Envidia de Instagram, el nuevo síndrome que padecen los fanáticos del voyeurismo digital
En esta red social de moda, enteramente fotográfica, se impone editar la propia vida para exhibirla ante la mirada ajena
NUEVA YORK (The New York Times).- Hasta que se le ocurrió chequear su cuenta de Instagram, Erin Wurzel sentía que tenía mucho para estar agradecida en estas Fiestas. Pero resulta que una amiga suya había subido una foto, digna de la mesa de Martha Stewart, de su ingenioso salad bar de purés de papas: 15 copas de martini llenas de puré construyendo una pirámide junto a otros 15 cuencos con condimentos caseros. Otra había posteado una explosión carmesí de arándanos rojos saliendo en cucharón de un barril bajo la leyenda "corrida de último minuto al almacén". Una tercera había publicado la foto de su mesa de fiesta en París, con una botella de champagne y la Torre Eiffel iluminada de fondo.
"Se me escapó un suspiro, como a los chicos cuando quieren algo que no pueden tener", dijo Wurzel, una analista programadora de Filadelfia cuyo nombre de usuaria de Instagram es likewantneed ("me-gusta-quiero-necesito"). "Estás mirando tu cuenta y de pronto te llama la atención una foto, y es tan perfecta que lo único que podés pensar es «yo quiero esa vida.»"
Wurzel sufre un caso grave de "envidia de Instagram". Para muchos creativos profesionales, es ya frecuente sentirse abrumados por el esplendor de las imágenes con las que se cruzan en su cuenta de Instagram. Ahí está un amigo haciendo surf en Positano, bajo un furioso atardecer italiano. Y otro postea una foto de un sudoroso Thom Yorke tomada desde la tercera fila de un recital de los Atoms for Pace en Austin. Un tercer amigo aparece tomando champagne en la clase ejecutiva de un avión de Lufthansa camino a Fráncfort, y hay otro que se apiña con varios amigos más frente a una bandeja de sushi en California.
Incluso para quienes están familiarizados con el concepto de "envidia de redes sociales", los sentimientos que despierta Instagram, el mayor logro del voyeurismo de redes sociales, son una nueva forma de tortura. Un sitio fotográfico que hasta tiene filtros estilo retro que permiten convertir cada instante en un momento ideal, y que alienta a sus usuarios a crear perfiles fotográficos de sus vidas con una edición estilo revista de arte.
Mayoli Weidelich, gerenta de marketing, dice que una vez se pasó más de diez minutos editando la foto de un cóctel margarita junto a un plato de tacos en un restaurante mexicano. La intención no era fanfarronear, dice Mayoli, sino que estaba cumpliendo con una de las reglas tácitas de los usuarios de Instagram, que dicta no subir imágenes mediocres y sin editar.
Por otra parte, se espera que quienes miran las fotos se deslumbren y dejen comentarios o les pongan un "me gusta" con forma de corazón. El resultado es una cultura online cuya ética es la de impresionar, y no la de confesar.
Sólo este año, Instagram creció de 80 millones a 150 millones de usuarios globales, convirtiéndose en un fenómeno social. Gracias a los filtros preinstalados, muchos de los cuales confieren a las fotos una suerte de nostalgia predigital que imita el efecto de las lentes antiguas y celuloide, todos lucen un poco más jóvenes, un poco más lindos, y un poco más merecedores de ocupar una tapa de revista.
Ese impulso de puesta en escena es especialmente fuerte entre los jóvenes padres, quienes parecen querer conjurar el espíritu de Norman Rockwell cada vez que enarbolan sus iPhones para sacarles una foto a sus adorables y sonrientes hijos.
Jessica Faryar, madre y ama de casa de 32 años de Seattle, recuerda haber visto una foto en la que una familia "se había hecho traer hojas secas de otro Estado nada más que para que sus hijos pudieran saltar sobre ellas en la foto".
La envidia de Instagram ya ha llamado la atención de científicos como Andrew Przybylski, psicólogo e investigador de la Universidad de Oxford, quienes hasta intentan medir el nivel de MAPA ("miedo a perderse algo") y afirman que Instagram es la más nociva de todas las redes sociales.
Esa no es ninguna novedad para Anne Sage, escritora y bloguera de 31 años de Los Ángeles, que sigue a más de 1000 personas en Instagram, y que por lo tanto tiene más de 1000 ocasiones de sentir que se está perdiendo la mejor fiesta de cada fin de semana. "Es increíblemente doloroso enterarse por las redes sociales que los amigos o colegas se reunieron por algo y una no está invitada", aseguró Sage. A menos que 150 millones de usuarios decidan abandonar Instagram en masa y al unísono, el posible que esa envidia se convierta en una epidemia incurable.
Pero tal vez exista un bálsamo para esas heridas. Ayuda mucho cuando los amigos declaran un cese de hostilidades. De hecho, muchos hijos dilectos de Instagram están aprendiendo a controlarlo, adoptando sus propias reglas de etiqueta. "No subo fotos de mí mismo", detalló David Coggins, un sofisticado escritor neoyorquino. "Mi opinión es que hay que evitar los trofeos: ni fotos de una botella de vino caro, ni de un salmón de antología, ni de una suite en un hotel de Francia, ni del asiento de primera clase del avión-agregó Coggins, de 38 años-. Pero si se trata de algo excéntrico, ya es otra cosa. Por ejemplo, si ese avión privado es un hidroavión que nos va a depositar en una laguna remota en el norte de Maine. Esa sí es una experiencia genuinamente única y con onda."
Y después está Heather Fink, la cineasta amiga de Benincasa, cuyas aparentemente mágicas aventuras llegan como un eco hasta el mostrador de una farmacia del sur de California.
Fink, de 32 años, dice ser muy consciente de lo antipática que puede ser la gente en Instagram, y trata de no ser uno de ellos: "Está lleno de fanfarrones odiosos que postean mensajes encubiertos tipo «Hola, no estás invitado a mi maravilloso algo»". Para no caer en eso, Fink trata de alivianar sus envíos desde lugares exóticos con toques de humor, como cuando posteó las fotos de un hombre paseando chanchos en el Festival Internacional de Cannes, en vez de subir la foto de alguna celebridad.
Su intención, explica Fink, no es inspirar envidia, sino simplemente servir de inspiración en general. "Si algún post mío hizo sentir mal a alguien-dijo Fink- yo le recordaría que el mundo también es su hueso, y que lo mejor que puede hacer es empezar a roer".