Sola y triste, anotó en un cuaderno lo que deseaba para su vida y el universo se encargó de llevarla donde soñaba.
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Tenía que admitirlo. Se consideraba afortunada en la vida. Criada en Villa Regina, en la provincia de Río Negro, había pasado su infancia en una familia de clase media alta en medio de la naturaleza y junto a muchos animales. Tanto de niña, gracias al trabajo de su padre, como en la etapa de la juventud y adultez, y a lo largo de cuatro décadas, había podido viajar y recorrer el mundo.
Y fue justamente en uno de esos tantos viajes, cuando su vida dio un vuelco que no esperaba. O sí… “Lo supe en medio de unas vacaciones con mi marido por Europa. Y lo confirmé de regreso en Argentina. La indiferencia, el maltrato y la falta de comunicación se habían vuelto moneda corriente en nuestra relación, que por entonces llevaba más de 16 años. La realidad es que no quise perder el tiempo. Cuando ya no me quedaron dudas de que me estaba engañando, le dije por celular que se fuera de nuestra casa en San Isidro. Y cumplió. Desapareció literalmente de mi vida. Lo crucé por última vez cuando firmamos el divorcio. Fue triste pero real”, recuerda Erika Giann (50).
Y así fue que, un domingo, sentada en la escalera de su casa, sola, se replanteó toda su vida. ¿Qué iba a hacer en Argentina? Sus hijos tenían sus carreras y objetivos encaminados. De hecho, la menor estaba pronta a partir a vivir a Australia. “Con lágrimas en los ojos, un cuaderno, un lápiz y un mapamundi en mano, simplemente me puse a diseñar la vida que quería vivir. Instalarme en diferentes países siempre había sido un sueño por cumplir. Argentina tampoco me ofrecía posibilidades de desarrollo, por mi edad, ni oportunidades nuevas a pesar de que tenía una buena trayectoria laboral”.
De asistente a chef privada
No se demoró demasiado en tomar la decisión. Renunció a su trabajo como asistente de una CEO en una prestigiosa compañía de seguros y se dirigió a Estados Unidos, su primer destino. Contaba con experiencia en el rubro gastronómico y consiguió rápidamente empleo en una villa de esquí como responsable administrativa de un restaurante. Estuvo en ese lugar más de seis meses, pero, al no tener la visa correspondiente, salir del país según el tiempo estipulado para no ir contra la ley.
Durante ese tiempo, Erika también estuvo empleada como chef privada para una familia colombiana. “Les cocinaba platos saludables y naturales, también hacía las compras. Ganaba muy buen dinero, me permitía ahorrar y vivir tranquila. Pero pronto la villa me quedó pequeña y la verdad es que hacía demasiado frío”. De modo que buscó un nuevo destino. Esta vez apuntó en la experiencia opuesta y buscó el sol, la playa y el clima cálido de Maui, en Hawai.
“Vivo frente al mar”
No tenía amigos, ni conocidos, pero se aventuró hacia la isla. Le resultó un paraíso en todo sentido hasta que la pandemia cambió sus planes y tuvo que regresar a Argentina por unos meses. Mientras se acomodaba nuevamente en la casa donde había vivido por tanto tiempo y que ahora habitaba su hija y el novio, hizo planes para dirigirse a Europa. Contaba con pasaporte italiano y tenía algo claro: su nuevo destino debía tener mar y, en lo posible, ser una isla.
La elegida fue Chipre, por lo cosmopolita y su ubicación. “Una vez más, con una valija, partí y llegué a mi isla soñada en el Mediterráneo. Aquí resido hoy, vivo frente al mar y viajo a ver a mis hijos con frecuencia. Tengo un grupo de amigos de todas partes del mundo que son familia. Ahora estoy trabajando en inversiones como team leader de una empresa”.
Con una sonrisa difícil de disimular pero convencida de sus logros, Erika también confiesa que fue en su amada isla que conoció a su actual pareja. “¿Cómo conocí a mi chico? Lo pedí también. Escribí al universo lo que quería en un hombre y lo conocí en Starbucks mientras esperaba que me entregaran mi ice capuchino. Solo basto que me preguntara por mi acento raro. Allí comenzó todo, es un hombre maravilloso”.
Asegura que la isla está estratégicamente ubicada. “Es muy cosmopolita. Ha abierto muchos frentes de trabajo. La gente es bien recibida y hay una interesante demanda de diferentes tipos de empleos. Chipre tiene un comercio súper desarrollado. Hay educación y salud pública y privada. No es un país caro, se puede comer bien en un restaurante por un promedio de unos doce euros”.
Aunque pasaron cinco años desde aquella decisión que cambió sus días para siempre, Erika asegura que repetiría una y otra vez lo vivido. Y que ganó independencia, fortaleza, la posibilidad de redescubrir sus pasiones, libertad y una amplitud de horizontes que jamás había imaginado.
“Diseñé en la escalera de mi casa mi vida y la estoy viviendo tal y como quiero. Nunca tuve miedo de irme, me adapto a todo. El miedo solo detiene la vida y nos impide alcanzar sueños. Mis hijos están mas que felices con mis aventuras, no dejé nada atrás y vivo rodeada de posibilidades. No volvería a vivir en Argentina, es una etapa cerrada. Tengo 50 años y en este tiempo entendí que los sueños no tienen edad, solo necesitan ser diseñados”.
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