Entender el universo para cambiar el mundo
Trabajó en la industria automotriz y militó en la izquierda antes de brillar como físico en EE.UU. Mario Díaz, un hombre clave en el hallazgo de las ondas gravitacionales anticipadas por Einstein
Mario Díaz ponía un ladrillo sobre otro, en el medio el cemento, hacía más mezcla con arena cuando faltaba y volvía a empezar. Estaba rodeado de compañeros de militancia del Partido Obrero y de otros colegas de Renault, automotriz en la que trabajaba como mecánico. Era en Santa Isabel, un barrio humilde de Córdoba, donde Mario Díaz, que prefiere "los fierros" al trabajo de oficina, cada fin de semana avanzaba en la construcción de su hogar. Después del trabajo vendría el asado de rigor, la charla de política, fútbol y otros temas hasta el atardecer. Y, con el tiempo, una de las primeras cosas que quedarían terminadas de esa casa, aunque las paredes siguieran sin revocar y la puerta no cerrara del todo, sería la biblioteca. De aquella biblioteca tomaría Mario Díaz a Borges, a Amado, a Rulfo, a Asimov, la revista Scientific American en español o Treinta años que conmovieron a la física, de George Gamow. Allí estaría la chispa que lo llevaría, 42 años más tarde, a ser parte de un momento clave en la historia de la ciencia, como lo llamó el "dios" de la astrofísica Stephen Hawking: la comprobación de la existencia de las ondas gravitacionales descriptas por Albert Einstein hace un siglo. Ahora, 42 años más tarde, Mario Díaz, director del Centro de Astronomía de Ondas Gravitacionales de la Universidad de Texas del Valle del Río Grande, uno de los tres argentinos que tuvieron directa incidencia en este suceso científico celebrado por el mundo, se reclina en el sillón de su casa de Brownsville, en la frontera con México, sonríe exultante y habla de las maravillas de la física. Pero 1974, arreglaba autos y construía casas.
Pocas cosas en su vida responden a un patrón, a una trayectoria convencional o podría predecirse mediante un modelo (modelizarse, diría él). Nació 1961 en Parque Chas, el barrio de las mil vueltas; su abuela era mapuche casada con un holandés de hartos matrimonios; sus padres, artistas plásticos y artesanos. Desde la primaria tuvo hambre de más: "estudiar más, ser abanderado, saber más".
Por aquella época en la que construía en Córdoba su casa, todavía pensaba que dedicaría su vida a la política y creía que su generación iba a cambiar el mundo con la revolución obrera; "el convencimiento era total". Por eso, unos años antes, había dejado sin vacilaciones el Colegio Nacional de Buenos Aires para independizarse y trabajar en "los fierros" como le gustaba, a la par de la militancia. Y se había conseguido un trabajo a pocas cuadras de su casa en la fábrica Mi textil. Después, la fábrica se mudó a San Martín y él fue delegado sindical.
Ya estaba de novio con Lidia Janischevsky, "la Colo", su actual esposa. Se habían conocido a los 15 años en una fiesta de "la Fede", la agrupación juvenil del Partido Comunista. A los 23 tuvieron a su primera hija, Macarena.
Para mí, Mario Díaz es una figura entrañable, presente, difusa y hasta hace un tiempo suponía, algo idealizada en la familia. Presente porque él y mi viejo son amigos íntimos, de esos que se eligen, se conservan y se cuidan toda la vida. Difusa, por la distancia y lo poco compartido. Lo de idealizada ya es cosa antigua. Mi viejo se ha declarado socio número dos de su club de fans, detrás del físico más prestigioso que vive en la Argentina, Juan Pablo Paz.
Cuenta la leyenda familiar que allá por el 71, Mario Díaz se defendía a capa y espada en una asamblea de la seccional San Martín de Política Obrera (después Partido Obrero), que se había convocado especialmente para sancionarlo por alguna falta a la doctrina partidaria que ya nadie recuerda. Mi viejo lo defendió, desde sus 18 años para nada tímidos y recién proletarizados. Salieron de allí, se tomaron un colectivo, caminaron las 60 cuadras desde parque Saavedra hasta plaza Italia hablando de la revolución obrera que se venía, de libros, de amores y nunca más se soltaron.
Tres años más tarde, Mario Díaz fue enviado por el partido a organizar la Regional Córdoba. Viajaban esporádicamente para verse y charlar sobre cómo estaba cambiando la historia que habían soñado.
En 1995 mi viejo fue a México por trabajo y Mario se tomó un vuelo desde Texas para pasar unos días con él. Visitaron juntos la casa de Trotski. Se abrazaron y Mario lloró como un niño.
