Morgan Segui, un acróbata francés, tuvo una epifanía sobre el sentido de la vida luego de hallarse al borde de la muerte, en una jungla de Timor Oriental
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Cuando Morgan Segui recobró del todo la consciencia, concluyó que se iba a morir. Apenas tres horas antes había sufrido una estrepitosa caída de casi 40 metros por un remoto acantilado de Timor Oriental, una nación isleña situada 2.000 km al norte de las costas del norte de Australia.
Ahora estaba tirado en el piso de una tupida selva, pidiendo ayuda a gritos, mientras la naturaleza a su alrededor le respondía con completa indiferencia.
“Sentía que tenía la camiseta mojada, pero no sabía de dónde venía el líquido”, le contó Segui al programa Outlook de la BBC. “Y cuando me toqué la cabeza, sentí como se me había desprendido parte del cuero cabelludo, como una banana pelada”.
“Cuando subí los dedos un poco más, sentí un agujero en mi cabeza e inmediatamente pensé: voy a morir”.
Ensangrentado y con los dedos rotos después de su intento por frenar la caída, Segui pasaría 5 días perdido en las profundas selvas de Timor Oriental. Y su rescate sería uno de los más inusuales de todos, liderado por un grupo de cabras salvajes.
Segui contó sus experiencia en el libro Cinco Días en Timor.
Pero su historia de aventuras comenzó muchos años antes y muy lejos de Timor Oriental. Todo empezó en las calles -y los cielos- de París.
Los cielos de la Ciudad Luz
Segui dice que su espíritu de aventura viene de cuando era un niño, cuando leía su libro favorito: Dónde Viven los Monstruos, de Maurice Sendak.
“Siempre me imaginé en un pequeño bote cruzando un mar y conociendo a estos monstruos miedosos y teniendo una fiesta con ellos”, le dijo a Outlook.
Cargado con sueños de aventuras, y frustrado por su vida en el colegio, Segui dejó los estudios a una temprana edad para unirse al circo, donde se convirtió en un acróbata profesional.
Llegó a ser tan bueno que fue parte de la inauguración del Mundial de fútbol que se celebró en Francia en 1998: su trabajo consistía en disfrazarse de la mascota del Mundial -un gallo llamado Footix- y permanecer en lo más alto del estadio de Francia durante los partidos.
Pero Segui dice que, a pesar del éxito y el reconocimiento profesional que le daba ser parte de uno de los eventos deportivos de mayor audiencia a nivel mundial, ese trabajo le hizo reflexionar.
“Parado en el techo del Stade de France, a 45 metros de altura, pensé: ‘Toda esta plata, todo este esfuerzo, toda mi vida, no los voy a dedicar sólo a grandes eventos, quiero hacer algo más’”.
Se retiró de las acrobacias y se dedicó a viajar por el mundo mientras realizaba todo tipo de labores -fue fotógrafo, videógrafo, pastelero y abrió un café- en sitios como Marruecos, Kazajistán y Timor Oriental, lugar al que se trasladó en 2017.
La vida de isla
Desde que comenzó su vida en Timor Oriental, Segui escuchó que los locales hablaban de un lugar sagrado, una gran montaña en una isla a 18 millas naúticas de la capital, Dili.
Conocida como monte Manucoco, la formación rocosa de unos 1.000 metros de altura se erige por encima de la tupida selva tropical que cubre la isla Ataúro y es parte importante de las tradiciones culturales de Timor Oriental.
Para Segui, quien se declara a sí mismo como un ávido fanático de hacer senderismo corriendo, el reto parecía perfecto. Así que, inspirado en el protagonista de su libro favorito de la niñez, consiguió y preparó una pequeña embarcación ligera con la que poder navegar desde Dili hasta Ataúro.
“Una vez llegué a la playa, como siempre pasa en Timor, muchas personas se lanzaron a ayudarme. Y cuando les conté que iba a subir el monte Manucoco, me dijeron que ya era muy tarde, que era mejor que me devolviera”.
Segui decidió ignorar sus consejos, convencido que a su ritmo tendría tiempo más que suficiente para completar el ascenso y volver a descender antes de quedarse sin la luz del sol.
“Por supuesto, eso es una actitud que no puedes tomar con la montaña. Es muy arrogante y peligrosa. La primera regla de la montaña es que una buena ruta es aquella que puedes cancelar o posponer hasta mañana. Yo no escuché muchas de las advertencias”.
A partir de los 700 metros de altura, Segui dice que el paisaje en el monte empezó a cambiar, a volverse más denso, más agreste.
