Elsa Güiraldes contrajo matrimonio a los 17 años; a los 30 se divorció y conoció Corrientes de casualidad, allí dio forma a un deseo.
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Con la mirada perdida en el horizonte, asegura que ha tenido muchas vidas. Y en todas ellas hay un denominador común que recorre las diferentes etapas por las que transitó. Con la sonrisa dibujada en el rostro, lo recuerda con la emoción de quien ha deseado algo con lo más profundo de su ser.
Criada en San Antonio de Areco, durante su infancia, Elsa Güiraldes (76) vivió en una típica casa grande, con mucho patio, muchos hermanos y padres alegres. “En aquella casa, y con la tranquilidad del pueblo de la que disfrutábamos, podíamos tener siempre la puerta abierta para jugar, entraban y salían personas maravillosas”. A los 10 años se fue con sus abuelos a vivir a Suiza, allí asistió al colegio y se vio inmersa en otro mundo. De San Antonio de Areco a Suiza fue un salto enorme, en todos los sentidos.
“A mis abuelos les había surgido una oportunidad laboral en ese país. Mi abuela, de carácter fuerte y muy inteligente, puso como única condición que tanto mis hermanos como yo la acompañáramos en esa aventura. Mis padres accedieron y allí fuimos. En aquel entonces con suerte hablábamos con los afectos una vez al mes por teléfono y la distancia nos pesaba a todos. Fue una experiencia fuerte pero enriquecedora en todo sentido”.
“Yo seguí los mandatos de la época”
De regreso en la Argentina, con apenas 17 años, contrajo matrimonio. Una vez más, su vida cambió. A los 19 ya era mamá de dos hijos, de modo que sus días transcurrían un tanto diferentes a los de otras mujeres de su edad. Soñaba con terminar el colegio y estudiar arquitectura pero en su familia las mujeres se tenían que casar, tener hijos y cumplir el mandato, que en realidad, según recuerda, era un mandato de la época.
“Aunque mi matrimonio no duró mucho, de todas maneras, yo seguí con los mandatos de la época. Dedicaba mi tiempo a mi familia, a la casa y al cuidado de los chicos. Era yo como responsable de todos, por lo tanto no me alcanzaba el día para ir tras mis deseos. A los 30 finalmente me divorcié y, como no pude ir a la universidad, ya separada hice el bachillerato. Intenté entrar en arquitectura pero no me fue bien porque no estaba preparada para una universidad. Opté por la pintura, a lo que me dediqué por bastante tiempo, y de repente, sin planes de ningún tipo, terminé en Corrientes”.
Un sueño que cobró vida
Cuando llegó a Colonia Carlos Pellegrini, una localidad y municipio argentino, ubicada en el departamento San Martín de la provincia de Corrientes, sintió que estaba en una tierra que, de algún modo, ya conocía. Quizás le era familiar por los sueños que tenía con frecuencia y en los que se veía rodeada de abundante naturaleza.
“Es un lugar mágico, diferente a todo lo conocido. Está rodeado por la inmensidad de agua de lluvia, no contaminada. A mí me encanta la naturaleza, la observación, el reciclaje, y por eso sentí que ese era mi lugar en el mundo. Mis hijos ya estaban grandes y en ese descubrir me conecté con un deseo que había tenido siempre: construir una hostería. Me di cuenta que había extranjeros que llegaban y no tenían lugar donde hospedarse. Había solo un emprendimiento en aquel momento -estoy hablando de 1993- pero no pudo seguir adelante. Me pareció que era una oportunidad”.
“La hostería era la forma de ayudar a las familias de bajos recursos”
Pero la manera de empezar a poner en marcha su proyecto no fue la tradicional. Durante su estadía en aquel lugar que la había conquistado, notó que algo requería más atención. Se encontró con una comunidad con recursos muy bajos. De ese modo, decidió crear la Fundación Acarapu-a y empezar a generar un cambio en la población.
“Hacíamos muchas cosas pero principalmente teníamos una casa con un comedor al que iban 60 chicos por día a almorzar. Además, les ofrecíamos clases de apoyo para la escuela. Por el otro lado, entendí que necesitaba tener un trabajo para poder seguir quedándome ahí, entonces se me ocurrió que la hostería era el camino para poder hacer ese plan viable. Tuve la suerte de conseguir un crédito muy bueno y puse manos a la obra. Todos los planos los diseñé yo. Estuve presente en la obra porque vivía en el pueblo en aquel momento, fue una etapa muy linda. Además, cumplí mi sueño de ser arquitecta”.
Una vez instalada y con una visión clara de negocio, le llevó dos años el proceso de construcción. En 1997, la Posada de la Laguna abrió sus puertas. Desde entonces, el hotel nunca dejó de crecer: instalaron una antena, tuvieron acceso a internet, abrieron sus páginas de Facebook e Instagram y ahí la Posada la Laguna ya estaba ubicada en el mapa turístico. Se trata de un alojamiento con pensión completa. Tienen lanchas con guías especializados para hacer senderos y ofrecen servicio personalizado. Hoy cuenta con ocho habitaciones y todo el personal que trabaja junto a ella es originario del pueblo.
Del sueño a la hostería en la naturaleza
Elsa vivió en Esteros del Iberá durante 22 años. Volvía cada tanto a Buenos Aires para visitar a la familia y hacer trámites. Ahora está instalada nuevamente en Buenos Aires. Pero dice que está tranquila: todo se encuentra tan perfectamente organizado gracias al personal maravilloso que trabaja junto a ella hace tantos años, que ya directamente lo puede manejar sin estar físicamente. Entre los chats de WhatsApp, las fotos que le mandan, es como que está ahí.
“Son casi 24 años. Tengo chicas que trabajan y están conmigo desde el principio, saben mejor que yo lo que hay que hacer. A los más jóvenes los conozco desde que eran muy chiquitos. Por ejemplo, a la cocinera la conozco desde que tenía 10 años. A través de la fundación tuve mucha relación con la gente del pueblo, especialmente con los niños. Al principio, a la hostería iba muy poca gente, después comenzamos a trabajar mejor”.
Con la llegada de las redes sociales pusieron pie en otro mundo. Tener internet fue clave. Hoy, el 95% de los visitantes llegan a través de las redes sociales. Aunque estuvieron más de un año sin trabajar, gracias a las redes sociales pudieron mantenerse en contacto permanente con los visitantes. Después de la pandemia, el número de huéspedes explotó. Ahora los Esteros del Iberá es, sin duda alguna, un lugar turístico.
Más de dos décadas después, Elsa asegura que la hostería le permitió ganar libertad. Pero también experiencia, vínculos y aprendizajes que jamás olvidará. “Me emociona saber que tengo el cariño de la gente -sí, en el lugar soy conocida-. No es fácil cuando llegás a Corrientes, poder entrar en una casa. El correntino es muy reservado y no es fácil que alguien de afuera pueda entrar en la intimidad de la familia, pero yo a través del trabajo de la fundación, con el tema de las huertas, pude ganarme ese espacio tan valioso. Recibir a mucha gente de diferentes lugares y culturas es muy enriquecedor. Trabajar en un lugar así es simplemente maravilloso”.
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