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"Hasta hace unos años buscar la comprobación de la existencia de las ondas gravitacionales era como contar cuántos ángeles hay en la cabeza de un alfiler. No mucha gente pensaba que iba a pasar, y tampoco que iba a pasar tan rápido. Por mi parte nunca dudé. Sabía que íbamos a encontrarlas y pensaba que podía ser este año, porque recién ahora se aplicó una nueva tecnología con otro nivel de precisión. En esto la revolución tecnológica fue fundamental", dice. Para Mario Díaz este descubrimiento es equiparable al momento en el que a Galileo se le ocurrió apuntar un telescopio al cielo, hace 400 años. "Al incorporar un nuevo instrumento tenemos maneras de ver cosas que de otra forma no se ven, como por ejemplo el choque de dos agujeros negros. Con este hallazgo se abre un nuevo tipo de astronomía que en algún futuro no muy lejano nos permitirá escuchar los murmullos del Big Bang."
Las ondas gravitacionales son ondulaciones (o "arrugas", como las que se producen cuando se tira una piedra a la superficie de un lago) en el espacio-tiempo, originadas en eventos cataclísmicos como explosiones estelares o la fusión de dos agujeros negros, que cuentan la historia de esos sucesos cósmicos. Estiran y comprimen el espacio y todo lo que está adentro.
La primera señal de una onda gravitacional se detectó el miércoles 14 de septiembre del año pasado, a las 5.51 de la madrugada (hora de verano del este de los Estados Unidos), en el observatorio de Livingston, Louisiana. Uno de los científicos del Centro dirigido por Mario Díaz estaba allí colaborando cuando esto ocurrió. Esa tarde, en el observatorio hubo euforia, torta y vino. Los científicos guardaron cierto secreto por cinco meses durante los cuales se dedicaron a analizar los datos y a terminar de confirmar lo que será, según Hawking, el principio de "una forma completamente nueva de mirar el Universo".
Los diez profesores y los veinte estudiantes del Centro de Texas, creado por Díaz hace casi 20 años para llegar al descubrimiento que acaba de ocurrir, colaboraron junto a otros mil científicos de 15 países en el desarrollo del software para analizar los datos que proporcionan los detectores, la instalación de equipos y su puesta a punto. Veinte de ellos –Díaz a la cabeza– firmaron el histórico Artículo de la detección publicado en Physical Review Letters y presentado en Washington el 11 de febrero último.
"Ladies and Gentlemen, we have detected gravitational waves. We did it!" ("Damas y caballeros hemos detectado ondas gravitacionales. ¡Lo hicimos!"), exclamó aquel día el director ejecutivo del equipo del proyecto Observatorio Avanzado de Interferometría Láser de Ondas Gravitacionales (LIGO, por su siglas en inglés), David Reitze. Mario Díaz estaba allí sentado, junto a su esposa. Arriba del escenario sonreía otro de los argentinos que fueron determinantes en esta proeza: Gabriela González, o Gaby, designada vocera por LIGO. El tercero, Carlos Lousto, profesor en el Instituto Tecnológico de Rochester, en el estado de Nueva York, lo veía a la distancia.
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En plena dictadura, con bajo perfil y algunas tareas de militancia clandestina, Mario se vio con demasiado tiempo en sus manos. Decidió rendir el último año libre del Colegio Nacional de Buenos Aires y empezar a estudiar Física en el Instituto de Matemática, Astronomía y Física (IMAF) de la Universidad Nacional de Córdoba. Acababa de nacer su segundo y último hijo, Alejandro, llamado así en honor a mi papá. Alguna vez durante aquellos años de estudio sintió que no le daba la cabeza, se vio desbordado y decidió dejar su puesto de mecánico en Renault para dedicarse a estudiar. Lidia mantuvo a la familia a duras penas, con su trabajo como administrativa.
Se licenció en 1984 y se doctoró en 1987 con su tesis sobre soluciones de las ecuaciones de Einstein. Como buen "relativista" (adeptos y estudiosos de la teoría de la relatividad) participaba de las reuniones del clan de expertos que se concentraban en la Universidad de Córdoba y en la de Buenos Aires.
Después vino la decisión de emigrar.
"Te imaginarás que teniendo en cuenta nuestra ideología, nunca se nos hubiera pasado por la cabeza terminar viviendo en "el imperio", y menos en aquellos tiempos, donde todo se veía de una manera más maniquea. Pero cuando Mario terminó su doctorado y solicitó una beca, salieron dos posibilidades: Alemania o Pittsburgh", cuenta Lidia. Para Mario lo natural era saber más y el lugar en donde estaba el conocimiento que a él le interesaba era Estados Unidos.
Después de terminar su posdoctorado en Pittsburgh consiguió un puesto como profesor en la Universidad de Mercyhurst, en Erie, Pensilvania, una pequeña ciudad junto a uno de los grandes lagos en la frontera con Canadá. Cinco años después, en 1995, concursó como jefe del Departamento de Física de la Universidad de Brownsville. Fue en busca de la calidez del clima y del ambiente latino que ya empezaban a sentirse como un recuerdo en extinción.
El cuarto de millón de dólares que la NASA le dio para construir el primer Centro de Astronomía de Ondas Gravitacionales de Texas fue fruto de su gestión, entusiasmo e interés en el proyecto LIGO. Los mismos que hace unos años lo llevaron a sumar al Observatorio Astronómico de Córdoba, uno de los 20 de todo el mundo que hicieron un seguimiento en las horas posteriores a la detección de la onda gravitacional el 11 de febrero (junto a su amigo Diego García Lambas, director del observatorio local). Su próximo objetivo es conseguir los fondos para instalar un observatorio en el cerro Macón, en Salta, uno de los lugares más altos y con mejores condiciones en el mundo para observar el universo.