“La jungla comenzó a volverse más verde y profunda, todo tipo de verdes. Había muchos sonidos particulares de aves e insectos, y todo tipo de olores”.
“Y como es la jungla, la sombra se empieza a apoderar de todo porque es tan densa que la luz no logra entrar. Es un lugar mágico, no necesitas más para ser feliz”, le dijo Segui a Outlook.
“En ese momento, yo era un tigre libre. Bueno, de pronto no un tigre, sino más como una ardilla o un burro, lleno de alegría de mamífero: un mamífero libre en su ambiente”.
Descenso abrupto
Al llegar a la cima del Manucoco, y presionado por la llegada de la noche, Segui se tomó un descanso de apenas 10 minutos antes de comenzar a descender.
Decidió seguir la misma ruta que usó durante el ascenso para acortar el tiempo de trayecto, pero en un punto, la ruta lo dejó en un sitio del cual no podía salir. “Llevaba cerca de una hora bajando por este río hasta que llegué a una cascada seca, por la cual no podía descender. Y no había ya manera de devolverme, así que quedé atrapado en una especie de cañón”, recuerda Segui.
“A la derecha, tenía una serie de junglas complejas, con culebras y arañas que no podía atravesar. Y a mi izquierda estaba este acantilado. Así que decidí darme la oportunidad de intentar escalar este acantilado de 40 metros, pensando que tendría señal de teléfono cuando llegara a la cima”.
Segui dice que los primeros 30 metros de subida fueron relativamente sencillos, y que la situación solo se complicó en el último tramo, dado que la lluvia había debilitado la roca, que estaba húmeda y parecía poco estable.
“Lo único que había era un pequeño árbol que sobresalía de la cima y era de lo único que podía agarrarme. Cuando escalas, sabes que un árbol que sobresale de una cima siempre es una mala idea, pero tenía que intentarlo. Era la única posibilidad”.
Segui trató de usar el árbol para alzarse a sí mismo, pero las raíces no aguantaron su peso.
“Cuando las raíces se rompieron, el tiempo se detuvo unos 7, 8 segundos y realmente recuerdo que todo iba en cámara lenta”.
“Vi como el aire, la pared, las piedras me pasaban lentamente. Y pensé que tenía que aferrarme a algo para detenerme, pero lo único que tenía disponible era la piedra. Así que intenté agarrarla con toda mis fuerzas, pero todos mis dedos se rompieron”.
Luego de caer casi 40 metros, Segui se golpeó en la cabeza y quedó inconsciente durante al menos tres horas.
El instinto de mamífero
Cuando Morgan Segui recobró del todo la consciencia, concluyó que se iba a morir. De su cabeza colgaba parte de su cuero cabelludo, sus dedos estaban rotos y no podía mover el brazo derecho.
“Recuerdo la sensación de pánico. Era muy doloroso. Es un tipo de emoción muy amarga, como vinagre en el alma. Sientes que todo lo que hiciste en tu vida estuvo mal, todos los errores que cometiste te caen en la mente como una piedra”, le dijo Segui a Outlook.
Durante horas, perdió y recobró el conocimiento de manera intermitente, pero cuando finalmente volvió en sí, dice que tenía una claridad absoluta sobre lo que debía hacer.
“En un momento, sentí que estaba en mi territorio y esto me ayudó mucho. Fue muy cómodo pensar en la idea de que, claro, no existen clínicas para los animales salvajes y aún así, la mayoría de veces, ellos se curan solos”.
Segui cuenta que había leído sobre cómo los animales usaban el reposo y el ayuno como métodos para sanar heridas, y decidió adoptarlos él mismo. “Entonces dije, lo voy a hacer como lo hacen los mamíferos: disfrutaré, dejaré de tener miedo, dormiré lo que más pueda y dejaré que el mamífero en mí tome las decisiones.”
“Una vez dije esto, todo fue fácil”.
Durante los 3 días que siguieron, Morgan Segui dice que ocupó el tiempo imaginándose que escribía un libro y que lo entrevistaban para promocionarlo.
Dice que en algún punto, intentó negociar con “los dioses” y les ofreció dejar de beber alcohol si sobrevivía. La respuesta fue una alucinación en la que su abuela le preguntaba: “¿Incluso la sidra de manzana?”.
Al final, Segui dice que la idea que más lo torturaba no era la de la muerte, ni siquiera la del dolor. Lo que más lo mortificaba eran sus hijos: “No tenía dolor pero sí tristeza. Mi miedo más grande era que mi familia no fuera a saber de mí, que nadie encontrara mi cuerpo y que mis hijos nunca supieran si morí o simplemente, desaparecí”.
