Entre ensaladas y sopas, dos lugares emblemáticos de Seinfeld
NUEVA YORK.– Nadie puede decir que los personajes de Seinfeld comieran particularmente bien, pero nadie puede dudar de que comían como verdaderos New Yorkers. La serie sobre los más neoyorquinos de lo neoyorquinos se filmaba –en lo que parece una paradoja totalmente– en Los Ángeles. Pero eso no impide que se pueda hacer, en la Gran Manzana, un recorrido de los dos restaurantes más emblemáticos que aparecen en la serie, cuyos interiores luego se reproducían, libremente, en los estudios de Hollywood.
Los productores y guionistas, Seinfeld mismo y Larry David, conocían como nadie la Gran Manzana. Por esa razón, los bares y restaurantes que eligieron para la más famosa "comedia sobre nada" no solo eran perfectos ejemplos de lo que los habitantes de esta ciudad –con sus departamentos mínimos con cocinas que nadie recuerda cómo encender– usan como segundo hogar. Eran, además, tan auténticos que tenían gran vida antes de la serie y la siguen teniendo.
Todo tour de Seinfeld solo puede comenzar en el diner donde la mayor parte de las discusiones insustanciales, que eran el corazón del programa de TV, se desarrollaban. Una imagen de su fachada con luces de neón azul y rosadas, y su emblemático letrero que solo decía restaurant, anunciaba que Jerry, George, Elain y Kramer se iban a sentar a desplegar su ingenio, mal humor e ironía. Claro que esto ocurría entre repetidas tazas de café, la big salad o un sándwich de atún sobre el que nunca lograron ponerse de acuerdo si tenía o no un dejo de sabor a limón.
El diner se llama Tom's (Monk's Cafe en la serie), y queda en la esquina de Broadway y la calle 115, en Mornigside Heights, la zona alrededor de la Universidad de Columbia que es el Upper West Side para los intelectuales burgueses y progresistas emblemáticos del barrio –o Harlem para quienes quieren darle un giro más alternativo y con onda–; en la serie se lo ubica en el corazón del Upper West Side, donde vivían todos los personajes.
Adentro de Tom's, fundado en los años 40 por la misma familia grecoamericana que lo maneja hoy, no hay mayores cambios respecto a como Seinfeld y David lo conocieron: butacas coloradas en los boxes, bancos altos redondos giratorios en el bar, una caja registradora enorme donde se paga al final. Si uno pide un café, el mozo va a regresar a rellenar la taza constantemente sin cargo extra, de hecho más lindo y luminoso que la versión de la TV. Hay huevos a los que todo el mundo agrega salsa Tabasco, hamburguesas, pastel de manzana con helado de vainilla, milkshakes gigantes y especialidades griegas.
En el fondo hay un letrero que indica dónde se entregan los pedidos para llevar. Uno de los episodios que es imposible no recordar muestra allí a George, que compra una ensalada para llevar a una comida, que su novia entregará a la dueña de casa, quien le agradece solo a la novia y George romperá con ella por no haber dicho algo en el sentido de que la ensalada había sido comprada por George. "¡Lo único que yo hice fue entregar un paquete!", se defiende la novia. Como ocurre tantas veces con la serie, por un lado uno siente espanto ante el egoísmo de los protagonistas y su falta de tolerancia ante las pequeñeces de la vida cotidiana. Pero, por otro, ¿quién no se sintió alguna vez un poco como George, ofendido por ser injustamente excluido de los agradecimientos de una nimiedad, que jamás confesaría?
Pero cada fan de la serie seguramente tendrá su propio episodio favorito para revivir en Tom's, porque Seinfeld está presente por todas partes. Hay un gran retrato de Kramer, fotos autografiadas de los cuatro amigos, recortes de diario enmarcados y, en el verano, las mesas en la vereda están protegidas por unas lonas con los nombres de los protagonistas. Pero, asimismo, cuelgan de las paredes fotos del equipo de básquet femenino de Columbia y del equipo de remo de los varones. Tom's es parada obligada de los policías del barrio, y hay escudos de fuerzas del orden de distintos Estados. El restaurante está siempre lleno, y, en general, hay que hacer cola, pero como quienes vienen por Seinfeld son una minoría, salvo en fechas especiales, no se siente en absoluto una trampa para turistas en un nostalgia tour de la televisión de los 90.
