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Ocurrió en el marco de un operativo de castraciones en Sarandí, zona sur de Buenos Aires. Sobrevivía en una colonia donde los vecinos los espantaban a patadas o tirándoles agua cuando él y sus pares pedían comida. “Entró solito a la jaula trampa que habíamos dejado en el lugar. El objetivo era castrar y soltar, para que la colonia no aumentara en cantidad de miembros”. Esa fue la simple razón que llevó a Valentina, a cargo del operativo, a pensar que Orión quería irse de aquel triste lugar para no volver jamás.
Corría agosto de 2023 cuando lo recibió Daiana, voluntaria de Gatitos de Belgrano -la agrupación de ese barrio de la ciudad de Buenos Aires que se puso a disposición para darle a Orión una nueva oportunidad-, con mucha experiencia en transitar gatitos de todas edades y condiciones. “Desde el primer día Daiana le mostró a Orión que no todos los humanos somos iguales, que podía jugar, tener comida rica durante todo el día y que, fundamentalmente, podía ser un gato respetado y amado”, recuerda Valeria Anselmi, miembro de la agrupación.
“Tenía profundas heridas emocionales”
Sin embargo, a medida que pasaban los días, Orión no lograba entrar en confianza y relajarse. Pasaba la mayor parte del día escondido, no se dejaba acariciar y, por el estrés, empezó a lastimarse a sí mismo. “Se lamía y rascaba compulsivamente y se generaba heridas profundas. Había días en los que su sangre quedaba salpicada en todos lados: paredes, pisos, cortinas. Las causas que identificamos eran miedo, estrés, angustia, desconfianza, vulnerabilidad y una profunda tristeza”. Además, era imposible llevarlo a la veterinaria o llamar un profesional que lo visitara a domicilio porque Orión sentía que estaba en riesgo.
“Sentíamos que no sólo sangraban sus heridas del cuerpo, Orión también tenía profundas heridas emocionales, las heridas de ese pasado cruel que tanto había dañado su alma noble. Todos lo sabemos, amor y paciencia, esa receta nunca falla. Y fue lo que pusimos en práctica”, dice emocionada Valeria. Además le sumaron las terapias de Malena Ibañez -que es terapeuta holística- y le dieron flores de Bach en el agua para que se relajara.
“Parecía deprimido”
Mientras esperaban con paciencia y mucho amor que Orión se animara a confiar en las manos que querían ayudarlo, hicieron un nuevo intento con un cambio de lugar de tránsito. “Ese día, en medio de algunos rugidos y zarpazos, envolvimos a Orión en una manta y lo llevamos a mi casa. Estuvo dos días casi inmóvil: parecía deprimido, su herida sangraba, comía poco pero se entusiasmaba con el atún y también se dejaba acariciar la cabeza. Pedimos turno en la veterinaria, le dimos una medicación especialmente indicada para casos así, y cuando hizo efecto, fuimos a la consulta que incluyó inyectables varios, medicamentos, una crema para aplicarle en la herida más el compromiso de volver en diez días”.
El tratamiento empezó a hacer efecto. Seguir al pie de la letra las indicaciones del veterinario y sumar las diferentes terapias que proponía Malena Ibáñez (sesiones de Reiki a distancia para calmar su ansiedad, péndulo hebreo para augurarle una vida feliz y los goteros de flores de Bach), condujo al camino que todos buscaban.
De a poco, Orión miraba a Valeria a los ojos y su expresión hablaba. “Cuando queríamos tocarlo, su primera reacción era esconderse pero después, se relajaba. Cambió su mirada, cambiaron sus gestos, y siempre con la ayuda de la medicación, volvimos a la veterinaria para continuar con el tratamiento de su herida. En la segunda visita le hicimos hemograma completo, incluyendo PCR de virales, y todo dio muy bien más allá de algunos valores que tenían relación con su herida”.
“Sentía que estaba presenciando un milagro”
Ya había pasado un mes y Valeria pronto empezó a notar que Orión se desesperaba por “saludar” a las gatitas de la casa, Bellota, Bombón y Burbuja de diez años. Por eso, con mucho cuidado, los gatos comenzaron a interactuar. Muy despacio, como se hacen las adaptaciones de gatitos, y más de adultos. Él estaba empeñado en agradarles, aguantaba todos los desplantes y desaires de las hembras. Insistía, una y otra vez, hasta que se fue ganando un lugar en la casa.
“Recuerdo muy bien una tarde en que lo vi amasar un almohadón y mirarme a los ojos. Entonces le pregunté: ¿te querés quedar en casa para siempre? Y él me dijo que sí de la forma en que hablan los gatos. Ahora se dejaba acariciar la cabecita, también su cuerpo y empezó a ronronear cuando mi marido o yo lo acariciamos. Nunca olvidaré ese primer motorcito, sentí que estaba presenciando un milagro”.
Orión esta cerca de cumplir los dos años. Disfruta el tiempo que pasa son sus hermanas: las sigue, les deja que se coman su atún o sus sobrecitos (ama la comida húmeda), se acuesta al lado de ellas y queda quieto como haciéndose el distraído para que no lo peleen. A veces, tiene suerte, y las hermanas le dan algunos besitos de nariz.
También a Orión le gusta mucho jugar con los gatitos bebés que Valeria tiene en tránsito, es como una especie de papá para ellos, es muy dulce y los entretiene. Una vez que los bebitos están despulgados y desparasitados, queda en manos de Orión el proceso de socialización. “¡Lo hace muy bien, es una parte muy importante del equipo de tránsitos y hace su aporte”.
Aunque Valeria rescata y rehabilita gatos hace más de siete años, reconoce que el proceso de adopción de Orión le enseñó que hay personas que son incondicionales, que al momento de salvar, de dignificar, de dar valor a una vida que fue invisible, están ahí y no abandonan. “Son las personas que te sostienen en los fracasos y en las fallas, o en lo que parecen serlo, y caen con vos y luego te levantan. Daiana y todos los chicos que hacen tránsitos para Gatitos de Belgrano, Malena Ibañez, mi familia siempre pendiente de cada rescatado. Ellos son esas personas”.
Conmovida hasta las lágrimas, asegura que Orión le enseñó a ser paciente, a mirar a los ojos, a respetar los tiempos y los procesos, a leer los gestos y tratar de entenderlos. Le enseñó que hay que hablar con los gatitos, pedirles, ofrecerles, contarles los planes que uno tiene para ellos, compartir las emociones. “Ellos entienden y toman decisiones. Orión es un ser infinito, profundo, que un día empezó a entregarse al amor y que aún está evolucionando en ese proceso. Hubo días rodeados de oscuridad, no veíamos el camino, pero teníamos una certeza: debíamos continuar. Eso me enseñó Orión, a continuar, a insistir, a pedir ayuda, a buscar caminos nuevos y aceptar que fue él quien nos eligió como su familia”.
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