Vive en un barrio cerrado, pero compone personajes grotescos de universos extremos. La madurez, el matrimonio y la paternidad de un artista que llevó la esquizofrenia al living de Susana Giménez.
Todos conocemos el living de Susana, esa iluminada sala de uso múltiple revestida en plantas de plástico, cuerina color crema y tapizado animal print. Cualquiera que en algún momento haya alcanzado un mínimo de relevancia en términos de fama o notoriedad local puede pasar y sentarse en el sofá. Es un club cada vez más admisivo, al que sólo algunos podrán acceder más de una vez, pero al que todos alguna vez podrán acceder: ídolos en promoción, candidatos en campaña, presidentes peleando el descenso, estrellas internacionales desvanecidas, deportistas en actividad y retirados, celebridades de cabotaje, ilusionistas y todo un circo de freaks que podría llegar a comer vidrio, escupir fuego o lucir los implantes mamarios más pesados de la historia para estar allí, en El Living. Y El Living los recibirá a todos, porque es un poco de todos y todos somos sus anfitriones. Es un living enorme y, sin embargo, un día no tuvo más espacio para Pitito. A diferencia de lo que surgía con Mamá Cora, de Antonio Gasalla, la interacción de la anfitriona estrella con esta criatura de Favio Posca no se basaba en gags sobre actualidad vernácula. Lo que se vio fue una serie de desconcertantes charlas entre nuestra diva federal junto a un paciente psiquiátrico, extremadamente medicado, ocasionalmente violento, que discute en simultáneo con voces que solamente él escucha. Este personaje, magistralmente confeccionado –tierno, gracioso y border–, apareció en El Living como una jugada arriesgada para arrimar público joven, pero incomodó a la Asociación Argentina de Ayuda a la Persona que Padece de Esquizofrenia y su Familia (apef). Ellos, que, como todos, se creen un poco dueños de El Living, le solicitaron a Telefé la desaparición de Pitito, argumentando que generaba "más dolor a las personas y familias que padecen sufrimiento mental".
"Mirá vos. Con un hecho artístico ofendí a alguien. En un punto es halagador. Pero la verdad es que me sentí discriminado", dice Posca, serio, a un mes de la despedida de Pitito de la pantalla chica. "Sabía que podía llegar a pasar. Pero no pensé que sucediera tan fuerte. Un psicótico les resultó ofensivo, fuerte, triste. No era mi intención. Pero yo soy yo y hago lo que hago. Y lo que hago, a los que ven a Susana en su living, un público mayor, no le gustó." Aunque suene terminante, el padre de Pitito cranea otro personaje que pueda entrar en El Living sin generar demasiado revuelo y cuenta con Su apoyo ("Siempre quiso que trabajara con ella. Es fan mía, me confesó hace tiempo en una cena") y con el de su propio descubridor, Nicolás Repetto ("la otra vez almorcé con él y me dijo: «¡Vos podés Favio!»"). "Quiero hacerlo porque fue una experiencia muy buena, pero todavía no puedo entender cómo la gente se puso así", exclama y en defensa de Pitito desafía: "Mi pregunta es: ¿les ofende ver un psicótico en un programa? Si alguien tiene un pariente parecido a Pitito… ¿Lo oculta? ¿Qué pasa si yo ahora te confieso algo: que pitito es el verdadero Favio y yo soy una actuación que inventé para que no me discrimine la sociedad? ¿Qué saben de mi historia? ¿Qué saben de lo que a mí me pasó? ¿No será que a la hora de irme a dormir yo soy Pitito y ahora me siento discriminado, porque no me permiten ser como realmente soy?" No será la primera ni última vez que nos enfrentemos a la duda retórica de cuánto de Posca hay en sus personajes.
La historia de cómo este marplatense nacido en 1966 ganó su lugar móvil dentro de la tevé comienza en De la cabeza (1992), germen del humor Cha Cha Chá, y recorre Nico, hasta Son de Fierro (2007), la última de tantas colaboraciones con Adrián Suar. Puede tener un gran logro radial –los diez años de He perdido mi malla por Rock&Pop–, pero Favio tiene su living en el teatro. Su último unipersonal, Los quiero muchísssimo, está bautizado con el latiguillo de Pitito. Que no engañe esta ausencia en la tele, porque él y todos los enanitos oscuros de la mente de Posca salen a narrar los universos grotescos de los que provienen: el abogado cocainómano Angelito, el proxeneta trotamundos –también cocainómano– El Perro, el travesti experto en mamadas Mirsha y Culo, esto es, Posca de nalgas desnudas al público, simulando una tocata de armónica con sus glúteos. Todos recibidos a sala llena en el Paseo La Plaza, agotadas todas las funciones con tres semanas de anticipación. A muchos les sorprenderá saber que este creador de seres no aptos para televisión es también un hombre de familia, alejado hoy del universo nocturno y en la etapa más luminosa de su vida: "Me sorprende lo que pasó con Pitito porque yo antes estaba más reaccionario. Mis personajes eran más descarnados y ahora lo llevé todo a un lugar más de la risa. Se ve que soy el mismo salvaje de siempre".
