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Zapatillas de ballet, mallas, pollerines, tutús de todos los colores y pequeñas muñecas de bailarinas lucen en la vidriera de “Minassian”, una clásica tienda de artículos de danza en el centro porteño. Su ubicación es estratégica: sobre Av. Córdoba al 1190, justo enfrente del Teatro Nacional Cervantes y a dos cuadras del emblemático Colón.
Tras observar detenidamente el escaparate, una niña con un prolijo rodete y su madre ingresan al local. “Bienvenidas, ¿Con qué puedo ayudarlas?”, las recibe Delia Kassardjian, una dulce y coqueta señora detrás del mostrador blanco con vitrinas. La jovencita le solicita un par de “media punta” rosadas (flexibles y ligeras) y una malla del mismo color. Enseguida Delia le alcanza el talle y modelo adecuado. “Lo importante es que te sientas cómoda”, sugiere, mientras la niña da sus primeros pasos por el salón con piso de madera. Realiza una primera posición: junta los talones y mantiene las puntas de los pies hacia fuera. Luego, practica un “Demi- plié” flexionando un poco las rodillas. “Son geniales”, afirma con elegancia. Está entusiasmada, pronto será la presentación de fin de año de sus clases de danza clásica. Como ella, son cientos los bailarines (de distintas edades, provincias del país e incluso figuras internacionales) que desde hace más de medio siglo se acercan allí en busca de su par “perfecto”.
Hacer camino con el calzado
La historia de esta curiosa boutique comienza con Abraham Kassardjian, quien junto a su familia escapó de un pequeño pueblo de Turquía, durante el Genocidio Armenio, rumbo a Buenos Aires. Don Kassardjian tenía menos de 20 años y grandes ilusiones de progresar. Al tiempo se defendió con el español y encontró un empleo en una casa de calzado: era el encargado de cortar las capelladas de los zapatos. Tiempo después fue hormero y cortador de las prestigiosas tiendas de la época: Casa Yanarelli y La Porta. Con gran experiencia bajo el brazo, a principios de la década del 50 arrancó su propio camino con un coqueto local de calzado de lujo a medida sobre la Av. Córdoba 1115. Por la calidad de sus cueros y esmerada atención se convirtió en el preferido de los caballeros de la alta sociedad porteña.
Años más tarde, amplió el rubro con la compra de un gran taller de zapatos de danza ubicado cerca de la zona de teatros y escuelas de baile. Fue, sin dudas, un visionario: en aquella época había gran demanda ya que muchos danzaban ballet, flamenco, jota aragonesa, folklore y tango.
“Papá siempre me contaba que era impresionante la cantidad de gente que venía. Estas zapatillas de ballet de 1952 fueron uno de sus primeros modelos. Ahora cambió mucho la estética y elasticidad”, relata su hija Delia, con el antiguo par algo desteñido por el paso de los años en sus manos. La reconocida Dora del Grande, primera bailarina y coreógrafa, se convirtió en una de sus clientas estrella. Allí, también le realizaban la compostura a medida. El emprendimiento familiar siguió creciendo y sumaron otros locales: uno en la calle Libertad y otro más amplio sobre Av. Córdoba (donde se encuentra actualmente).
En familia y codo a codo
Delia admite que desde jovencita siempre le apasionó este rubro: a diecisiete años comenzó a estar detrás del mostrador encargándose de la atención de los clientes y cada vez se empezó a involucrar más. Cuando falleció su padre en 1967 tomó las riendas del local junto a su madre Lucía. Al tiempo, contrajo matrimonio con un muchacho de la comunidad armenia Don Dicrán Minassian, quien se sumó con gran entusiasmo al emprendimiento familiar.
“Trabajamos todo el día juntos codo a codo. Él era un hombre maravilloso. Me gusta el rubro, la danza y la música. Siempre digo que el arte te eleva”, revela, mientras sostiene unas zapatillas “de punta” de raso. Hoy, su hija Luciana la acompaña en el negocio. Además, cuenta que previo a la pandemia, tomaba clases de danza con una exbailarina del Teatro Colón. Ensayaban clásicos como “La Bayadera” o “Romeo y Julieta”. “Era fantástico, tendría que retomarlas”, admite, entre risas.
