Eran inseparables y hoy ni se saludan: la historia detrás de la pelea entre Valeria Mazza y Pancho Dotto
La última vez que se cruzaron fue en la boda de Carolina Pampita Ardohain y Roberto García Moritán. En realidad, tomando términos de usanza barrial, podría decirse que más que cruzarse, se relojearon. La modelo Valeria Mazza y su marido, Alejandro Gravier, por un lado. El empresario Pancho Dotto, por el otro, siempre a unos prudentes metros de distancia unos de otros. Se dijo, y esos decires suelen tener más de mito que de realidad, que tanto la pareja como el empresario consultaron varias veces a sus interlocutores sobre la ubicación del bando rival. No era cuestión de pasar un mal momento y ante la mirada atenta de invitados y prensa con guardia firme en la puerta. El Palacio Sans Souci, donde se llevó a cabo el casorio, es lo suficientemente generoso de metraje como para poder camuflarse sin ser divisado. Eso hicieron.
Aquel viernes de diciembre del año pasado, en Victoria, donde él juega de local dada la cercanía con su vivienda, Valeria Mazza y Pancho Dotto volvieron a estar muy cerca uno del otro. Y tan lejos, al mismo tiempo.
El asegura que ella se fue de su agencia para organizar sus negocios representada por su marido sin siquiera avisarle. Ella niega toda acusación y esgrime su derecho a la libertad de acción a la hora de escoger sus trabajos. Pareciera ser que ambos tienen su cuota de razón. Lo que más sorprende es el portazo que ella habría dado sin darle explicaciones a su mentor. "Si me lo hubiese cruzado, lo hubiese saludado. Pero tampoco tengo ganas de hablar con él, primero que pida disculpas por todo lo que dijo", esgrimió ella a los medios. Bajo la brisa del río que llegaba del este, un nuevo round reavivó el feroz distanciamiento. Esos que duelen porque rompen con el afecto más profundo. Esos que se agigantan con el tiempo, sostenidos en silencios equívocos. Bolas de nieve de malos entendimientos. A la vista de todos, como corresponde a los culebrones de las celebridades públicas.
La génesis del conflicto
Parecía ser un binomio indisoluble. De esos que están unidos a sangre, hermandad y códigos en común. Durante años, Valeria Mazza fue la figurita mimada de la agencia de Pancho Dotto. No era para menos, el manager de buena parte de las top models de este país durante los ´90 y el comienzo del nuevo siglo, fue uno de los impulsores de la carrera de la rubia santafecina. La protegió y la promovió con tal ahínco qué Valeria logró lo que pocas: trascendencia internacional y ser comparada con figuras de la talla de Claudia Schiffer, cuyo parecido ayudaba, Naomi Campbell y Cindy Crawford. Ella rosarina radicada en Paraná. El, nacido en Paraná y radicado en Buenos Aires. Una línea geográfica y de tiempos. Transitaron casi lo mismo, cada cual a su turno y a su modo. Cuando se conocieron, Valeria Raquel Mazza y Luis Francisco Dotto iniciaron una relación que tenía muchos condimentos que la asemejaban a la de un padre con su hija: protección, consejos, y un afecto que se trasladaba a las familias.
El bon vivant de gustos exóticos, coleccionista de autos antiguos, de exquisito refinamiento a la hora de ambientar sus casas, fue, indudablemente, el alma mater en la primera y fundacional etapa de la carrera de Mazza, quien había sido descubierta por un fotógrafo de la revista Gente en un desfile en Paraná organizado por Roberto Giordano, otro ícono del glam noventoso. Allí también estaba Mirtha Legrand, hada madrina que aportó su grano de arena para que la chica de Paraná pudiese poner un pie en la tierra firme de las pasarelas porteñas. Es decir, jugar en las grandes ligas de la moda nacional. Y para eso se necesitaba un manager. Allí estaba Pancho con su Dotto Models, esa agencia que representaba y protegía a sus chicas. Si hasta compraba departamentos para que pudiesen habitarlos en tiempos de primeras independencias y sueldos precarios. "La acompañaba a Retiro para que vaya a visitar a su familia a Paraná. Cuando el ómnibus partía, llamaba a la mamá para avisarle que había salido. Cuando Vale llegaba a Paraná, la señora me llamaba a mí para que me quedase tranquilo que el micro había llegado a destino", contó Pancho, alguna vez. Ese era el vínculo. Ese que ya no existe y está hecho trizas.
Valeria fue creciendo y su nombre se agigantó rápidamente. En poco tiempo se convirtió en la gran estrella de una agencia en la que también estaban representadas chicas con peso propio como Deborah de Corral, Dolores Barreiro, Carola del Bianco, Catalina Rautenberg, Carolina Peleritti, y Elizabeth Márquez, por solo citar algunas. Pera nadie tenía la estelaridad de Valeria. Única.
