Una historia de amor y traición: “Me enamoré de mi profesor y todo casi termina conmigo”
Él tenía 30 años y ella 19; se conocieron en una clase de la universidad y lo que parecía ser un cuento de hadas se volvió una relación tóxica
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La historia que se cuenta a continuación forma parte de una serie de relatos reales publicados por El Tiempo de Colombia.
Por primera vez, luego de estar encerrada durante meses por la pandemia, pude salir a la calle de nuevo. Estaba a punto de comenzar el quinto semestre de mi carrera de danza después de que renovaran el cuerpo de profesores. Ahí conocí a Oscar, el nuevo maestro, quien me iba a dar tres clases ese semestre. Íbamos a compartir bastante tiempo y, desde el principio, me cayó bien. Se presentó en una videollamada con todas las alumnas y fue muy amable.
Después de una semana de esa presentación, nos vimos en persona. Escuchaba a mis compañeras haciendo chistes tontos sobre el maestro: “Es muy lindo, pero bajito”; “Habla como un nene, pero baila bien”. Yo no quería pensar demasiado en él, solo me decía “es mi maestro, es mi maestro”.
Luego de algunos días, hicimos una clase en el Parque Nacional, y ahí me vio. Llegué tarde y corriendo para no atrasarme, con una campera blanca que brillaba mucho, una cola alta, el pelo lacio, jeans y zapatillas blancas.
Lo miré a los ojos y le dije: “Primero que todo, buenos días y disculpá por llegar tarde, ¿de qué hablan?”. Él se dio vuelta para verme y sonrió. Esa tarde almorzamos todos: mis compañeros, el profesor y yo. Hablamos de comida, de nuestros gustos y de Dios. Solo pensaba: “Sí, habla gracioso, pero tiene una sonrisa muy bonita”.
Más tarde fuimos a tomar una cerveza y, aunque yo no soy particularmente fanática de esa bebida, él me preguntó si me gustaba un tipo en específico, que era de sus favoritas. La probé y él tenía razón: me encantó. Nos paramos a bailar y en un momento lo vi, me acerqué a él y disfrutamos bailando una canción de Karol G. En ese instante, dejé de verlo solo como mi profesor.
Las siguientes clases fueron extrañas. Me costaba concentrarme, me perdía en lo que decía; además de ser un buen bailarín, me gustaba mucho su forma de hablar. Eso me enamoró. Me perdía también en sus labios y en sus cejas, incluso en el piercing de su nariz. ¡Qué tonta!
Un día fui a bailar con mi hermana y sus amigos y decidí invitarlo. Era la primera vez que salíamos, ¿qué podía salir mal? Llegamos a la fiesta, bailamos juntos, nos besamos una y otra vez hasta que me dijo: “¿Sabes que esto tiene que quedar acá, no? En la universidad, yo soy tu profe y vos mi alumna”. Y yo respondí: “Claro, claro que sí”.
Una advertencia que era mejor no ignorar
Luego, empezamos a hablar más por WhatsApp y también en persona. Yo intentaba disimular lo que sentía, pero suelo expresar mucho con mis gestos y tal vez algunas personas lo notaron.
Nos fuimos acercando más y, como vivíamos cerca, él se ofrecía a acompañarme a casa. En uno de esos días, en los que hacía mucho frío, le pregunté a mis papás si podía invitarlo a un café, y me dijeron que sí. Lo traje a casa, comimos, hablamos, y así me fui encariñando con él.
A mis papás no les gustaba que viniera porque decían que era mi maestro, y tenían toda la razón; tendría que haberlos escuchado.
Como éramos amigos, salimos más a fiestas. Tomábamos, bailábamos y, claro, llegamos a tener relaciones sexuales. Pero para entender qué pasó, debemos hablar de mi mejor amiga, Valerie. Ella era la más grande del grupo, tenía 24 años y yo 19. Él tenía 30 y, claro, se llevaban muy bien. Los invité un día a mi casa y sentí que algo pasaba, pero quise ignorarlo. Mi mamá me dijo que veía que entre ellos había algo, pero, ¿cómo podía ser si ella era mi mejor amiga y no podía hacerme eso?
