En 2002, Clarisa Fernández sorprendió al mundo con su performance en el Grand Slam parisino; tras su retiro del tenis, terminó el secundario, se recibió en Administración de empresas y hoy dirige un equipo de 40 personas
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“El que llega antes, impacta más fuerte y hoy en día es clave la ‘omnicanalidad’: llamar por teléfono, contestar por Whatsapp o hacer soporte con las redes. A mayor contacto, mejor conversión en ventas”, dice Clarisa Fernández a sus espléndidos 40 años.
Desde su casa, frente a la computadora y con un celular que suena varias veces durante la entrevista, no parece la misma que en 2002 llegó a semifinales de Roland Garros. Se especializó en ventas y en atención al cliente y ahora trabaja en una concesionaria de automóviles en su Córdoba natal. “Soy la misma persona -asegura Clarisa- y cuando tengo situaciones de estrés me digo ‘relajate, hace 20 años te tocó enfrentar con una raquetita a jugadorazas’. La diferencia es que la tenista es pública, pero la mentalidad es la misma, somos seres humanos frente a desafíos”, agrega.
Todo parece más simple en su tono de voz y en la tranquilidad con la que repasa su historia, pero aquel 4 de junio de 2002 cuando jugó las semifinales de Roland Garros continúa siendo un hito en el tenis femenino de Argentina. El antecedente más cercano entre las mejores cuatro de un Grand Slam correspondía a Gabriela Sabatini diez años antes y desde entonces solo Paola Suárez en 2004 y Nadia Podoroska en 2020 repitieron en Francia.
“No es un sueño: Clarisa Fernández, semifinalista en París”, tituló La Nación. Lejos de desmerecer su talento, en la previa nadie imaginaba que con 20 años y en el 87° puesto del ranking, podía llegar tan lejos. Ella era la excepción: se tenía confianza y aún lo recuerda como “un torneo psicológico”.
En las primeras dos rondas le ganó sin problemas a la búlgara Liubomira Bacheva y a Jelena Kostanic. Su tercer partido era contra Kim Clijsters, una de las mejores jugadoras del momento y cuarta preclasificada.
“Yo iba partido a partido, pero sabía que las primeras dos eran ganables. Clijsters para mí era una muralla, que marcó un antes y un después. Cuando entré a la cancha vi que todos eran belgas y yo... visitante. Dije ‘Listo, esto es una Copa Davis’. Me empecé a reír, lo tomé positivo y entré relajada. Estaba muy bien. Gané 6-4 el primer set y cuando me senté en el descanso pensé que tenía que hacer algo diferente porque si no iba a perder. Cualquiera me hubiera dicho ‘¿Estás loca? ¿Qué se te cruzó por la cabeza?’. Ahí está lo importante de detectar oportunidades. La lógica fue: mi punto débil es el revés, me va a salir a atacar por ahí, así que a la primera que me busque, le tiro un winner. Dicho y hecho. Después se bloqueó y le gané 6-0″, revive Clarisa.
Siempre supo que el trabajo mental era un aspecto clave del juego. Pero jamás descuidó el físico: tuvo una preparación exigente en los Estados Unidos, compartió lugar de entrenamiento con grandes tenistas como Martina Hingis y Jennifer Capriati. Por coincidencia de edad tenía buen vínculo con la nueva y exitosa camada de jugadoras rusas, con quienes había compartido torneos y prácticas. Al terminar el duelo con Clijsters, se cruzó con Elena Dementieva, que le preguntó cómo le había ido:
“Cuando le dije que gané puso una cara de sorprendida y de miedo que dije ‘si juego contra ella, le gano’, aunque sabía que era mil veces mejor que yo. Estaba tan enfocada que así, sin bañarme, agarré las cosas y fui a ver al cuadro. Dementieva todavía tenía que jugar su partido, pero si ganaba nos cruzábamos. Y así fue: me dio tanta confianza verle la cara que le gané.
–¿Alguna vez se lo contaste?
–No, nunca, dice entre risas.
No la tuvo fácil: fue 6-3, 2-6, 6-3. En esa cuarta ronda perdió el primer set del torneo. En paralelo, en la otra llave del cuadro, avanzaba Paola Suárez, compatriota, seis años mayor y de larga trayectoria en el circuito. Venía de eliminar a Amelie Mauresmo y era la candidata en el duelo de argentinas (de hecho, le había ganado a Clarisa en cuartos de final del torneo anterior, en Madrid). Sin presión y sabiendo que tenía “la banca perdedora”, Fernández terminó ganando.
En semifinales tuvo que enfrentar a Venus Williams y, por primera vez en el torneo, el trabajo mental le jugó en contra. En el saque, uno de sus puntos fuertes por su 1,80, encontró una dificultad inesperada:
“Nunca había jugado en un estadio tan grande como es el principal de Roland Garros y cuando tiraba la pelota hacia arriba en vez de impactar con la raqueta miranda al cielo, golpeaba mirando personas que se movían porque las tribunas son muy altas. Estaba desorientada y no me pude acomodar. Después me sorprendió el anticipo: pegaba, levantaba la cabeza y tenía de vuelta la pelota en otro lado”, confiesa.