Jerry Seinfeld no fue el primer famoso en dejarse seducir por el lugar. Antes de convertirse en célebre cantante, una estudiante de la Universidad de Columbia, Suzanne Vega, comía allí regularmente y a uno de sus grandes hits, elocuentemente titulado ‘Tom's Diner’, lo escribió mientras estaba sentada en el mostrador observando a los clientes habituales. Otro estudiante de Columbia de largas horas en el restaurante también llegó a ser bastante conocido: su nombre es Barack Obama, y hay recuerdos en las paredes de su paso por allí.
El siguiente lugar que es sinónimo de Seinfeld es el puestito donde venden sopas al paso cerca de Times Square. Su dueño, Ali Yeganeh (rebautizado Yev Kassem en la serie), nacido en Irán, era conocido por vender unas sopas exquisitas con recetas orientales únicas, pero ser tiránico y desagradable respecto de las reglas que obligaba a sus clientes a seguir. Si alguien no formaba fila de manera exacta, y luego no se ponía en el lugar indicado para esperar su pedido, hacía chistes o besaba al novio/a, le gritaba "no soup for you!" y los echaba. Eventualmente, después de una pelea con Elaine, Kassem, el personaje, termina exiliado en la Argentina.
The Soup Nazi fue uno de los episodios más famosos de la serie y, a partir de entonces, Yeganeh (que nunca se exilió en la Argentina) expandió su negocio a varias ciudades con venta de sopas en envases tetra-brik. Un par de años atrás, sin embargo, estuvo al borde de la ruina debido a problemas con el fisco, por evasión de impuestos. Hoy, el Soupman volvió a ser el modesto puesto de sus orígenes. Atienden, eso sí, unos empleados hispanos simpatiquísimos, y a la oferta de la época de Seinfeld (pollo y arroz, lentejas, calabaza especiada, chili, mariscos) hay novedades para el público milenial como sopa con kale y caldo de caracú. Como entonces, todo viene con un pedazo de baguette recién cortada (en la serie se dispara el conflicto cuando a George le entregan la sopa sin pan gratis) y un chocolate. Las sopas son extraordinariamente deliciosas y las colas siguen, sobre todo de empleados de las oficinas cercanas que se las llevan para comer sobre el teclado de sus computadoras.
Sí, en Soupman venden camisetas y tazas de recuerdo del episodio de Seinfeld, pero esta no era la primera vez que Yeganeh aparecía en la pantalla. Según la gran Nora Ephron, la primera referencia a Yeganegh en la cultura popular es suya, aunque nunca lo llama por su nombre. En su film de 1993, Sleepless in Seattle, un joven periodista le cuenta a una chica un proyecto de nota sobre un hombre "que vende la mejor sopa que puedas haber probado jamás, pero que es, a la vez, el hombre más malo de los Estados Unidos".
Y la fama no cambió al personaje. Según Spike Feresten, guionista de aquel episodio, Seinfeld y varios miembros del equipo de producción fueron a almorzar a Soupman luego de que el episodio saliera al aire. Al reconocer a Seinfeld, Yeganeh lo miró de arriba abajo, lo insultó a los gritos, le dijo que el show había arruinado su negocio y exigió un pedido formal de disculpas. Esto era en parte irónico, dado que cada vez que salía al aire el episodio, las normalmente largas colas afuera de su puesto daban una vuelta a la manzana. Seinfeld le respondió con lo que Feresten describe como el pedido de disculpas más sarcástico y menos sincero dado jamás. Yeganeh entonces gruñó su célebre frase del show, "No soup for you!", y los echo del restaurante.