Con mucha ansiedad, decidí preguntarle a Oscar si había algo entre ellos dos y fue cuando me confirmó que sentía algo, pero “que no sabía qué era”. Al escuchar eso, decidí alejarme unos días de los dos.
Cuando volví a hablar con él, me dijo que nos quería a las dos, pero que con ninguna iba a tener una relación. Sin embargo, esa tarde, entre charla y charla, yo le pregunté si alguna vez había besado a Valerie, y su respuesta fue lo que más temía: sí, sí se habían besado.
Sentí mi corazón romperse, me sentía traicionada, pero necesitaba que ella me lo confesara. Le pedí unos minutos a Valerie y le pregunté directamente: “¿Te besaste con Oscar?”. “No. Claro que no, es el profesor”, me respondió y yo, indignada, le contesté: “No puedo creer que me mientas en la cara, Oscar ya me lo contó”.
No volvimos a hablar, sino hasta tres meses después; el ambiente era terrible y las cosas jamás fueron como antes. Con Oscar seguimos chateando; yo seguía detrás de él como una ilusa y con la esperanza de que algún día pudiéramos ser más que amigos, o más que alumna y profesor.
Llegaron las vacaciones y lo invité a un paseo de tres días con mi familia, ‘como amigos’, pero dormimos juntos, almorzamos juntos, todo juntos, y hasta mi familia pensó que de verdad éramos novios. Después de esto volvimos a Bogotá y en las siguientes dos semanas salimos a comer, al cine, hasta vimos una serie juntos. Hasta que en una de las citas le pregunté: “¿Nosotros qué somos?”. Esperaba que me dijera, más que amigos o novios, pero su respuesta fue: “Después hablamos de eso”.
Los siguientes días charlamos menos, empezó a alejarse y yo ya sabía lo que venía. Un día me invitó a su departamento y me dijo que necesitaba estar solo y no quería comprometerse conmigo. En definitiva, ahí debería haber terminado todo, pero cuando volvimos a la universidad ya no me daba clases, y yo lo busqué de nuevo. En agosto de 2021, nos vimos en su casa y tuve la mejor noche de mi vida.
La verdad siempre sale a la luz
Un día fuimos a bailar con un grupo de compañeras que conocí en un evento y él estaba ahí. Recuerdo como una de ellas festejaba que su amiga por fin estaba con el “chico que le tiraba onda” y que de verdad lo quería. Así que, como era de esperarse, era él: el profe lo había hecho de nuevo. Estaba bailándole y besándola como me besaba a mí; ese día mi corazón terminó de romperse.
Resultó que no solo había salido conmigo, sino con varias alumnas de la universidad y cada una de distinto semestre, y yo solo había sido una de tantas que cayeron en su juego.
Luego de lo sucedido y una ruptura de un amor que te quiebra el alma, tuve ansiedad social y apenas podía hablar. Tenía pequeñas crisis, solo quería gritar y pensaba: “Respirá, contá del 1 al 10″. Sabía que necesitaba ayuda y me contacté con la psicóloga de la universidad.
Todo iba bien en ese proceso hasta que mencioné su nombre. De inmediato la psicóloga supo de quién estábamos hablando. Oscar me llamó y me pidió disculpas por todo lo que había causado. Fue por teléfono, era un cobarde. Aunque me pareció rara esa llamada, le dije que no había nada que perdonar y que todo era aprendizaje.
Cuando volví a tener turno con la psicóloga, ella me pidió disculpas y me confesó que pidió ayuda al consejo de la Universidad para evitar que él lastimara a otras personas. Fue ahí que lo terminaron despidiendo y hasta el día de hoy él no sabe que yo hablé con la psicóloga y espero que nunca se entere.
No me siento culpable porque en los chismes de pasillo del colegio todos hablan de él y de las chicas con las que se había visto. Estoy en el proceso de olvidarlo, pero es una lucha constante. Ahora sé que merezco algo mejor, alguien que me quiera con mi pasado, mi presente y la mujer en la que me convertiré.
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