Dar con el zapato indicado, tarea poco sencilla
En los prolijos estantes hay zapatillas artesanales de danza clásica de color piel, rosadas y salmón, entre otros. Están divididos por talle: el más pequeño es el número 32 y el más grande el 43. También suelen realizarlas a medida, según el pedido del cliente. Las puntas para ballet son de raso con base de suela. Mientras que de las media punta (que suelen ser generalmente utilizadas durante los ensayos o por los principiantes) hay variedad de opciones: desde tela hasta cuero elastizado. “También están las versiones reforzadas, ideales para los bailarines que tienen más fuerza cuando se paran”, explica Mariela, una de las empleadas históricas y quien asegura que hallar el zapato indicado no es una tarea sencilla. “Algunos para encontrar su punta están horas. Tiene que aparecer la indicada y sentirse cómodos. Que no se vaya para adelante, que le quede bien, no sean blandas, tampoco muy duras. Es muy específico”, detalla la especialista. En un rincón se encuentra una barra. De considerarlo necesario, allí el cliente suele probar diferentes movimientos antes de seleccionar su par.
Sobre el mostrador hay un conjunto o “uniforme” femenino para danza clásica: malla, pollerin, medias con lycra y la mediapunta. La versión masculina para los ensayos es súper sencilla: remera, calzas y mediapunta. También se encuentran otros accesorios indispensables para la disciplina: polainas (largas y cortas) “para calentar los músculos”; tutus de color pastel, “Redecillas” para sujetar el rodete del pelo hasta “Punteras de silicona”, que se colocan dentro de las zapatillas para proteger las uñas y las puntas de los dedos. “Muchos alumnos vienen a buscar aquí su vestimenta. Incluso hubo una época en la que todas las bailarinas del Teatro Colón usaban las puntas de acá”, cuenta Delia. También en otros establecimientos del interior como el Teatro Argentino de La Plata.
Paloma Herrera, Maya Plisetskaya y figuras del espectáculo
Cuentan que las suelen visitar muchos niños (a partir de los 4 años en adelante) que recién se inician en la danza. “Es impresionante porque uno cuando los ve ingresar por el local ya se sorprende con su postura. Me acuerdo de un nene ucraniano que vino por primera vez cuando tenía tres años. Era pequeño, pero ya tenía mucha actitud. Siempre le dije que iba a llegar alto. Ahora tiene 17 años y es un gran bailarín del New York City Ballet”, afirma Mariela.
En las paredes del local cuelgan muchas fotografías de reconocidos bailarines nacionales e internacionales que han desfilado por allí. “Deseándoles todo lo mejor. Muchos cariños”, dice una foto de la reconocida Paloma Herrera. “La conozco desde que era pequeñita. Siempre fue muy disciplinada, seria y tranquila”, relata Delia y cuenta que en el año 2003 armaron una exposición del vestuario de la bailarina del American Ballet Theatre en la vidriera del local.
Maya Plisetskaya, la distinguida bailarina rusa, también les dedicó un cariñoso mensaje. “Vino acá una mañana, sacó la foto de su carterita y me la firmó”, recuerda orgullosa. Los bailarines del Teatro Bolshói le obsequiaron un calzado de Ballet, que atesora con gran cariño. Vladimir Vasiliev, Ekaterina Maximova, Carmen Maura, Paula Arguelles, Erica Cornejo, Lourdes Bianchi, Alicia Quadri, entre muchos más pasaron por la clásica tienda. También artistas y figuras del espectáculo. Desde Marilú Marini, Marta Minujín, Mirtha Legrand, Los Midachi, Lourdes Sánchez, Guillermina Valdes, Pampita, Soledad Silveyra, Florencia de la V hasta Norberto Oyarbide.
Delia confiesa que le entusiasma mucho su empleo. “Me apasiona todo: el rubro y los artículos. Los domingos pienso qué lindo que mañana sea lunes. Uno siempre tiene proyectos”, confiesa quien es fanática de la música clásica y la ópera. “En casa siempre escucho diferentes canciones. Cuando voy al Colón y se apagan las luces, cierro los ojos para escuchar los primeros compases de la orquesta que son maravillosos”, detalla.
Antes de despedirse, Delia remata con una frase para poner en práctica en la vida: “¿Quién te quita lo bailado?”. En su mano, sostiene los primeros modelos de calzado de su padre Abraham. Colgado en otra pared hay un bello poema llamado “Pas de deux” (en español paso a dos) de Magdalena Poccard. “La técnica constante, esa es la base y un buen maestro que la abarque, después vendrán los adagios, tan románticos, las variaciones, las codas, los aplausos…”
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