Sentía que Argentina era el país donde le tocó nacer, pero no al que pertenecía: ¿cuánto estamos dispuestos a hacer para vivir en nuestro lugar en el mundo?
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¿Y si el lugar donde nacimos no es el lugar al que pertenecemos? En la vida de Martín Caldentey este interrogante solía sobrevolar casi imperceptible hasta ese día, en octubre de 2003, cuando pisó Salvador de Bahía por primera vez. Allí, alejado de sus rutinas, la sensación de que está “tudo bem” se apoderó de él, un sentimiento que podía respirar en el ambiente, en su gente y la música.
Vestido con el traje “bainês” obligado -musculosa, bermudas y ojotas-, Martín se dejó envolver por el clima agradable y la magia que brotaba ante sus ojos. Pronto supo que en los inviernos la temperatura rara vez bajaba de los 20 grados, que el municipio era enorme (más de 700 km2) y que estaba colmado de rincones encantadores salpicados por ríos, montañas, plantaciones y cientos de kilómetros de playas.
Y fue en ese viaje inolvidable que conoció el Pelourinho, antiguo barrio de la ciudad alta, donde escuchó las melodías en vivo de Olodum y otro hechizo aconteció: “Fue un rayo directo al corazón, una sensación de `leveza´ e intensidad que solo se explica con la experiencia en vivo, porque la música acá está en la piel de la gente, y el cuerpo lo sabe muy bien…”, describe Martín.
La música es vida, la sensación difícil de describir y el año de Joelma
La música tuvo mucho que ver, o tal vez todo. Nació en 1971, se crio en 9 de Julio y en 1982 llegó la primera guitarra a sus manos, una antigua Casa Núñez de estudio. Sin embargo, para Martín la cosa se puso seria en 1992, cuando retomó las clases de guitarra con su amigo y profesor Samy Mielgo, con quien empezó a tocar música brasilera: “Garota de Ipanema fue la primera, muy difícil para empezar, por cierto”, dice entre risas.
“Mi mamá, Lía Elena, era profesora de música (falleció en 2011) y cantaba en el coro también, así que la música estaba siempre presente, y cuando conocí las melodías brasileras fue amor a primera vista”, continúa.
En 1994 visitó Camboriú con amigos, donde se evidenció su romance definitivo con Brasil. Martín solía decir que quería vivir en Mar del Plata, cerca de la playa, pero allí, tras las fronteras, sintió que había llegado al paraíso (aunque no el definitivo), en especial aquel día en que tocó su guitarra junto a un grupo de músicos, acompañado por los morros y el mar: “Una sensación difícil de describir…”
Ya en el nuevo milenio llegó el turno de Florianópolis, y entre el 2006 y el 2008 le siguieron Natal, Porto de Galinha y Pipa, con aquellos destinos otra vez ese sentimiento de no querer volver a la Argentina.
Sin embargo, hubo un año bisagra que cambió su destino para siempre: el año de Joelma, la mujer que lo miró a los ojos y tocó su alma.
El amor es el motor: “El empujón final”
El amor llegó en Salvador de Bahía, cuando fueron al Carnaval a festejar el cumpleaños de su amigo Julio. Ese sábado 21 de febrero de 2009 apareció Joelma con su danza natural. Colmada de sensibilidad musical, ella se paró a su lado y juntos bailaron bajo la suave lluvia de verano detrás del trío Armandinho, Dodó e Osmar.
A partir de aquel instante, construyeron su amor día a día, a la distancia y bien cerca, con extensas conversaciones, pero sobre todo música acompañada por danza: “O sea, yo estaba preparándome para el cambio, ya conocía varias cuestiones sociales, gastronomía, música, solo faltaba el empujón final... y ahí vino Joelma, hija de músico, nació escuchando melodías dentro de casa”, cuenta Martín.
Con la llegada del amor, el joven reafirmó que si bien Argentina lo había visto nacer, su corazón pertenecía a otra tierra. Con aquella revelación, supo que era tiempo de partir, y si bien muchos amigos creyeron que era una aventura “para probar”, él a su madre le anunció que se iba definitivamente y que estaba siempre bienvenida en su nuevo hogar.
Vivir en Bahía
Primero se mudó a Angras Dos Reis. El 2010 ya estaba avanzado, cuando aterrizó con un trabajo asegurado, un manojo de sueños y una sonrisa eterna. Su deseo, ¡al fin!, había dejado de serlo, Argentina y todo lo que lo ataba a ella, había quedado atrás. Había dado de baja los bancos, la obra social y una vida entera para lanzarse a esa dimensión que antes parecía una ilusión.
