La historia de los empresarios daneses Nikolaj Astrup y su esposa Michelle Rødgaard-Jessen pasaron seis años como nómades digitales autónomos; conocé su increíble historia
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Antes de convertirse en padres, los empresarios daneses Nikolaj Astrup y su esposa Michelle Rødgaard-Jessen pasaron seis años como nómades digitales autónomos, viviendo y trabajando en China, Francia, España, Nepal y Argentina, entre otros lugares. E imaginaron que su vida itinerante continuaría incluso después de tener hijos.
Sin embargo, su primer viaje de seis meses a Francia y México como familia reveló los retos de construir conexiones sociales y estructuras de apoyo en el camino con dos niños pequeños. “Nunca nos pareció natural vivir solos”, explica Astrup sobre sus primeros viajes como familia.
Para abordar ese deseo de comunidad, Astrup y Rødgaard-Jessen, junto con otras tres familias fundadoras, lanzaron el experimento The Travelling Village (en español, El pueblo viajero). La idea era brindarle a las familias nómadas digitales una oportunidad única de compartir experiencias, en primera instancia en tres lugares de Asia. El proyecto fue diseñado para apoyar a los padres que trabajan, ofreciendo acuerdos de vivienda compartida, actividades comunitarias, grupos de trabajo y cuidado infantil compartido.
La iniciativa abordó la pérdida de una red de apoyo tradicional que enfrentan los nómades digitales fomentando una comunidad y estableciendo rutinas a través de estadías de cinco semanas en cada lugar, con períodos de transición para que las familias se relajen.
El experimento, que comenzó el 15 de enero de 2024, se desarrolló durante cuatro meses en Hoi An, Vietnam; Ko Lanta, Tailandia; y finalizó en Kioto, Japón, el 14 de mayo. Las 19 familias -un total de 70 personas, incluidos 34 niños de entre 1 y 14 años de edad, de Dinamarca, Estados Unidos, India, Irlanda, Italia y Países Bajos- fueron seleccionadas entre 82 solicitantes.
A todos los unía el deseo de formar una familia mientras trabajaban y viajaban. “No tenemos casa. Viajamos, y una de las cosas más difíciles de eso es la comunidad”, dice el participante Andy Cotter de Minnesota. Su familia viajó sin prisa desde 2019 y es una de las cuatro familias fundadoras. “Se vuelve aún más difícil cuando estás en un país donde no conocés el idioma ni la cultura”, añade.
El armazón
Los antecedentes profesionales de Astrup y Rødgaard-Jessen brindaron una valiosa experiencia para lidiar con dinámicas comunitarias y estilos de vida diversos. Astrup solía operar una empresa especializada en organizar retiros para emprendedores, mientras que Rødgaard-Jessen dirige su propio negocio ayudando a trabajadores autónomos a lanzar o ampliar sus empresas. Su visión para este proyecto se inspiró en los proyectos daneses de covivienda (bofællesskaber o “comunidades vivas”), una tendencia arraigada en la cultura danesa desde la década de 1970.
Astrup estudió exhaustivamente las mejores prácticas de covivienda e incorporó algunos de estos conocimientos al experimento. Uno de ellos es mantener un número óptimo de alrededor de 20 familias para fomentar relaciones cercanas, así como permitir una toma de decisiones efectiva. La pareja adoptó un enfoque meticuloso durante todo un año para seleccionar a los participantes. “Mencionamos activamente los posibles aspectos negativos”, dice Astrup, como la toma de decisiones con familias que pueden tener valores diferentes.
Otra práctica es el diseño de ubicaciones “muy cercanas”. Alentaron a las familias a buscar alojamiento dentro de un radio de 1,5 a 2,5 kilómetros entre sí para promover la transitabilidad y al mismo tiempo permitir suficiente espacio para la privacidad. “Si las familias tuvieran que retirarse porque necesitan privacidad, la comunidad no se molestaría porque hay muchas otras personas dentro del grupo”, explica Astrup.
Cada comunidad nómade digital (ya sea que se aloje cerca de campos de arroz en Hoi An, un hotel central en Ko Lanta o alojamientos dispersos en Kioto) fue elegida estratégicamente para equilibrar la vida comunitaria con las necesidades familiares individuales. Las comidas comunitarias que se llevaron a cabo dos veces por semana eran la piedra angular para reunir a todo el grupo, creando un punto de encuentro constante para todos.
La mayoría de los padres que participaron en el experimento trabajaban por cuenta propia y administraban sus horas de trabajo junto con el cuidado de los niños y algunas horas de educación en el hogar. b“Algunas familias se tomaron un descanso de sus vidas, pero aproximadamente la mitad educaban a los niños en casa”, explica Astrup. “Las experiencias de viaje fueron una extensión del currículo. La mayoría notó cuánto se podía aprender simplemente al vivir esta experiencia”.