Ataúro
En el idioma local de Timor Oriental, Ataúro significa cabra. Es algo que Morgan Segui vino a descubrir tiempo después de que un grupo de cabras le hubiera salvado la vida en lo más profundo del monte Manucoco.
Durante la tercera noche después de su accidente, Segui se despertó asustado por los ruidos de lo que parecía un animal grande que se acercaba a él.
“Fue después de unos minutos, que me di cuenta que eran cabras. Se acercaron mucho y yo estaba contento porque estaba lleno de ramas y hojas, así que no me verían como humano. Para ellas, simplemente era parte del bosque”.
“La más pequeña me puso la nariz cerca y me miró como diciendo ‘uf estás en mal estado, pero creo que estarás bien’”.
Para la sorpresa de Segui, el grupo de cabras empezó a escalar el risco caminando sobre un delgado camino en zigzag por las rocas, dándole por fin, la solución a su principal problema.
“Fue cuando dije, ‘no estoy perdido’”.
Al día siguiente, Segui usó todas sus fuerzas para incorporarse, a pesar de tener fracturas en su pie derecho y en varias otras partes del cuerpo. Usó su camiseta para inmovilizar su brazo fracturado y se dirigió al camino que había visto a las cabras usar.
“Logré escalar el risco en un día completo, porque fui muy, muy despacio. Como si fuera un oso perezoso, todo fue muy muy lento”.
Al llegar a la cima, como si fuera una de las alucinaciones que lo atormentaron en su delirio, Segui se encontró de frente con una verja y, detrás de ella, un cultivo de piña.
“Me acerqué a una de las piñas, la toqué y estaba muy madura. Los primeros pedazos no pasaron de mi boca por lo seca que estaba, parecía una esponja seca. Y cuando la fibra y el azúcar finalmente llegaron a mi estómago, fue algo increíble para mi mente”.
“Sentía que otra vez mis brazos y mis piernas podían moverse en conjunto”, recuerda. Después de comer, el cansancio finalmente lo venció y cayó dormido bajo las estrellas.
Civilización
Ésta vez, cuando Morgan Segui recobró la consciencia, estaba seguro de que iba a sobrevivir. El hecho de que estuviera en un cultivo de piña, quería decir que estaba cerca de alguien que lo podría socorrer.
A lo lejos, vio una casa y se acercó tratando de organizar sus ropas lo mejor posible antes de tocar a la puerta.
“Pero me demoré mucho y de repente vi a un hombre salir con una resortera apuntándome directamente a la cara, mientras intentaba subirme los pantalones”.
“Él me vio con el cuero cabelludo colgando, tratando de ponerme los pantalones y tratando de explicarle lo que había ocurrido y lo único que hizo fue abrazarme y decir: ‘Gracias Jesús por traer a este hombre a mi campo y darme las fuerzas a mí y a mi familia para que lo podamos reunir con la suya’.”
“Inmediatamente lloré”.
El hombre, que casualmente se llamaba Moisés, se llevó a Segui a su casa, donde su esposa lo atendió y le dio de comer.
“Yo estaba comiendo pero por cada bocado, los miraba y volvía a llorar. Estaba tan feliz. Fue un momento tan profundo. Había vuelto a la tribu humana, a mi vida, al agua, a la comunidad, y de la mejor manera que te puedas imaginar”.
Después de 5 días desgarradores, Morgan Segui estaba a salvo.
Cuando iba a ser trasladado de nuevo a Dili, Segui dice que le agradeció a Moisés por todas sus atenciones -dice que lo recompensó económicamente por su ayuda- y al despedirse, el hombre le confesó: “Ahora tengo que volver porque estoy preparando el funeral de mi hija”.
“Le dije, ‘¿qué?’”, recuerda Segui, “¿tomaste tiempo del funeral de tu hija para dedicármelo a mí? No sé cómo agradecértelo y ahora me siento como un turista estúpido que se cayó por tu montaña, y te hizo perder una parte importante del funeral de tu hija”.
“Me contestó: ‘No, no, tú estás vivo y teníamos que cuidarte”.
A Segui, esta experiencia le cambió su perspectiva de la vida. Dice que dejó de ser tan egoísta y que hoy le da una inmensa importancia a cosas tan básicas como el agua.
Además, se ha dedicado a ayudar a las personas de Ataúro y a fomentar proyectos de agua potable.
“Desde niño, he tenido mucha suerte y la vida me ha dado muchas cosas y a lo mejor fui egoísta. Hoy trato de darle más atención a la gente, en vez de recibirla”.
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