respecto a los caballeros. Nunca permite que le tomen la mano, y aunque sus ropas casualmente toquen la de ella, ella la retira”, afirmaban los periódicos que cubrían su llegada a Almondsbury.
Hasta sus saludos eran perfectos. Cuando se despedía de un hombre, lo hacía con la mano derecha y, cuando era de una mujer, lo hacía con la izquierda, lo que demostraba su buena educación. A donde iba, Caraboo era honrada. Había personas que se arrodillaban ante ella y hacían todo lo posible por hacerla sentir cómoda.
Las primeras dudas
La comunicación de Caraboo con su entorno era mediante gestos y escribía con gran facilidad de izquierda a derecha, lo que daba a entender que esa era su verdadera forma de expresarse. Para dar un halo de veracidad a su personaje, llegó a indicar que en su país no usaban papel ni lapiceras, sino un lápiz de piel de camello y un papiro.
Pero algo no cerraba del todo. Si bien escribía algunos caracteres que tenían semejanza con el chino y el griego, nadie podía determinar ni la naturaleza de su idioma ni el país al que pertenecía. Los intentos por ayudarla fueron tales, que le buscaban publicaciones en griego, malayo, chino, sánscrito, árabe y pérsico, pero todos resultaban desconocidos para ella.
En el afán de socorrerla, sus escritos circularon entre eruditos en literatura oriental y fueron enviados a la Universidad de Oxford para ser descifrados, pero nadie parecía entenderlos, y los académicos negaron que los caracteres pertenecieran a algún idioma. En vanos intentos por conocer su origen, varias personas le mostraron mapas, mares asiáticos, pero ella insistía en no poder definir de dónde venía.
Algo perplejos con la extraña situación, hubo personas que comenzaron a sospechar de su identidad, y hasta un hombre intentó demostrar que hablaba inglés al acercarse a ella y decirle en ese idioma: “Sos la criatura más hermosa que jamás haya visto... sos un ángel”. Sin embargo, ella logró permanecer impávida, en señal de que no entendía en absoluto aquella lengua.
El misterio se acrecentó cuando la joven fue examinada y descubrieron en su espalda marcas parecidas a las que generan las ventosas. Más tarde, hallarían que los vestigios eran en verdad las cicatrices provocadas por un arma conocida como Cat o’ nine tails, un látigo de múltiples colas que era utilizado para castigos corporales.
La hija de un zapatero que buscaba libertad
La mentira duró poco, y pronto muchos empezaron a preguntarse cómo se había escapado del barco y también se preguntaban cómo esta mujer hablaba y escribía un idioma que nadie conocía. Las dudas ya estaban instaladas y pronto la verdad saldría a la luz.
Solo un par de semanas después de engañar a la sociedad de Bristol, los diarios revelaron la verdadera identidad de “la princesa”: su nombre real era Mary Baker, había nacido en 1792 en Devonshire en el seno de una familia “pobre, pero trabajadora y honesta”. Su padre era zapatero, según The Patriot, y entre sus primeros trabajos, Caraboo había sido tejedora de lanas, se había dedicado a cosechar maíz y había sido empleada en varias casas como servicio doméstico.
Pero Caraboo no estaba preparada para esa vida: deseaba aventuras y no dudó en salir a buscarlas. Primero peregrinó por varios pueblos, donde sobrevivía como podía. Llegó a rasgarse sus vestidos para hacerse pasar por mendiga, dormía sobre heno dentro de graneros, vivió en un convento, tuvo un fugaz matrimonio con un extranjero, trabajó como empleada doméstica y también se unió a una comunidad gitana.
Pero como en estas ocupaciones no tenía la libertad que deseaba, por lo que escaparse era habitual en ella. En un momento, decidió hacerse pasar por hombre y consiguió trabajo como lacayo en una casa de su ciudad natal. Pero no pasó mucho tiempo hasta que fue descubierta, cuando un día le dieron un recado para enviar y quedó atrapada en una tormenta de nieve durante toda una noche. A la mañana siguiente fue encontrada entumecida a la intemperie y, al quitarle la ropa mojada, descubrieron que era una mujer, por lo que fue obligada a dejar su trabajo como lacayo.
Tras deambular nuevamente por distintos pueblos, finalmente ideó un plan a largo plazo: iba a viajar a América para mejorar su calidad de vida. El único problema es que no tenía dinero para costearse el pasaje. Dispuesta a alcanzar su sueño, el azar quiso que viera a tres vendedores franceses, a quienes todos prestaban atención. Lo que había visto era suficiente para crear su personaje ficticio: Caraboo estaba por nacer.
Estaba convencida de que si se hacía pasar por extranjera, podría obtener todo lo que había buscado siendo inglesa, pero que nunca había conseguido. Entonces, con un pañuelo se hizo un turbante y modificó su atuendo para hacerlo parecer extranjero. Luego, fue hacia Almondsbury, decidida a fingir pertenecer a la realeza.
La terrible verdad
Caraboo se sentía cómoda actuando de princesa oriental y todos parecían haber sido engañados, pero poco a poco todo fue desmoronándose. Primero, un hombre que la había ayudado en una de sus innumerables andanzas leyó la noticia sobre la “extraña forastera” en el diario e inmediatamente reconoció a la muchacha, por lo que no dudo en escribirle a la mujer que la había acogido bajo su techo para revelarle la verdad. Por otro lado, la casera de un edificio donde Caraboo había trabajado también la reconoció por la descripción que hacían los diarios de la época.
Todo estaba plantado para que la verdad fuera descubierta. En un intento para desenmascararla, la casera y el hombre fueron invitados a una casa donde estaba Caraboo, quien, al verlos cayó de rodillas y admitió su engaño: había abusado de la generosidad de la gente de Bristol y Almondsbury.
Además de haber sido una impostora, los diarios de la época revelaron que en 1814 la joven había pasado seis meses en la prisión Devon County Bridewell luego de ser condenada por robar ropa.
El viaje a Estados Unidos y su triste final
Dado que no había habido crimen alguno, según BBC, la joven no fue acusada. Finalmente, el 7 de julio de 1817, tres meses después de su farsa, Caraboo logró su cometido y partió hacia Estados Unidos, donde el Caledonian Mercury narró sus andanzas.
En el país norteamericano, Caraboo paseó por Filadelfia, Nueva York y Boston, donde su personalidad rápidamente generó magnetismo y atención pública. Incluso, según informaron los medios, volvió a defraudar a varias personas con su habitual astucia.
En 1824, el Morning Chornicle contó que Caraboo había regresado a su ciudad natal para visitar a su madre. Si bien su personalidad llamó durante varios años la atención de la prensa, poco a poco los medios dejaron de seguir sus pasos y el final de su vida parece más desdibujado.
De acuerdo con lo publicado en el sitio de remates Christies, cuando Caraboo volvió a Inglaterra, se dedicó a dar presentaciones públicas vestida de princesa, pero el interés y popularidad que despertaba fue mermando hasta que la joven debió ganarse la vida vendiendo sanguijuelas. Finalmente, en 1865 falleció en Bristol.
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