Mientras ante sus interpretaciones de lenguaje triple x algunos se levantaban horrorizados de sus espectáculos, otros se sumaban como un público fiel y creciente. "Hoy todos se agarran la panza de la risa. Entienden el lenguaje. El boca a boca me ha ayudado de una manera increíble. Que esté en una etapa menos oscura tiene que ver con un momento de mi vida que me inspira esto, no significa que yo vaya a dejar de tener mi borde, claro." Con su "borde" se refiere justamente a que la temática sigue siendo la misma: "El comportamiento humano frente al sexo, la droga y la locura", abordada con la crudeza violenta que caracteriza el estilo Posca. "En conclusión: Pitito está allá arriba y yo también. La obra puede llegar a durar diez años como viene, pero siento que me puedo ir mañana. Algo que siempre me preguntan los productores de teatro es: «¿Por qué te vas con sala llena?»".
Brando: ¿Y por qué es?
Posca: Porque soy así. No quiero colgar un cartel que diga: "Octavo año consecutivo, más de cinco millones de espectadores". ¿Para qué? ¿Por el número? No. Yo necesito hacer música nueva, videos nuevos, textos nuevos. Vivir renovándome, ésa es la clave.
Favio Juan Manuel Posca pasó su infancia en La Falda, Córdoba. "Me crié en plena montaña, con muchos amigos. Allá la realidad formaba parte de una fantasía en mi mente. Podía jugar a ser cowboy con caballos de verdad", cuenta. Hijo de un maestro mayor de obra y de una ama de casa, a los 12 años se mudó a Mar del Plata con su familia y a los 23, a Buenos Aires para estudiar teatro. Su currículum inquieto revela formación en el San Martín, el Parakultural y el Centro Cultural Rojas, con lecciones de danza, acrobacia y pantomima. Además de sus seis unipersonales, incluye papeles secundarios en cine y televisión, generalmente queribles, excéntricos y ambiguos, como él. Se despega de cualquier escuela a la que se lo pueda asociar: "Siento que no soy un humorista. No me identifico como un tipo que hace humor. Lo mío no tiene que ver con el remate, lo mío es la narración. Me encanta que la gente se ría de algo que no es humor. Ni siquiera es humor negro y mucho menos absurdo."
Brando: ¿Grotesco?
Posca: No sé. Me subo a lo dramático para cabalgar la risa, no sé bien cómo hago lo que hago. A la vez también recuerdo a mi viejo contándome anécdotas, tenía una forma de narrar muy particular. Era muy chiquito y yo siempre le pedía que me contara una anécdota. No me acuerdo cómo se lo pedía. Pero se trataban de historias verídicas de él y sus viajes en moto por la ruta. Veía la película que él me contaba. Y creo que mi estilo cinematográfico para contar historias con los personajes que compongo sale de él.
Brando: ¿Y tus profesores?
Posca: Si tengo que recordar uno es el primero con el que estudié teatro en Mar del Plata. Era un francés que había venido a la Argentina. Arranqué en la Alianza Francesa estudiando francés por él, quería hacer una obra completamente hablada en ese idioma. Ahora lo manejo a full.
Brando: Ahí conociste a María Luisa, tu actual esposa…
Posca: Sí. Ella es psicoanalista y en ese momento pensaba irse a estudiar a Francia. Al final, ni ella se fue a Francia ni yo hice la obra en francés, pero flasheamos los dos y estamos juntos desde entonces.
Los créditos de Los quiero muchísssimo listan a María Luisa Callau como "emperatiz creativa". Con ella Posca tuvo dos hijos, Manuela de 14 años y Rocco de 8, y con ella todavía concibe sus textos y personajes. Los cuatro viven juntos en una casa en un barrio privado de San Isidro que, cuenta Favio, es el lugar que les permite tener la vida que quieren sin alejarse de la gran ciudad. La cara del padre amoroso y la del analista de los vicios se superponen, aunque el shock inicial de imaginarse a Posca, que en el fondo tiene algo de todos sus deformes personajes, en vida familiar se desvanece cuando relata momentos de un día típico: "Salgo a correr con mi perro, ando en skate con Rocco o en rollers con Manuela. Compartimos mucho. Siempre ando con ellos. Por eso me resulta un poco ridículo el Día del Padre". ¿Cómo este superhombre logra conjugar en un día todas sus actividades extracurriculares (radio, tevé, teatro y training) para cumplirlas en tiempo récord? Un poco lo explica su odio por los semáforos y la espera que representan. ¿Entonces la clave del éxito es un estilo de vida a 120km/h? "La verdad es que no paro, me gusta vivir así."
