Arribó a Estados Unidos para trabajar en el mundo de los vinos premium, se enriqueció culturalmente y regresó con ganas de aportar para un futuro mejor
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Agustín Carrillo perdió de vista a sus seres más queridos, ellos habían quedado allí, del otro lado de la puerta de migraciones. Su corazón comenzó a latir a una velocidad inédita y una mezcla de emociones inexplicables se apropiaron de él, hasta desbordarlo. Su querida tierra, Mendoza, había quedado atrás.
Cuando el piloto anunció que habían traspasado los diez mil pies de altura se encontró imaginado su futuro próximo. No conocía Estados Unidos y se preguntó si sería tal como lo ilustraban en las películas. También pensó en el trabajo y las amistades que había dejado en su provincia y la ansiedad se adueñó de él una vez más. ¿Y si algo le sucedía a su familia, a sus abuelos, estando alejado? Entonces comprendió que había tomado una decisión y optó por apartar aquellos miedos de su cabeza para seguir adelante.
Una buena decisión, se dijo. Como licenciado en enología, había sido seleccionado para trabajar en la producción de algunos de los vinos más prestigiosos de Estados Unidos, para Paul Hobbs Wines, una bodega fundada por Paul Hobbs, reconocido por desarrollar vinos de alta calidad en los excepcionales viñedos Sonoma, California, en la zona de Russian River Valley, cerca de Napa Valley y a 100 kilómetros de San Francisco. Y allí, en un poblado de Sonoma, lo esperaba su nuevo hogar.
“Fue un desafío llegar hasta allí”, asegura Agustín. “Arribé con un plan de visa de trabajo del gobierno de Estados Unidos dirigido a jóvenes profesionales. Tuve que pagar por la visa y el pasaje, aunque después el trabajo compensó ese gasto inicial”.
Valles y viñedos: “Necesito ir a un pueblo llamado Sebastopol”
Arribar en California fue inolvidable, “mejor que en las películas”, cuenta Agustín al rememorar aquel día. En una mañana de agosto, el avión aterrizó en la bahía de San Francisco y el joven argentino se dejó envolver por la adrenalina. Ante él, todo surgió completamente extraño y supo que debía armarse de cierto coraje: no dominaba el idioma y, algo tan sencillo como tomar un colectivo o un taxi, de pronto se sintió como un desafío titánico.
Hallar el autobús que lo trasladó desde San Francisco hasta el condado de Sonoma le llevó una hora. “Necesito ir a un pueblo llamado Sebastopol, por favor”, le dijo al chofer cuando finalmente dio con el micro; por fortuna, su inglés básico fue suficiente para que lo comprendiera.
El pequeño poblado de Sebastopol emergió magnífico. De un momento a otro, Agustín se encontró rodeado de colinas y valles, con los viñedos entremezclados en los bosques. Y allí, en medio de la naturaleza, divisó su nuevo hogar, una casa al estilo californiano.
“Es un lugar hermoso, quedé enamorado a primera vista de esta zona, donde pequeñas casas aparecen entre los viñedos, algunas también son bodegas productoras de los reconocidos vinos de la región”, cuenta el enólogo. “Y cuando empezás a vivir ahí, te das cuenta de que no es solo un lugar soñado por el paisaje, es estar en un paraje muy tranquilo, semirural, pero de primer mundo, donde casi todas las calles están asfaltadas, hay iluminación y, a pesar de ser un lugar de pocos habitantes, tiene todos los servicios básicos de calidad, como internet, telefonía celular, bancos, supermercados y tiendas, ferias de frutas y verduras de productores de la zona”.
“Lo más impactante, sin embargo, fue la seguridad. Recuerdo que llegué a la casa donde me alojaba, que es propiedad de la bodega, y había un pequeño portón abierto, pregunté si lo cerraban en la noche y me respondieron que no era necesario, algo impensado para nosotros como argentinos. Fue increíble ver esa seguridad en toda la zona: comprobar que podés dormir tranquilo, sin rejas en las puertas y ventanas, realmente no tiene precio”.
Choque multicultural y un “che” que surge con más fuerza
Agustín no solo tuvo que adaptarse al cambio de paisajes, reglas e idioma, sino al choque multicultural. Compartía casa con otros jóvenes contratados por la misma empresa: una mujer y un hombre oriundos de Italia, una compañera de Alemania, otro de Estados Unidos y, para su sorpresa, también se encontró con compatriotas argentinos que con el tiempo se transformaron en amigos: Marina Miceli, Iván Flores, Giovanna de la Longa y Luciano Mugnani.
“Fue grato compartir e ir conociéndonos de a poco. Por otro lado, relacionarse con gente del propio país en tierra extranjera te une más a las raíces, donde surge con más fuerza el `che´, el mate, un fernet o un asadito con vino californiano. En cuanto a las comidas, hay muchísima variedad y podés conseguir de todo; claro que se extraña, por ejemplo, la carne de nuestro país, pero en Estados Unidos hay buenos cortes, son diferentes, pero eso no impide hacer un buen asado”.