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Guillermo Valdez, flamante ingeniero en electrónica y comunicaciones, acababa de entrar a la maestría de física en Brownsville con ciertas dudas respecto de su elección. El primer día de cursada fue citado a la oficina de Mario Díaz y la conversación fue más o menos así:
G. V.: –A mi me gustaría hacer cosas relacionadas con electrónica.
M.D.: –Sí, en física hacemos muchas cosas de electrónica.
G. V.: –Tal vez algo de procesamiento de señales.
M. D.: –Sí, en física hacemos muchas cosas de procesamiento de señales.
G.V.: –O tal vez algo relacionado con robótica.
M.D.: –Sí, en física hacemos muchas cosas de robótica.
Tenaz es la palabra que sus colaboradores y amigos usan en primer lugar para describirlo.
"Prácticamente me dijo que cualquier cosa que yo quisiera lograr, lo lograría haciendo una maestría en física –dice Valdez–. Durante el tiempo que estudié a veces tenía dudas y Mario me convencía de que la física era la respuesta. Por supuesto no se equivocó."
Es probable, por lo que cuentan sus amigos, que esta idea de que es tan terco como una mula le haya parecido graciosa a Mario. En ese caso, en este momento, después de leer estas líneas, puede que esté haciendo temblar el piso de su oficina con sus carcajadas descomunales.
"¿Vos te acordás de cómo se ríe Mario?", me increpó su esposa. ¡Cómo olvidarlo!
"Siempre cumple lo que se propone; si no sabe o no entiende algo trata de aprenderlo. Para mí es una persona que no conoce límites", dice Karla Ramírez, otra de sus discípulas. Cuando estaba a punto de dejar su maestría porque no podía costear sus estudios, Mario le ofreció una beca y trabajo, y la convenció de que hiciera además un doctorado en física.
Para Valdez, su mayor virtud es que le da la oportunidad a cualquiera que la pida: "No le importa quién sos o quién fuiste, confía en la capacidad de todos y en la importancia del trabajo en equipo. Muchas personas ven esto como una desventaja, pero a él no le importa y por eso lo admiro".
Vehemente, bastante despistado, cabeza dura, combativo, apasionado, muy trabajador, solidario, ávido de conocimientos, lleno de ideales por los que siempre luchó, lo describe Lidia, junto a él desde hace 53 años. Cuando terminó su posdoctorado en física pero aún no tenía papeles para trabajar, Mario fue mecánico por 5 dólares la hora para que Lidia pudiera terminar su doctorado en lengua y literatura hispánicas en la Universidad de Pittsburgh. La he escuchado a ella decir que físicamente Mario es parecido a Harrison Ford. Vivir con este astrofísico no es nada fácil. Tiene carácter difícil y está metido "en su galaxia". Su obstinación y su espíritu combativo le han traído más de un conflicto con algún jefe en su vida laboral.
Estar afuera, elegir dejar el propio país no es fácil. "Uno termina escindido. No te sentís cien por ciento en ningún lado", dice Mario Díaz. Lidia vive extrañando. Mario es menos nostálgico, pero a medida que pasan los años se le va ablandando el espíritu. Si no fuera por sus hijos y sus nietos, dice que ya hubieran vuelto.
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"Toda mi vida he tratado de dedicar mis esfuerzos hacia el logro de dos metas: ayudar a construir un mundo mejor y aprender cómo funciona el universo. Ninguna de estas dos tareas es fácil. Y sé que no sobresalí en ninguna de ellas… pero el trayecto me hace feliz", escribió Díaz en Facebook a mediados de febrero, justo antes de agradecer a sus "camaradas" del Smata Córdoba, a sus amigos físicos y especialmente a Gaby González por su liderazgo.
Contra lo que muchos piensan, Mario Díaz está convencido de que su generación sí cambió el mundo, que es un mundo mejor donde "aún la gente que no es de izquierda piensa de otra manera". Se declara seguidor del líder demócrata socialista Berney Sanders, segundo en las encuestas detrás de Hillary Clinton. Y cree que el hecho de que haya llegado a competir en la interna demócrata con gran éxito entre los jóvenes, es una demostración de que su tesis es cierta. Mario Díaz ocupa los primeros puestos del ranking de las personas más optimistas que conozco.
Aunque diga que el camino lo hace feliz y que con eso le basta, y que nunca pensará en jubilarse mientras un par de sus neuronas le funcionen, el descubrimiento de la nueva astronomía de las ondas gravitacionales le regaló un lugar en la historia de la física. Mario sabe que gracias a su aporte y al del resto de los científicos de LIGO ahora la humanidad está más cerca de entender el universo, y que ya nadie podrá mirarlo con sorna, como si fuera solamente un soñador.
FOTOS: AP, The new york times y gentileza