Brando: ¿Cómo se logra un matrimonio exitoso?
Posca: A veces nos miramos con Luisa y decimos: «¡Veinte años! ¿No será mucho?». Estamos bien, con todas las idas y vueltas que puede tener una pareja y con todos los defectos que puede tener uno que le puedan llegar a molestar al otro. Y que día tras día nos esforzamos por cambiar. Pero si estamos juntos a esta altura es porque también son más fuertes las ganas de estar juntos que nuestros defectos.
Brando: ¿Y en qué tenés que ceder usualmente?
Posca: Yo ya no sé si voy a cambiar tanto. Los vicios y las cosas que uno tiene son medio imposibles. Podés cambiar por el otro, pero lo importante es estar atento. Cuando yo no estoy atento es cuando caigo grosso en lo que a ella no le gusta. Me dejo llevar. Cuando uno está atento lo controla, y pone al otro como prioridad. Lo importante es estar atento si te interesa el otro y sacar lo mejor de uno y de la relación para que el interés continúe.
Brando: ¿Cómo interfiere tu hiperactividad y ambición profesional en la pareja?
Posca: Es que ella desde lo artístico es una gran inspiración. Es alguien que no compite contra lo que hago. Es difícil encontrar eso, ¿no? Ella tiene una gran personalidad para que desde la estética pueda ordenar lo que yo tengo en la mente. Así que trabajamos como un equipo en eso y en todo. Vamos en una nave y tomamos las decisiones juntos. Trato de ayudarla bastante, en lo que puedo. Mi profesión por ahí me permite dormir hasta tarde o no tener horarios, así que si le tengo que hacer la gamba con algo, se la hago.
Brando: Y también te hacés tiempo para ser un padre presente.
Posca: Parece que no, pero el día es largo y hay tiempo para todo. Yo prefiero darle bola a mis hijos antes que dejarlos con alguien. Ya demasiado con que hagan doble turno en el colegio. Prefiero que nos quedemos en casa y tomemos un vino antes de ponerme a ver con quién los dejamos y no compartir tiempo con ellos.
Brando: Debe ser raro verte impartiendo autoridad.
Posca: Por suerte no me dan problemas. En todo caso es todo lo contrario, ellos me ponen límites a mí porque los jodo todo el tiempo. Los cargo, los cargo y los cargo y se hacen las diez de la noche y mi esposa me dice: «Dejalos tranquilos que tienen que dormir, no los excites». Y yo me quedo dando vueltas mirando la tele, les como sus postres, ja, ja. Tengo una relación muy natural de juego y de contención, cuando tengo que ponerles un límite se los pongo. El afecto y la comunicación son importantes. Para mí la clave de la educación de los hijos es enseñar, estar y confiar. Eso delega una responsabilidad en el otro sin una sobreprotección asfixiante. Si alguno se equivoca se lo digo, la adolescencia no es fácil, lo digo yo que todavía soy un adolescente.
En el transcurso de la charla, Posca va a mencionar más de dos veces que tiene 40 y es probable que tenga más que ver con su falta de noción del paso del tiempo, que con un intento vanidoso de redondear su edad dos años para abajo. Se autodefine como moderno y milita una visión antinostalgia: "No me concentro en el pasado en ningún nivel. Tuve demasiado de lo viejo en mi infancia por eso ahora no soporto el vintage. Objetos antiguos, relojes de péndulo y cosas muy viejas, tuve todo eso de chico, y por eso voy a la inversa". Para él, el dilema de conservar la desfachatez después de los 40, común a Mario Pergolini y otros de los referentes adultos del público joven, es sorteable.
Brando: ¿Te sentís más interpretado por los jóvenes que por tus contemporáneos?
Posca: Definitivamente. Y no me propuse nunca que me siguieran los jóvenes. Tiene que ver con mi forma de ser. La gente joven entendió el desarrollo de arte que expongo. Siempre fueron los que más se coparon y eso es algo que valoro, de hecho es lo que más valoro. Más allá de cualquier crítico que no me entienda. Por suerte, la sangre se viene renovando siempre.
Brando: ¿Cómo te encuentra la madurez?
Posca: Estoy seguro de que a mis 20 tenía mucho menos estado físico que ahora. Yo soy un tipo que revierte la evolución del paso del tiempo. Transformo la edad para mejor. Ojalá los seres humanos podamos aprovechar la experiencia y la edad sin mirar el tiempo. Trato de no cometer los errores del pasado. No soy coleccionista de álbumes de fotos. El pasado no me interesa salvo para ver los errores que no debo repetir. Pienso así a nivel personal y a nivel sociedad. Desde el palo que me he pegado haciendo deporte, que ya no me lo quiero pegar más, a pendejadas varias. Me pongo la meta de ir mejorando todo el tiempo. El año pasado empecé a tomar clases de yoga. Y ahora tengo un año y me duele menos el cuerpo. Desde otro lugar, uno pierde miedo al tiempo.
