Encarando la historia
Necesitamos ponernos de acuerdo en que no vamos a acordar cómo encarar nuestra historia. Sin embargo, es imprescindible convenir que hay que interpretar los hechos del último siglo en forma amplia para una comprensión que nos permita avanzar y crecer. Esto significa poner en evidencia los conflictos sin soslayar hechos de un color para destacar otros. Implica aceptar que el pasado no lo vamos a cambiar, y urge conocerlo. Obliga esta reflexión un cúmulo de experiencias, entre ellas la decisión de reabrir juicios que quedaron truncos en 1987, justa para un sector y persecutoria para otro, que han disparado manifestaciones dispares en el análisis de los medios y en encuentros de historiadores y docentes.
De algunas de estas fuentes surge el accidente de ver la historia de estos tiempos comenzando el 24 de marzo de 1976, en vez de recorrer más de tres décadas anteriores en busca de antecedentes del cataclismo que eufemísticamente se llamó el Proceso..., denominación kafkiana si las hay.
Interesante fue escuchar de concurrentes al Sexto Encuentro Nacional de Historia Oral (Una mirada desde el siglo XXI), en el Centro Cultural General San Martín, en octubre, que prevalece en la generación mayor de 40 años cierto grado de temor a preguntarse acerca de lo sucedido en décadas recientes, porque inquirir implica aún para ellos despertar interrogantes en torno de su responsabilidad. Frente a esta tendencia a la evasión, está la creciente curiosidad desprejuiciada de los más jóvenes, que no tienen miedo de preguntar y repreguntar. Es fascinante descubrir a docentes que buscan crear conciencia a partir de textos y opiniones enfrentados, por ejemplo para referir a la Noche de los Lápices, y logran entusiasmo por entender el abanico de los sucesos. Para otro ejemplo, si bien foráneo, tómese la historia militar argentina según el norteamericano Robert Potash, con un estilo anglosajón que se remite a hechos precisos. Difiere Potash del francés Alain Rouquié, de quien provienen conclusiones en un estilo académico donde el análisis deja en segundo plano lo puntual. Hay lugar para ambos.
Y a propósito de Potash, hace unos años dijo que pese a toda su experiencia investigando el siglo XX argentino no podía estudiar la tragedia de los años setenta porque permanece teñida de pasión. Alegó la imposibilidad de escribir una historia económica de la última dictadura que no incluya la represión.
Tenemos que debatir nuestra historia nutridos de los testimonios y de los archivos necesarios, que no siempre están disponibles. Debe haber gran cantidad de material disperso, desconocido, o privatizado. Es de celebrar la cesión del archivo policial bonaerense a la Comisión por la Memoria, noticia de la que dio cuenta recientemente La Nacion. La disponibilidad de esa fuente primaria marcará un paso adelante para la comprensión y la tolerancia de lo que está en el pasado.
El autor es periodista y escritor