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Bajar los brazos no era en ese entonces una opción. Por eso, cuando le propusieron entrenar aquella nueva disciplina cuyo nombre intimidaba al más preparado de los artistas, no dudó en aceptar la oferta. No se trataba únicamente de ejercitar una nueva destreza física, sino que requería también un entrenamiento mental que hasta ese momento no había conocido. “Soy súper luchadora y cabezona. Cuando quiero algo, voy por eso. Por mi personalidad voy a fondo, no me permito quedarme con la duda ni pensar, ¿qué hubiera pasado si no lo intentaba?”.
Criada en el barrio porteño de Belgrano, en el seno de una familia que nada tenía que ver con las disciplinas circenses, Josefina Oriozabala (29) siempre fue una niña muy activa e inquieta. Había algo en ella que, de alguna u otra forma, la llevaba a querer colgarse de todas partes. Por eso, su madre la inscribió en una escuela de gimnasia. Pero fue a sus diez años, cuando el novio de su hermana mayor le regaló un DVD de un show de Cirque du Soleil, que su vida cambió para siempre. “Pensó que me iba a gustar porque yo era gimnasta. Vi ese DVD y tuve una sensación que recuerdo hasta el día de hoy. Sentí que los artistas eran literalmente de otro planeta. Me frustré porque me sentía un ser humano normal y ellos eran como de otra raza”.
“Fue duro, tuve que volver a Argentina”
Fue gimnasta desde los 9 hasta los 16 años. Una entrenadora ucraniana, su paso por el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD) y ser perseverante, forjaron su carácter. Integró la Selección Nacional Argentina como parte del equipo de gimnastas rítmicas. A los 17, guiada por su necesidad de mantenerse siempre en movimiento, comenzó a estudiar acrobacia aérea en la escuela de Flavio Mendoza y se especializó en las disciplinas trapecio, cintas y aro.
“Flavio Mendoza vio luz donde todavía no había. Él me enseñó a trabajar, a ser artista y a pararme en un escenario por primera vez”. En forma simultánea, estudió danza. Eso la habilitó para hacer diferentes trabajos en la pista de circo pero también en la televisión y el teatro. Tenía entonces 17 años, asistía al colegio por la mañana y, de noche, recibía los aplausos del público que se deleitaba con sus shows en el teatro. “Era una locura”.
Lentamente las puertas en su profesión se fueron abriendo. Viajó y trabajó en diferentes shows de Argentina y el mundo. Fue parte de diferentes obras de teatro y tuvo la oportunidad de trabajar en los programas de televisión Bailando y La Academia. Hasta que en 2018, algo que parecía muy lejano finalmente se convirtió en realidad: pudo audicionar para ser parte del prestigioso Cirque du Soleil. Fueron los dos días más difíciles de su vida.
Instancias de fuerza, actuación, flexibilidad, baile y otras destrezas fueron las pruebas que tuvo que superar hasta quedar seleccionada junto a otros 14 postulantes de todo el mundo. Desde ese momento todo ocurrió con una velocidad impensada. Josefina firmó su primer contrato para la temporada 2019. El lugar de trabajo fue en una compañía de cruceros. Allí estuvo nueve meses.
“Me volvió el alma al cuerpo”
En 2020 renovó el vínculo laboral con la compañía. Viajó a Canadá a hacer la preparación pero la sorprendió la pandemia. “Ellos actuaron con mucha velocidad y nos mandaron a nuestros países de origen. Yo tenía un contrato de todo el año, éramos 200 artistas volviendo a nuestras casas. Fue duro, tuve que volver a Argentina. A principios del 2022 me fui a probar suerte a México. Estuve trabajando un tiempo allá, después en un barco y en enero de este año me llamaron para el espectáculo Bazzar. Me volvió el alma al cuerpo”.
Aunque Josefina había sentido la pausa de la pandemia como un golpe duro en su carrera, fue en esos meses de incertidumbre que tuvo contacto con una nueva disciplina para sumar a su amplia lista de destrezas. Conocida como suspensión capilar, es una de las prácticas circenses más ancestrales. De orígenes poco claros -algunos dicen que es oriental y proviene de China, otros de Sudamérica- tiene una fuerte impronta espiritual que da al espectáculo un aura especial. Se trata de un acto acrobático por el que el artista queda suspendido en el aire y sujetado únicamente por su cabello.
“Es impactante, la gente se queda muda cuando digo que me cuelgo del pelo. Pero es una disciplina que elegí. Justamente me llamaron porque hacía eso. Hace como dos años empecé a probar y me súper gustó”. Para que Josefina pueda mantenerse segura a más de ocho metros sobre el nivel del suelo, se hace un peinado especial (demanda unos 40 minutos) que se engancha con unas pequeñas cuerdas y una argolla que la llevan hacia el aire. Todo el peso está sostenido por su pelo y cuero cabelludo.
“Entro en un estado meditativo”
No es tan sencillo como parece. A Josefina se la ve sonriente y en pleno disfrute durante los cinco minutos en que literalmente se encuentra en el aire. Pero la procesión va por dentro. “Es doloroso. Pero llega un momento en el que uno se acostumbra. El umbral del dolor se amplía y luego da paso a un estado casi meditativo. Inevitablemente hay días que me duele más que otros. Es una disciplina muy espiritual a diferencia de otras, así me la enseñaron. Por eso, antes de salir al escenario necesito meditar y estar enfocada en lo que voy a hacer”.
La vida de circo es exigente, estricta y abarca diferentes formas en las que se tiene que cuidar el artista. La jornada comienza antes del mediodía: todos los días se entrena y, los días de función, cuatro horas antes del show comienzan los preparativos. Maquillaje, entrada en calor -en su caso, con especial énfasis en cuello, espalda y hombros-, peinado, vestuario. “El ritmo es tan exigente que, si uno no tiene disciplina, no lo puede sostener. Y aplica a todo: entrenamiento, alimentación, dormir bien. El cuerpo es nuestro todo y ahí se refleja lo que sale de nuestra mente. Es un estilo de vida, un trabajo físico y mental diario”.
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