Brando: ¿Te ves con tus amigos de la infancia?
Posca: Tengo contacto con cuatro o cinco, pero más que nada con dos. Uno se dedica al deporte y el otro a los negocios. Pero nos juntamos y nos podemos cagar de risa igual. Otros están que ni los reconozco. Han crecido, algunos están pelados y gordos. Es increíble cómo el tiempo va cambiando las cuestiones psíquicas y el cuerpo. Cuando me los encuentro, por ahí no sé inmediatamente quiénes son. Para mí es un flash.
Brando: ¿No guardaste nada de tu pasado? ¿Algún recuerdo de tu ascenso?
Posca: Me acuerdo de todo, pero no guardo nada. Y mi mamá tampoco. Si me coleccionara le pediría que lo tire. Soy bastante fóbico a tener nostalgia. La nostalgia significa pérdida de tiempo para mí. No va para adelante. Trato de escaparme. Lo mismo que escuchar una canción que me traiga tristeza, eso es una boludez y la gente cae mucho en eso. Hay mejores cosas para hacer.
Un hiperactivo monotemático no es más que un workaholic. Fiel a su conducta esquizo, Posca busca la variedad. Fuera del trabajo practica varios deportes extremos (skate, surf, jet-ski, parapente) y le dedica tiempo considerable al cuidado personal: además de yoga, sale a correr a diario y entrena. "Necesito adrenalina, eso me mantiene bien y en forma para hacer lo que quiero." Reconoce que no siempre fue así, ni en la vida ni en el teatro. "Recuerdo que el unipersonal Mamá está presa no fue un éxito comercial. Pero para mí fue una obra genial, una performance europea, muy heavy. En ese momento de mi vida no tenía muchas ganas de hacer reír a le gente. Veía todo más drástico y descarnado. Me importaba eso y nada más." ¿Qué pasó? "Me di cuenta de que un día malo siempre se puede revertir."
Brando: ¿Disfrutás de la ropa?
Posca: Sí, me encanta, me gusta sentirme bien conmigo mismo, no me da lo mismo una cosa que otra. Me gusta combinar los colores y soy bastante marquero. Me gusta que esté buena y tenga onda. Soy bastante mujer a la hora de elegir; puedo estar un rato eligiendo qué ponerme, hasta para ir al gimnasio veo qué remera me combina con la calza.
Brando: Imagino que te han dicho "ambiguo".
Posca: ¿Sexualmente? Sí, muchos pensaban que yo era puto o drogadicto. Ahora porque me conocen más tal vez no lo crean. Pero tampoco me molesta. Hay mucha gente que sale del teatro y dice: "Este es re gay" o "Mirá qué duro que esta. ¡Cómo toma!". Todo forma parte de la fantasía. Puede ser efectivamente todo lo contrario.
Brando: ¿Hay algo de cierto en el mito de que los que hacen reír tienen mal humor?
Posca: Yo soy bastante ciclotímico. Soy malhumorado por momentos. Pero ¿viste en los Juegos Olímpicos cuando al deportista le duele un músculo y lo estira y lo relaja, para calmar el dolor? Bueno, así es la vida. Hay que focalizarse en cambiar y salir de esos estados de malhumor para no arrastrarlo todo el día. A veces no hay razones para que uno esté malhumorado, entonces hay que tomarse un mate, salir a tomar aire o, mejor, salir a correr.
Brando: Es el poder de las endorfinas.
Posca: Exacto. Si no lográs estar mejor por razonamiento, poné el cuerpo. Yo ahora tengo una barra en casa y hago cuarenta dominadas de diez. Después preguntame si se me pasó el mal humor. Uno puede cambiar la energía, hay que estar atento a lo que le molesta y cambiarlo.
Brando: El éxito debe ayudar bastante.
Posca: El éxito en mi caso siempre fue sentir que hago algo con autenticidad. Creyendo absolutamente en lo que hago y que eso guste. Trato de darme cuenta de que tener éxito no tiene por qué ser normal. A los tres meses que escuchás a la productora ejecutiva decirte todos los días que tenés el teatro lleno, uno se acostumbra. Y trato de no hacerlo para poder valorar el día a día. Siendo un outsider eso se valora más. Una vez mi hija Manuela lo resumió bien. Era muy chiquita y no entendía qué hacía yo, era por la época de Nico, la llevaba en una bici con un carrito adelante. Y en un momento me paran para saludarme y ella se quedó pensando y me dijo: "Papá, a vos todos te quieren", y fue genial, porque yo siento eso, que más allá de lo que haga, en el fondo todos me quieren y me encanta.
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