Joaquina Ferreyra nació en 2010 y, a los 4 meses, sus padres se dieron cuenta de que no sonreía, su cuerpo era flácido y, al alzarla, era como una "bolsa de papas": no encogía las rodillas, ni flexionaba los brazos.
El pediatra confirmó lo que veían y los Ferreyra empezaron un largo recorrido por consultorios médicos y laboratorios, hasta arribar al diagnóstico: hipotonía generalizada -músculos débiles- con retraso neurocognitivo y trastorno específico del lenguaje mixto. El primer desafío fue aceptar la discapacidad. El segundo fue encontrar el tratamiento de rehabilitación ideal, hasta que alguien les sugirió probar con equinoterapia.
"Los caballos se adaptan a cada paciente"
Joaqui empezó con equinoterapia a los 3 años y los padres notaron enseguida un gran cambio en su estado de ánimo. "Estaba más contenta y con más ganas de hacer sus terapias. De a poco vimos que se sentaba más derecha y que empezaba a balbucear un poco más", detalla el papá, Mariano.
Agrega que había una gran diferencia entre llevarla a un consultorio cerrado, con luz artificial, y acompañarla a un lugar abierto, verde, donde la esperaba "su" yegua, Panchita, para divertirse un rato.
"Después de una sesión de equinoterapia, Joaqui dormía mejor, caminaba mejor, hablaba cada vez mejor y se reía más. Comenzamos entonces a investigar un poco, para ver si solo eran ideas nuestras o si realmente la equinoterapia era tan eficaz", cuenta Mariano.
Descubrieron que la práctica moderna nació a partir de la Primera Guerra Mundial, cuando los médicos detectaron que los heridos que eran trasladados a caballo llegaban en mejores condiciones y se recuperaban mejor que los otros.
Aprendieron que por sus características morfológicas, de desplazamiento y sus atributos sensoriales perceptivos, el caballo es una fuente inagotable de estímulos que favorecen la coordinación motora, el equilibrio y el desarrollo de respuestas autónomas.
Además, los caballos permiten un acercamiento profundo y directo con las personas: el vínculo que propicia con el paciente fomenta los estímulos afectivos, la relación con el propio cuerpo y favorece la sociabilización. Porque los caballos no diferencian ni discriminan, no juzgan, no necesitan hablar para relacionarse, saben esperar, reconocen el cariño y lo retribuyen.
"Los terapeutas nos contaban que los caballos se adaptan a cada paciente según su plan específico de rehabilitación: pueden ir a un paso suave y delicado con una persona, y luego saltar obstáculos y mostrarse briosos con la siguiente", describe Mariano. Esa intuición o versatilidad los hace ideales para esta práctica.
Así nació "El Granero"
Motivados por los avances de Joaqui y por las dificultades que enfrentan las familias que viven de cerca una discapacidad, los Ferreyra decidieron ponerse en acción.
El pasado 3 de mayo, después de 5 años de mucho esfuerzo, inauguraron la Asociación Civil "El Granero", en Pilar, un centro de rehabilitación y equinoterapia pensado para la familia, donde se ofrecen todas las terapias en un mismo lugar, en contacto con la naturaleza y con un abordaje interdisciplinario.
Hoy asisten alrededor de 45 familias, con diferentes condiciones y trastornos. "Vienen pacientes con TEA (Trastorno del Espectro Autista), parálisis cerebral, Síndrome de Down, TGD, ADD, hipotonía, trastornos metabólicos, trastornos alimenticios, entre otros", enumera Mariano. También los visitan personas con estrés postraumático, depresión o problemas de sociabilización.
A través del CUD (Certificado Único de Discapacidad), las obras sociales costean todas las terapias, menos la equina. "Son muy pocas las obras sociales que lo cubren. Por eso, existe una Red Argentina de Equinoterapia -formada por más de 200 centros- desde la que estamos trabajando para que se promulgue la Ley Nacional de Equinoterapia para que sea reconocida como cualquier otra terapia. Este país, que fue fundado a caballo, debería tener esta excelente práctica regulada, como en Uruguay y otros tantos otros países", afirma Mariano.
"El Granero" cuenta además con un Plan de Padrinazgo, a partir del cual se ofrecen tratamientos terapéuticos a niños de familias de bajos recursos, sin cobertura médica. Esto es posible gracias a una alianza con el centro de rehabilitación de la Municipalidad de Pilar, llamado Pilares de Esperanza.
Como Joaquina Ferreyra, seguramente muchos encuentren en el trabajo con los caballos una oportunidad de abrazar sus desafíos y mejorar su calidad de vida.
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