"La traté como a una hija sobreprotegida. No le faltó absolutamente nada mientras trabajó conmigo", le dijo Pancho a Pamela David en una entrevista telefónica para su programa de América. Ese no faltarle nada implicaba, en los primeros años, vivienda y asesoramiento sobre cómo moverse en la ciudad. Desde ya, también el entrenamiento adecuado para crecer en la profesión. En pocos años, Valeria Mazza fue la chica más codiciada por las marcas de indumentaria argentinas y del mundo. La figura estelar que cerraba los desfiles de alta costura de los diseñadores más prestigiosos.
Profesional como pocas, estaba a la altura de las circunstancias. Y de la demanda creciente. Su belleza nórdica se fundía en cierto aire naif que la diferenciaba del resto. Identidad propia. Cada verano, Valeria era la figura ineludible de Punta del Este. Y, cuando su nombre ganó peso propio en el mundo, Milán, Londres, Madrid, París, Roma, fueron ciudades en las que se movió como pez en el agua. Detrás estaba Dotto. Y su sagacidad para cerrar negocios y hacer crecer la figura de Valeria a un nivel nunca alcanzado por una mannequin local. Es cierto que los tiempos ayudaban. A diferencia de lo que sucedía décadas atrás, en los frívolos ´90 de la pizza y el champagne, las caras bonitas se convirtieron en referentes. Pero Valeria era más que eso. Supo desenvolverse con solvencia en ese universo. Y una hábil defensora de su imagen y de sus cuentas bancarias… Aunque no había logrado su objetivo de convertirse en una animadora de televisión exitosa. Si alguna vez soñó con ser la "nueva Susana", ese deseo quedó trunco ante alguna fallida aventura por la pantalla de Telefé.
Todo tiene un final…
En mayo de 1998, en lo mejor de su carrera, Valeria contrajo matrimonio con el amor de su vida: Alejandro Gravier. Aquella boda fue de ensueño. La emitió Telefé, en vivo, con la conducción de Fernando Bravo. Cómo olvidar aquellas imágenes casi de realeza con una Valeria brillante, un novio con sombrero de copa soberbio y una imponente iglesia del Santísimo Sacramento resplandeciente. El joven empresario Gravier ya había aprendido, y muy rápidamente, los vaivenes del negocio de la moda, los secretos de la representación de figuras, y cómo llevar adelante las conversaciones con las marcas que deseaban tener a su esposa como cara visible de publicidades y packaging.
La injerencia de Gravier en los negocios fue mermando la influencia y el poder de decisión de Dotto. Y esto, desde ya, fue minando la relación personal. "Cuando cumplí 50, lo festejé en mi chacra. Ellos estaban a 40 kilómetros y no vinieron. Ahí dije: ´se acabó´", comentó el manager que hoy disfruta de una vida más apacible en su casa de Punta Chica, en San Fernando.
¿Cuál fue el verdadero gran motivo del enojo de Dotto? En una entrevista con Pablo Sirvén en el programa de LN+Hablemos de otra cosa, Valería se refirió al tema: "No sé cuál es el reclamo, no entiendo qué le pasa ni por qué está ofendido. A mí no tiene absolutamente nada que reclamarme. A no ser que le duela que hoy no tengamos una amistad como teníamos en su momento. Que haya algo más emocional y sentimental. En el tema laboral, no hay reclamo. Todas las que estábamos con Pancho en algún momento nos fuimos".
Sin embargo, trascendió que la modelo habría renovado su contrato con una marca de lencería que la tenía como imagen exclusiva. Este acuerdo se habría realizado a través de Gravier sin ningún tipo de participación del histórico manager, quien sí habría negociado los primeros contratos que vinculaban a la modelo con esta marca de ropa interior. "Se fue sin avisar", declaró el empresario con histórica sede comercial sobre la calle Arenales. Ese portazo simbólico, en las oficinas de Recoleta donde se construyó la carrera de Mazza, fue el detonante sustancial. Ese habría sido el disparador de una ruptura laboral y una enemistad personal que, lejos de apaciguarse, se agiganta con el paso del tiempo. Más que una cuestión legal todo indicaría, a los ojos del representante, que se trató de una desprolijidad y cierta falta de códigos del matrimonio ante el empresario y amigo.
La pelea, cada tanto, vuelve a encenderse como una mecha que nunca se termina de apagar. Todo es motivo para adosarle más leña al fuego: Mazza y Gravier son benefactores de la sala pediátrica del Hospital Austral. Cada año, una gran gala permite reunir fondos para comprar equipamiento. Consultado sobre esta conocida obra de bien público, Dotto deslizó que "la solidaridad sirve para desgravar impuestos". Munición gruesa. Y hasta dio a entender que determinados manejos empresariales de la pareja solo son posibles en un país como Argentina.
"Con Valeria hemos recorrido muchos kilómetros juntos, pero la vida pasa", le dijo Dotto a LA NACION este verano en Punta del Este. "Por ahí, el día de mañana, cambiamos, pasa algo y charlamos de nuevo. Pero no creo. Tenemos dos miradas y perspectivas de vida muy diferentes en función de las cosas".
La amistad se partió en mil pedazos. El vínculo comercial es inexistente. Y lo que fue una relación casi familiar se convirtió en una guerra de egos, donde los códigos se fueron amoldando a las circunstancias y a las conveniencias. El culebrón aún no tiene escrito su capítulo final.
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