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Basura acumulada, escombros, contenedores de residuos sin control, autos estacionados sobre la vereda y caos vehicular por la doble circulación. Estas fueron algunas de las situaciones que comenzaron a preocupar cada vez más a un grupo de vecinos de las cuadras aledañas a los 200 metros linderos a las vías del tren Mitre y que recorre la calle Víctor Pissarro en el barrio de Núñez.
“Parecía tierra de nadie. La gente tiraba escombros y basura; los autos estacionaban sobre la vereda y los días de recitales, o partidos en la cancha de River, estas cuadras eran un caos. Además se asentó un grupo de chicos a vivir en ese espacio. El lugar se fue degradando cada vez más. Y eso nos dio mucha pena. Este barrio siempre fue muy lindo, con casas bajas, verde y sol. De hecho, hace poco, lo hemos defendido entre los vecinos para que no cambiaran el código de edificación ya que querían construir viviendas de hasta cinco pisos. Y entre todos lo logramos. Juntamos firmas, fuimos a la legislatura y presentamos un amparo. Gracias a la suma de voluntades conseguimos preservar un polígono del barrio”, recuerda Valeria Boxaca, arquitecta y vecina de Núñez.
Efectivamente, durante años se permitió la construcción de edificios en altura hasta que, el año pasado, tras el reclamo de los vecinos para evitar el avance de torres o edificios fuera de escala, se modificó el Código de construcción y se limitó las construcciones en altura en la zona.
“Quisimos salir del pesimismo”
Con ese antecedente, y preocupados por el tema de la inseguridad y el deterioro que evidenciaba la calle Víctor Pissarro, un grupo de vecinos tomó cartas en el asunto. Se juntaron a conversar y se dirigieron a la Comuna a pedir ayuda y contención para los chicos que estaban en la calle. Pero no obtuvieron respuesta. Decidieron, de todos modos, que querían y podían involucrarse en un proyecto que hiciera del barrio un lugar agradable de habitar.
“Quisimos convertir este lugar en un espacio posible y salir del pesimismo. El cuidado ciudadano también puede ser una iniciativa que aporte o que genere una pertenencia con el espacio público diferente a la del mero espectador. Hay muchas ciudades de Europa en las que este tipo de prácticas es moneda corriente, sobre todo porque el espacio verde no abunda. Nuestro móvil fue restaurar el lugar desde el punto de vista social y ambiental”.
Con las manos en la tierra
El momento perfecto se presentó cuando el grupo de chicos que se había asentado en el lugar, dejó el espacio. Entonces, lo primero que hicieron fue limpiar la basura, remover la tierra y pedir que el servicio de recolección de residuos moviera los contenedores que estaban allí colocados. Pintaron el cordón de amarillo y, por indicación del Gobierno de la Ciudad, se colocó una señal de prohibido estacionar.
“Somos 80 vecinos los que nos agrupamos. Juntamos plata entre todos. Mi marido, Roberto, y yo somos los que administramos el grupo y ponemos el cuerpo y las manos en la tierra. Arrancamos en marzo y desde entonces mucha gente se acercó a donar plantas. Compramos bolsones de tierra, troncos, rescatamos plantas y recibimos gajos. Y, poco a poco, cubrimos los 200 metros de las veredas linderas a la vías del tren que van desde Ramallo a Ruiz Huidobro. Hoy están completamente parquizadas”, dice Boxaca entusiasmada.
Para los trabajos de primeros meses se hizo necesario que contrataran un parquero. Poner en valor un área tan deteriorada requirió largas jornadas bajo el sol con pico y pala en mano. Los vecinos también se ocuparon de limpiar y podar el tronco y las hojas de una palmera datilera que hay en el espacio y de los árboles que fueron plantados generosamente por sucesiones de vecinos a lo largo de los años. Para ello adquirieron una motosierra y una escalera de quince metros de alto, imprescindible para alcanzar la zona de la copa. Una vez que la tierra estuvo nivelada, comenzaron a plantar ejemplares de Aloe Vera que Valeria había rescatado de su terraza.
Y, con el fin de preservar el trabajo realizado -ya que en ese entonces no sabían si el proyecto rendiría frutos- armaron caminos con hojarasca y pusieron una red para que no entren los perros. Como parte del plan de puesta en valor, compraron mangueras larguísimas que comparten entre los vecinos y se ocupan de regar todo el espacio. Este último mes subieron la apuesta y plantaron semillas con la esperanza de que florezcan en verano. Cosmos, Godelias, Espuelas de caballero, Zinias, Portulacas y Zanahorias son algunas de las que ya se sembraron.
“Al principio nos sentimos un poco en falta porque estábamos haciendo acciones sobre un lugar que, en definitiva, es el barrio. Conseguimos una reunión en la Comuna 13 y nos dijeron que estos 200 metros son el no lugar. No es ni de los trenes ni de la comuna. A Ferrocarriles Argentinos le corresponde el espacio que va del alambrado a las vías. Y, del otro lado del alambrado, es del gobierno. El gobierno divide ese espacio en comunas y entrega veredas para mantener. Para eso le asigna un monto de dinero por año. Estas veredas no están asignadas. No figuran en el mapa. Por eso no son de la comuna. Pero, a su vez, el gobierno no hace mantenimiento, solamente hace obras. Por eso lo declararon no lugar. Nosotros conseguimos que sea de los vecinos. Todos sienten que les pertenece y que tienen una responsabilidad sobre el espacio”, explica con detalle Roberto Fuhr, el esposo de Valeria Boxaca.
La mente ajardinada
Para Fuhr, que es empresario y trabaja en el rubro de sistemas y robótica, conectarse y comprometerse con las actividades de jardinería fue un descubrimiento. “A mí me gustaron las plantas desde muy chica, pero lo que viví con lo que este proyecto generó en mi marido es maravilloso. Trabajar la tierra lo conectó con otra cosa. Es sabido que realizar tareas de jardinería saca la ansiedad y reconcilia con la energía vital. Ahora dedicamos los sábados enteros al trabajo en estos jardines. Hacemos tareas de jardinería, regamos, plantamos y hasta nos damos el lujo de almorzar empanadas en la vereda, como en los viejos tiempos. Esto es una válvula de escape”, dice Boxaca.
Los jardines de Pissarro (@jardinesdepissarro)-así bautizaron los vecinos al espacio que con cariño armaron- se convirtió después de siete meses de trabajo en un paseo conocido por los que frecuentan el barrio, pero también para quienes pasan ocasionalmente por el lugar. Paseadores de perros, ciclistas, corredores o personas que caminan, todos disfrutan de dos cuadras donde las plantas y las flores, al aire fresco, los colibríes, las abejas, las cotorras, palomas y otras aves dan la sensación de sumergirse por unos minutos en un verdadero pulmón verde en medio de la ciudad.
El espacio se completó además con una compostera de hojas y pasto y otra de verduras que literalmente no alcanza y movilizó a muchos a llevar allí los restos de vegetales que no se usan. Próximamente, y con la idea de incluir a diferentes segmentos etarios del barrio, habrá un hotel de insectos compartimentada para recrear distintos espacios con características particulares que resulten acogedores para las distintas especies.
“Es muy gratificante poder trabajar y disfrutar del jardín, lo sentimos como si fuera el del fondo de nuestras casas. Todo el mundo está agradecido. Son iniciativas micro barriales y tenemos la esperanza de poder contagiar a que otros barrios se apropien de los espacios y los conviertan en proyectos verdes. A mi me parece que la ciudad necesita esa sensación de pueblo”.
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