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Son las tres de la tarde de un viernes y el sol pega casi a pleno sobre el pintoresco paseo Victorica en Tigre. Horacio, de 85 años, con su mujer Clara y un grupo de amigos entrerrianos disfrutan de una entretenida caminata con vistas al Río Luján. Tras contemplar por unos minutos la navegación de las lanchas, detienen su marcha en una casona repleta de plantas, frutos y árboles. Hay palmeras, helechos, sauces, acer, lazos de amor, mburucuyá (pasionaria) y limoneros, entre otras especies nativas. Han florecido con la llegada de la primavera.
Es que allí en el fondo, en donde supo estar un antiguo garaje (aún conserva el piso con adoquines), se esconde una de las heladerías artesanales históricas en la zona. “Este sitio es como un oasis. Lo visito desde hace más de veinte años. Siempre suelo pedirme dulce de leche y chocolate, no fallan”, dice Horacio. Su mujer en esta oportunidad optó por un vaso pequeño con dos gustos: lemon pie e higos con nueces.
“Vía Toscana” abrió sus puertas en 1979 y sus creadores fueron Don Osvaldo y María, un matrimonio, que a pesar de no tener experiencia en el rubro lograron posicionarse en el barrio. Con los años se transformaron en un ícono y sus más de 60 sabores artesanales perduran a través de las generaciones. Varios son exóticos e inspirados en tortas del mundo.
Un flechazo entre platos españoles e italianos
Osvaldo Cortellezzi y María se conocieron en el Club de Regatas La Marina en Tigre. Los jovencitos tenían muchos intereses en común, entre ellos la pasión por la gastronomía. Ella era una gran cocinera: siempre preparaba recetas de inspiración española. Mientras que él desplegaba su talento con platos típicos italianos. Tras aquel flechazo se casaron y luego montaron su primer restaurante al que llamaron “Chapaleo”. Su gran especialidad era la parrilla. Luego, a fines de la década del 70 cambiaron de rubro por las cremas heladas y un 24 de noviembre de 1979 inauguraron “Vía Toscana”. El nombre está inspirado en la región donde se encuentra Abbiate Guazzone, el pueblito del nonno de Osvaldo.
“El interés por la gastronomía viene de familia. En casa siempre se comía muy bien. De hecho, mis padres solían “pelearse” en broma para ver quién cocinaba mejor. Cuando abrieron la heladería para ellos fue toda una novedad. Pero estaban convencidos de que querían ofrecer algo diferente y con la mejor materia prima”, rememora Laura, su hija. Hoy, ella con su hermano Diego están al frente del negocio familiar.
Una casona con mucha historia
La casona de madera con piedra, ventanales con vitrales y paredes de calcáreos azulados, también tiene su propia historia: se construyó hace más de 80 años. “Era de mi abuelo y este era el garaje de casa. Nosotros de pequeños vivíamos arriba y acá abajo montaron la heladería. Papá era fanático de las plantas y le gustó la idea de armar un sitio medio selvático. Cuando subían las mareas el local se inundaba y el agua llegaba hasta la mitad de las heladeras”, recuerda Laura, con su prolijo delantal cuadriculado y una gigantesca sonrisa.
Ella tiene recuerdos muy felices de su infancia. “Mis amigas querían venir siempre a casa porque nos convidaban helados (risas)”, afirma. Con el tiempo, la jovencita comenzó a interiorizarse en la cocina. Al principio, ayudaba con algunas tareas sencillas: desde pelar la fruta, quitarles el carozo o semillas, hasta separar la clara de la yema de los huevos. “Crecí entre los helados y aprendí mirando. Antes de cumplir dieciocho, con Diego nos empezamos a meter cada vez más”, reconoce, quien luego se recibió de Licenciada en Letras.
Helados que son viajes
Al matrimonio Cortellezzi le apasionaba la etapa de elaboración y creación de nuevos sabores. Sus viajes eran una fuente de inspiración. De Las Islas Canarias trajeron la idea del postre típico “Bienmesabes’': con almendras trituradas, ralladura de limón, canela y miel; y luego lo transformaron en helado. Y de París el llamado “Cocktail Exotique”, una perfecta combinación de frutas ácidas exóticas (entre ellas, el mango). En honor a sus antepasados italianos, incorporaron el clásico pistacho; la ricotta con miel, el “Tiramisú” con crema de queso, pionono, café, cacao y rhum; y la crema toscana con almendras, nueces, chocolate crocante. “Las recetas son las mismas desde que abrimos. No las modificamos. Incluso hasta tenemos el cuaderno de puño y letra de papá. Está todo manchado (risas)”, cuenta Laura mientras recorre la pequeña cocina donde sucede la magia.
Hay máquinas (horizontales) para realizar los helados y envases con leche y crema fresca. Además, varios cajones de madera repletos de fruta de estación. En un rinconcito se encuentra una histórica paila de cobre. “Aquí realizamos nuestro praliné casero. Primero le ponemos el azúcar, luego un poquito de agua; y previo a que se haga el caramelo van las almendras, nueces o pistachos. Es importante que el fuego sea moderado y que los movimientos sean envolventes”, explica, sobre el minucioso trabajo artesanal.