Un calendario agitado
La comunidad fue diseñada para fomentar una vida social vibrante, con un calendario animado repleto, con entre dos y cinco eventos diarios. Las actividades iban desde carreras y partidos de fútbol hasta talleres de yoga y experiencias culturales enriquecedoras. Por ejemplo, las familias disfrutaron pintando con un acuarelista local en Vietnam. En Tailandia, se asociaron con un centro infantil local centrado en la ecología para plantar manglares y aprender sobre el medio ambiente local.
En Japón, colaboraron con el propietario de un centro de juegos en Kioto para organizar actividades en las que sus hijos pudieran interactuar con niños locales y aprender unos de otros a través del juego, manualidades y ceremonias del té. Según Astrup, los padres se turnaban para cuidar a los niños para que otros pudieran participar en diversos viajes y experiencias, aunque eso dependía del nivel de comodidad de los niños con otros adultos.
En cada lugar, la vida cotidiana era moldeada colectivamente por todos los participantes a través de 17 grupos de trabajo. Ciertos grupos se centraron únicamente en tareas previas al viaje, como establecer lugares de alojamiento, mientras que otros, como los de las comidas comunitarias y las finanzas, continuaron con sus actividades durante todo el viaje. “Si estás en una gira grupal, es de arriba hacia abajo, lo que significa que hay alguien a cargo”, dice Cotter. “Si algo sale mal, podés presentar una queja. Pero, acá es de abajo hacia arriba. Todos estamos a cargo y debemos trabajar juntos”.
Cotter destaca los desafíos inherentes a las 19 familias involucradas y dice: “No tendrás los mismos valores en cuanto a cómo criar a tus hijos o administrar tu dinero”. Astrup enfatiza que los grupos de trabajo y los marcos de toma de decisiones involucran activamente a todos los miembros de la comunidad en la gestión de estas diferencias. Eso no evitó que surgieran discusiones sobre cómo gastan los fondos del grupo, lo que llevó a un sistema de votación en el que mayores gastos requerían un consenso más amplio.
Financieramente, cada familia contribuyó con un depósito comunitario de alrededor de US$3000 dólares, calculado según el tamaño de la familia, para financiar comidas comunitarias, actividades infantiles y eventos especiales. Más allá de eso, las familias cubren todos los demás gastos, incluidos vuelos, comida y alojamiento, que varían según los presupuestos individuales.
Fin del principio
El experimento no estuvo exento de obstáculos. En Vietnam, las viviendas en Hoi An de cinco de las familias estaban infestadas de moho. A pesar de intentar permanecer juntos, el único alojamiento alternativo disponible era más caro y estaba ubicado lejos del resto del grupo. Además, las familias tuvieron dificultades para equilibrar el trabajo, la socialización y las responsabilidades familiares mientras se adaptan a un nuevo entorno cada pocas semanas, incluido el de averiguar detalles como dónde comprar pañales y qué comerían sus hijos.
Pero, Irene Genelin, la esposa de Cotter, cree que la comunidad ayuda a los padres a superar otros desafíos. “En el pasado, cuando nuestra hija no quería acompañarnos en las actividades, uno de nosotros tenía que quedarse. Ahora puede quedarse con otros adultos de la comunidad. Esto nos da a mi esposo y a mí más libertad para hacer las cosas juntos o separados”, dice.
Pero a Genelin le gustaría permanecer en un lugar durante más de cinco semanas. “Se necesita cierto esfuerzo para orientarse: dónde vivís, dónde comprás alimentos”. Y luego, comentó, comenzás a “establecer relaciones con los lugareños”. Por eso desearía estar en un país al menos dos meses.
Niederman también señala una preferencia por viajes más lentos y la oportunidad de explorar más un solo lugar: “Elegiría un país e iría a tres ciudades muy diferentes dentro de ese país y me quedaría por un período más largo en lugar de volar a países diferentes”, dice. Por su parte, Astrup y Rødgaard-Jessen están contemplando los próximos pasos. Podrían incluir ampliar el experimento para abarcar grupos demográficos diversos, como jubilados o estudiantes universitarios, y colaborar con iniciativas comunitarias locales para marcar una diferencia más impactante.
Para los dos empresarios, las bases que sentaron representan una respuesta a un profundo anhelo social de interconexión. Rødgaard-Jessen reflexiona: “Fue hermoso estar cerca de la gente de esta manera: ver crecer a nuestros hijos, estar juntos y compartir la vida cotidiana”.
*Por Robyn Huang
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