–¿Qué es lo que más recordás de aquél torneo?
–La sensación de haber cumplido uno de los sueños que tuve de chica. Recuerdo haber ido a París de junior, perder en primera ronda por nervios y después pensar ‘cómo me gustaría estar ahí'. Bueno, estuve. También el saber que se puede, aunque uno tenga desventajas o debilidades: no me sentía la más potente, la mejor físicamente, pero estuve ahí.
Con un enorme futuro por delante, algunos se animaron a hablar de una nueva Gabriela Sabatini. Sin embargo, a raíz de un dolor en las rodillas le detectaron un problema de nacimiento en los cartílagos de las rótulas. Durante los seis años siguientes, fue intervenida tres veces y vio numerosos especialistas, pero el dolor, tarde o temprano, terminaba apareciendo.
Si bien no pudo ganar ningún torneo en el circuito, alternó buenos rendimientos con largos períodos de inactividad. Llegó a estar 26ª en el ranking mundial y reiteradas veces entró y salió de las 100 mejores.
“Esa inconsistencia es lo peor que te puede pasar y me desgastó mucho mentalmente. Sabés que podés jugar mejor y que por ahí estás perdiendo con alguien por una cuestión física porque honestamente veía rivales que en otras circunstancias les hubiera ganado”, asegura Clarisa.
–¿Cómo fue la decisión del retiro?
–No fue una decisión que yo tomé: me corrieron las lesiones. Me daba cuenta de que cada vez tenía más dolor. Fue un momento duro: volver a Córdoba y ver dónde estaba parada. Recuerdo que cuando dejé de jugar cerré los ojos y pensé qué quiero hacer de mi vida. Yo sabía que el tenis no era para siempre y mi idea siempre fue echar raíces acá porque tenía claro que no quería vivir viajando.
En 2008, a los 26 años, Fernández tuvo que barajar y dar de nuevo. La “reinvención” empezó con una cuenta pendiente: terminar la secundaria. Al haber empezado de tan joven con giras de torneos durante tres meses, quedó libre del último año. Lo rindió en un acelerado de adultos y se colgó el primer diploma.
Como en Roland Garros, cuando cada triunfo resonante le daba más confianza, aprovechó el envión en el estudio: su primer rival fueron las matemáticas, pero después se impuso, se recibió de Licenciada en Administración de empresas y se especializó en ventas. Por los pasillos de la facultad empezó a saberse que la mujer de perfil bajo que era diez años mayor que la mayoría de los alumnos era un extenista reconocida. “¡Estás en Wikipedia!”, le dijo una vez un compañero de clase sorprendido.
–Tus entrevistas laborales son diferentes a la mayoría, imagino.
–De dos que me anoté, quedé en las dos. Voy 2-0, no tengo bochazos –dice riendo con el espíritu competitivo intacto–. La primera fue por una búsqueda que había en la facultad y entré como coordinadora comercial en una red de desarrollistas. La segunda fue para mi trabajo actual, que me preparé y tuve seis instancias. Quedé como team leader a cargo de 40 personas entre el equipo digital y telefónico de la concesionaria Mundo Maipú.
–¿Tu experiencia en el tenis te aporta algo para tu trabajo actual?
–Las ventas tienen la misma competencia que un deporte: salir a vender, manejar objeciones, hacer un cierre... También las habilidades blandas son para toda la vida. En una cancha durante una hora y media se siente miedo, angustia, tristeza, orgullo, felicidad y si podés gestionar ese shock de emociones, tenés un paso adelante en todo lo demás que quieras hacer.
–¿Extrañás tu vida anterior?
–Los ciclos se van cerrando y se abren otros. A los 18 no hubiera pensado en tener hijos y hoy tengo dos. Es un hermoso desafío. Mi vida es más parecida a la del resto de los mortales, más terrenal que lo otro. Me encanta dar clases de tenis y ahora tengo un grupo de vecinas que son amigas, así que ahí me voy acordando cosas que viví y les cuento.
Como antes de tener quince años, el tenis volvió a ser un hobby en su vida. Además de las clases, da charlas del manejo de las emociones en la cancha para jóvenes y capacitaciones en gestión deportiva para los clubes de tenis. Eso sí, desde que se retiró nunca más volvió a París. A 20 años de su gran hito a nivel tenístico, ahora tiene un desafío igual de complejo: la gestión telefónica en la venta de autos ‘cero kilómetro’.
“El tenis profesional es un gran embudo que muchos quedan en el medio. Llegar a semis de un Grand Slam es dificilísimo. En ventas de autos por ahí te bochan, pero seguís intentando y en algún momento se da”, insiste.
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