“Para ciertos eventos tuve que unirme a los horarios locales, que implica cenar a las 18 o 19, pero, entre argentinos, antes de las diez de la noche era impensado”, sonríe. “En California se valoran muchísimos los horarios y todas las reglas en general. Se conduce de forma muy ordenada y se respetan las señales de tránsito, el PARE es realmente PARE: tenés que contar tres segundos, detenido, antes de avanzar”.
“Las nuevas costumbres y la diversidad me instaron a abrir mi mente para poder conocer nuevas culturas, nuevos idiomas, personas de países muy diferentes en sus creencias y hábitos; me enseñó a no quedarme encasillado en mis propias formas”.
El trabajo y el impacto de la conciencia ecológica: “Me impulsó a volver a la Argentina a estudiar sustentabilidad”
Trabajar para la bodega fue inolvidable. Los meses transcurrieron intensos, en un ambiente humano increíble, en su mayoría estadounidenses y mexicanos, todos en extremo amables: “Se comportaban como si hubiésemos sido amigos desde antes”.
Con el paso de las semanas, Agustín recorrió la región y descubrió que, si bien había zonas cambiantes en cuanto al lujo y la belleza de los barrios, en general, todos parecían vivir bien: “En el condado de Sonoma la calidad de vida es muy buena en comparación con la Argentina; de hecho, California es uno de los estados más ricos y desarrollados de Estados Unidos”, agrega.
“En cuanto al trabajo en sí, fue maravilloso ver cómo se cuidan los viñedos y las uvas desde un primer momento, con técnicas que intentan preservar todo el potencial de las uvas para lograr vinos muy expresivos. Tuve la oportunidad de conocer a uno de los mejores enólogos del mundo, Paul Hobbs, y trabajar con él en su bodega; en Mendoza, es el enólogo de la prestigiosa bodega de vinos premium Viña Cobos”.
“El varietal emblemático de la zona de Sonoma es el pinot noir y el Chardonnay, además producimos vinos Cabernet de viñedos que provienen de la zona de Napa Valley, muy cercana a Sonoma. El desarrollo es extraordinario en calidad, muy apuntado a un segmento premium”, continúa el argentino. “Me impactó también ver la conciencia ecológica y de sustentabilidad que tienen en California, desde cómo se tratan los viñedos, hasta el reciclado de los desechos, tanto en las empresas como en todas las casas. Cada hogar ya tiene su cesto dividido con reciclables, orgánicos, y plásticos. Esto me hizo pensar que tenemos que esforzarnos por cuidar más nuestro planeta. Me impulsó a volver a la Argentina a estudiar sustentabilidad”.
“Recomiendo profundamente a todo aquel que pueda, que se anime a tener la experiencia de vivir en otro país”
Agustín sabía que en algún momento iba a volver, ya que su contrato laboral y permiso de estadía tenían una fecha de vencimiento. Sin embargo, jamás imaginó lo duro que le resultaría el regreso. Entre bosques y viñedos, se había enriquecido de maneras jamás imaginadas, logrando adaptarse a una cultura con características propias, pero, a su vez, fusionada a una inmensa diversidad.
En aquella tierra, no solo había mejorado sus conocimientos profesionales, sino que había tenido la oportunidad de explorar rincones emocionantes como el Lake Tahoe, Yosemite, la ciudad de San Francisco y casi toda la costa californiana con sus increíbles playas en Malibú, Santa Barbara, Santa Mónica, Los Ángeles, así como volar a Nueva York, entre otros destinos de Estados Unidos.
“Después de vivir allí, volver fue difícil porque significó regresar a situaciones que no me gustan para nada: la inflación, la inseguridad, el miedo a perder el empleo y conseguir uno que sea digno. Pero, en parte, se compensa con el cariño de tus seres queridos; las relaciones tan próximas y cercanas que tenemos en nuestra cultura argentina es algo positivo, difícil de encontrar afuera. Si bien allá me tocó conocer gente increíble, los argentinos tenemos esa facilidad para entablar vínculos que, emocionalmente, impactan diferente”.
“Recomiendo profundamente a todo aquel que pueda, que se anime a tener la experiencia de vivir en otro país. Uno regresa enriquecido y capaz de aportar nuevos conocimientos. Estar inserto en otra realidad me ayudó a tener una mente más abierta e incorporar nuevas formas de hacer las cosas. Aprendí muchísimo, me ayudó a tener nuevas habilidades, no solo tecnológicas en relación a mi profesión de enólogo, sino también en mis relaciones interpersonales. Me ayudó a madurar, a ser más tolerante y compasivo con personas de otras culturas, con el que piensa diferente, habla diferente, se viste diferente o tiene otro color de piel”, reflexiona.
“Y es afuera que aprendí a valorar las pequeñas cosas que, cuando estoy acá, en Argentina, doy por sentado. A agradecer lo que tenés y te enseñaron en tu casa y, en especial, a comprender la fortuna que es tener el amor de la familia y los amigos”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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