En Angras se abocó a su puesto de vendedor de vinos en una distribuidora, pero su mirada estaba lejos, en lo que sabía que era su verdadero lugar en el mundo: Bahía. Allí estaba su tierra y su amor, Joelma, porque, como dice Martín hoy: él no se siente brasilero, se siente bahiense.
Tras una Navidad en solitario, pero que terminó compartiendo con Evando, su primer amigo en Brasil, en enero de 2011, el argentino partió finalmente hacia su lugar de pertenencia.
De vida moderna a vida rústica: “El desafío es enorme”
¿Cuánto estamos dispuestos a hacer para vivir en nuestro lugar en el mundo? El amor, la música, la naturaleza y la danza menguaron las dificultades de los primeros meses. Llegar a Bahía había significado renunciar a su trabajo, y no fue fácil hallar uno nuevo. En cambio, surgieron las amistades de Paulo, Marcelo y Ricardo, y el adaptarse a una vida rústica, diferente a la que había dejado en Buenos Aires, pero normal para las formas bahienses.
Las ojotas, bermudas y musculosas ya eran parte de su uniforme, cuando comenzó a trabajar en una parrilla tipo argentina. Allí hizo de todo, ofició de electricista, pintor, y realizó tareas varias de oficina, compras, y mucho más, hasta que cierto día el esfuerzo valió la pena y logró asociarse con un pequeño porcentaje.
“Años después monté un café con mi esposa y una fábrica de empanadas que tenemos hasta la fecha, y decidí salir como socio de la parrilla y pasar al café, en resumen, no fue fácil, el desafío es enorme para el que quiera emprender la mudanza si no sabe con qué se va a encontrar”, asegura Martín.
“Y bueno, acá carne y vino, por ejemplo, es difícil de conseguir a buen precio”, agrega. “Los asados pueden durar 8, 10 horas o más, mucha gente mete mano en la parrilla, se come farofa (harina de mandioca salteada en aceite con ajo, cebolla, etc.) junto con la carne, brochette con corazón de gallina, es muy distinto, ahora, percusión, calor, playas, cerveza helada, danza, hay de sobra…”.
“Sin dudas, es importante tener algún dinero para poder estar un tiempo, buscar un lugar en el mercado y no pasar necesidad. El consulado argentino aquí en Salvador tiene un rol muy importante para poder hacer todo tipo de trámites y tener algunas orientaciones en línea general”.
Amor, música, mar y aprendizajes: “La vida es muy corta y el amor tan fugaz como las notas de la música”
¿Y si el lugar donde nacimos no es el lugar al que pertenecemos? El interrogante de Martín con los años se transformó en una certeza, y él, como muchos seres en este mundo, decidió no resignarse a su primer destino y luchó por vivir en su rincón correcto del planeta.
Para Martín, las fichas hoy se intercambiaron: Brasil es el hogar y Argentina el lugar de paseo y visita, con un plus maravilloso, está lleno de amigos y familiares: tres hermanos, siete sobrinos, tres ahijadas, y su tía Susana, fundamental en su vida. No existen traiciones a la patria ni nada semejante, sino el hecho de estar allí donde uno pueda ser su mejor versión en el mundo: “Siempre digo que hay que estar bien con uno mismo para poder relacionarse con el resto de la mejor forma”, afirma.
El camino no fue fácil pero siempre estuvo acompañado por lo esencial en su vida, y aquel fue tal vez el gran aprendizaje: si uno conoce sus pasiones, puede volver a empezar en donde sea que se lo proponga. Y Martín, sin dudas, contó con un motor central: Joelma, unidos por su amor a la música y a Bahía.
“¡Lía!”, exclama de pronto mientras continúa su historia. “Ella, hija de un músico, yo, hijo de una música, ¡nuestro amor, la playa, el mar! Salvador es mágica, a pesar de ser una ciudad enorme y con sus dilemas”.
“Soy bahiano de alma, cada vez que venía de vacaciones me pasaba algo muy fuerte, no quería volver”, continúa. “El camino para no volver fue sinuoso, me encanta pensar que uno es `un eterno aprendiz´, al mismo tiempo, que hay que tener un buen equilibrio psicoemocional para poder aplicar este término, como soy un poco ansioso, paciencia es otra palabra mágica que se usa mucho por acá”.
“Como dice un amigo, `los lugares son muy importantes, pero los afectos fundamentales´. Hoy, con la tecnología de nuestro lado, las fronteras se han acortado bastante, pero no lo suficiente para poder sentir un abrazo, hay que cultivar las relaciones, hay que amar más...acá por primera vez mi amigo Leo me dijo una vez `te amo irmão´...ahora lo pongo en práctica cada vez que puedo, la vida es muy corta y el amor tan fugaz como las notas de una música, hay que aprovechar cada instante”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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