Todos los días de la semana los hermanos elaboran helados. El trabajo comienza a la mañana y a las doce del mediodía ya tienen prácticamente listos toda la producción de la jornada. Para ellos, uno de los secretos del éxito es la materia prima. “La fruta es de verdad, no usamos colorantes ni aromatizantes. Y la crema y la leche son de primera calidad. A lo largo de estas cuatro décadas hemos pasado por todas las crisis. Siempre preferimos ganar menos, pero no relegar en la calidad”, afirma la maestra heladera. Su preferido es el de “Chocolate orange” con licor de naranja y naranjas glaseadas. A diario María, su madre de 89 años, sigue preparando varias de sus recetas caseras. Como los bizcochuelos y piononos para las cremas heladas. También suele tostar las almendras. “Le encanta y siempre nos da una mano enorme. Papá estuvo acá dando vueltas controlando la calidad hasta los 86 años. Fue un fanático y nos contagió esta pasión”, agrega. Don Osvaldo también era un amante del arte. De hecho, en las paredes de la heladería hay varias obras de su autoría. Los últimos años de su vida se dedicó a pintar al óleo. Los paisajes de Tigre, con sus embarcaciones y muelles de madera, fueron su musa inspiradora.
Los sabores que fueron de boca en boca
En la cartelera de madera (que se divide en frutas y cremas) actualmente tienen más de 60 sabores. Los más afamados suelen ser el “Bombous” con crema de la casa, bizcochuelo de chocolate y dulce de leche repostero y el “Dulce de leche Bariloche” con nueces, almendras, trocitos de chocolate blanco. Este último era el preferido del artista plástico Carlos Páez Vilaró. “Venía siempre y con los años se convirtió en un amigo de la casa. En 1987 nos mandó una carta desde París que atesoramos con mucho cariño”, cuenta Laura. “En pocos días si Dios quiere apareceré por el Tigre con ánimos renovados!... aquí no he podido comer helados tan ricos como los de Vía Toscana”, escribió Vilaró en su misiva. La acompañó con un pintoresco dibujito de un señor disfrutando un cucurucho.
En la lista de los gustos clásicos de todos los tiempos, no pueden faltar la crema rusa; la cereza a la crema, los quinotos al whisky y el marrón glacé (crema de castañas y castañas en trocitos). Muchos vecinos se desviven por las reversiones de tortas. Pica en punta el de Lemon pie (con crema de limón y merengue casero) y la “Selva negra” con chocolate, cerezas, dulce de leche repostero y almendras trituradas. El llamado “Magnolia” (en honor a una de las hijas de Laura) es otro de los imperdibles. Sabe a la icónica cheesecake, con crema de queso y salsa de frutos rojos patagónicos.
De los frutales, tienen gran salida el de pomelo, frambuesa, pera y limón. En primavera y verano la vedette son el de sandía; melón y el de ciruela. A Diego, el mayor de los hermanos, le gusta incursionar con nuevos sabores exóticos. Hace algunos años sumó al repertorio el de Caipiriña (con mucho jugo de lima); otro de palta; zanahoria con naranja y uno a base de whisky. Esta temporada están ideando uno nuevo con maní y miel.
“Está medio oculta pero siempre la veo llena”
Nazareno, de 30 años, vive en el barrio y siempre sintió curiosidad por la fila que se arma en el local los fines de semana. “Es la primera vez que vengo. Está medio oculta, pero siempre la veo llena. Hoy terminé de laburar y le di una oportunidad. Me encantó el dulce de leche y el sabor Magnolia”, confiesa, tras disfrutar de su vasito. Ariel es otro de los clientes que está ubicado en el banco de plaza “Vine a pasear con mi pareja al río y entré porque me atrajo mucho el jardín. Sin dudas, voy a volver”, cuenta, quien en dicha oportunidad probó el dulce de leche Bariloche y la mandarina.
Por su ambientación y jardín la heladería ha sido elegida en más de una oportunidad para filmaciones de cortos y telenovelas. En 1994 apareció en algunas escenas de la tira “Perla Negra” protagonizada por Andrea Del Boca y Gabriel Corrado. También en el videoclip “Respirar” de Iván Noble. En busca de sus helados pasaron artistas, figuras del espectáculo, periodistas, políticos y deportistas. Entre ellos el músico Pappo, Gustavo Cerati, Juana Viale, Martín Caparrós y Sergio Massa, entre otros.
“Es un orgullo poder continuar con el legado de nuestros padres. Esto es mi vida”, confiesa Laura.” ¿De qué sabores te preparo el cucurucho?”, le consulta a un niña, que apenas llega al mostrador. Ella tenía casi su misma edad cuando descubrió el apasionante mundo de los helados.
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