Tiene 78, jugó en Boca, con el Turco García y Ruggeri, pero decidió convertirse en el contador de los famosos
Pese a que tenía un futuro prometedor como futbolista en Boca, Ronald se dedicó a estudiar, pero nunca colgó los botines; en diálogo con LA NACION, habló de su admiración por el deporte
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Hay pasiones que no se pueden explicar, que simplemente nos atraviesan, y que cuando nos referimos a ellas, todos pueden simpatizar, incluso sin entenderlas. Ronald Rodríguez habla del fútbol, su primer amor, y sus ojos se iluminan. Es que detrás de este deporte se encuentra parte de su historia, y hoy, a sus 78 años, la relata. Sin saberlo, un video lo convertiría en protagonista de las redes sociales, sobre todo por su destreza en la cancha fácil de admirar. “¡Qué pinta de haber sido un buen jugador que tiene Ronald!”; “Están más en forma que yo” e “Y yo, con 39 años, tres operaciones y dudando de volver”, fueron solo algunos de los comentarios que se visualizaron en la publicación que hicieron desde el Instagram del club donde juega todas las semanas, desde hace poco más de veinte años.
Ronald heredó la pasión por el fútbol de su papá, quien viajaba los sábados a la tardecita desde Urdampilleta, localidad del partido de Bolívar, provincia de Buenos Aires, hasta el barrio porteño de Constitución, lugar al que llegaba recién el domingo a la mañana. De ahí, se iba directo a La Bombonera para alentar a Boca, y después volvía a viajar de noche, sin importar cuánto tiempo le costaba la vuelta ni el cansancio que tenía encima. Así, como una tradición, él siguió sus pasos y dedicó sus tiempos libres del colegio pupilo al que asistía para jugar, pero también armaba torneos, distracción en la que encontró el refugio de su timidez. “Yo era muy tímido, cerrado y me daba nerviosismo hablar, por lo que tartamudeaba mucho. Por eso encontré un refugio cuando comencé a participar de grupos, porque era uno más”, confió en diálogo con LA NACION.
Y siguió: “El fútbol me educó, me enseñó palabras que no conocía, me permitió darle un abrazo a mi viejo. Yo iba a la cancha y para mí era para pasar tiempo con él, que no lo veía en todo el día, porque cuando él llegaba de trabajar yo me iba a dormir. Que mi viejo me trajera de la cancha caminando era un placer, era lo más grande que había en la vida”.
Lejos de ser un espacio físico, la cancha tiene un enorme significado para Ronald. Es que con el tiempo se convirtió en el lugar de conexión con su papá. “Yo todavía estaba en el secundario, fuimos a ver un partido importante y Boca hizo un gol en La Bombonera. No sé por qué ese día mi viejo se abrazó con otro y después nos abrazamos. Yo logré abrazarlo en la cancha”, recordó con cierta nostalgia.
Ir a cancha es parte del folklore del fútbol y todo lo que eso significa, un ritual que se traslada de una generación a otra y el cual Ronald disfrutaba con su papá y ahora lo hace con Rony, su hijo de 50 años, con quien también juega los miércoles y domingos en un club de barrio. “Nosotros jugamos padres e hijos desde que tengo 15 años, pero lo que más nos llama la atención es que chicos de 20 quieren venir a jugar con nosotros, entonces tenemos algunos de 20 y pico y otros de 70, que al mezclarse terminan siendo partidos parejos”, explicó, por su parte, Rony.
Antes de que el fútbol se convierta en uno de sus más grandes pasatiempos, Ronald estuvo en las inferiores del club de sus amores, y tenía un futuro prometedor, pero su padre lo convenció de asistir a la universidad. “Yo estaba en tercer año en el colegio, me fueron a fichar y tuve la suerte de jugar en la cancha de Boca. En ese momento, mi papá conocía al presidente del club y le dijo: ‘No lo fiches, que termine el estudio. Yo no pude tener más de sexto grado y quiero que estudie’”. Sin embargo, él no reniega de aquella decisión. “Nunca tuve un sentimiento de bronca contra mis papás. Entendí que en ese momento era lógico”, sostuvo.
Ronald se recibió de contador público, pero jamás colgó los botines. Además, su profesión, la cual sigue ejerciendo a los 78 años, lo llevó a jugar con algunos de sus clientes, entre los que se encuentran tanto futbolistas profesionales como celebridades. “Yo trabajaba con Guillermo Marín, que era representante de jugadores y hoy en día es productor de obras de teatro. Él tenía una casa en Villa General Belgrano, en un country, e íbamos a jugar a la quinta de él. Los que más recuerdo son Alejandro Mancuso, José Fabián Albornoz, Óscar Ruggeri y el gallego González. Después jugó con nosotros Amador Sánchez y el Turco García”, señaló.
Pese a que cualquiera podría pensar que para mantenerse así de activo se requiere de alguna fórmula especial, Ronald lleva una vida normal. Es el deporte de sus amores el que le cura todo mal, ya que una vez que llega a la cancha, él asegura que sus problemas quedan atrás.
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