En una extensa entrevista, la actriz estadounidense revela cuestiones íntimas de su personalidad y cómo atravesó su carrera profesional rodeada de figuras internacionales
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Ruby Wax no tiene una, sino muchas carreras estelares. Y en todas ha sido ampliamente reconocida y premiada. Tanto que en 2015, la reina Isabel II la nombró Oficial Honorario del Imperio Británico -uno de los máximos honores que otorga la corona británica a sus ciudadanos- por su contribución a la comedia y la actuación, y sus servicios en la concientización de la importancia de la salud mental.
Nacida en Estados Unidos, Wax se mudó en los años 70 a Reino Unido, donde estudió drama y se hizo famosa por sus hilarantes monólogos sobre su familia y sus programas de entrevistas “Ruby” y “The Full Wax”, donde entrevistó a personalidades de la talla de Madonna, Pamela Anderson y la ex primera dama de Filipinas, Imelda Marcos.
Pero según dice, “su bebé” ha sido su trabajo por sacar a luz y hablar con claridad de la depresión y la bipolaridad que ella misma ha sufrido, y otras enfermedades mentales.
Y lo ha hecho como profesora en la Universidad de Surrey, a través de varios libros -muchos de ellos bestsellers-, y de espectáculos vistos por miles de personas. En su último libro, “I’Not As Well As I Thought I Was” (No estoy tan bien como pensaba), habla sobre su paso por una clínica psiquiátrica y varios tratamientos que hizo para restablecer su salud mental.
Wax, que es una de las invitadas al Hay Festival Cartagena 2024, habló con BBC Mundo sobre su multifacética vida, la fama y la agonía del dolor psicológico.
- Decís que tu carrera como comediante comienza cuando te das cuenta de que le puedes arrancar una sonrisa a Alan Rickman (el actor que interpretó al profesor Snape en la saga de Harry Potter). ¿Cómo es esa historia?
- Yo conocí a Alan en la Royal Shakespeare Company, después de pasar tres años en la Academia de Arte Dramático de Glasgow (Escocia), dedicada entre otras cosas a trabajar en mi acento británico. Cuando comenzó a darme los primeros consejos como actriz, pasó algo muy interesante: me di cuenta de que si le contaba algo sobre mi vida personal –nada que ver con la actuación- le sacaba un par de sonrisas. Él siempre fue un hombre muy serio, era muy difícil hacerlo reír; entonces una risa era como ganarse un premio. Alan fue quien me dijo que tenía que intentar escribir igual a como le hablaba de temas personales, y la mayoría de las veces le hablaba de mi familia.
Lo más sorprendente fue que me dijo que cuando tuviera eso escrito, él me iba a dirigir en un escenario. Así fue como comencé con mis primeros monólogos como comediante, y se inició una sociedad que duró más de 30 años: él dirigió cada una de mis obras. Y siempre, al terminar con una, me decía que esa era la última. Pero de alguna manera yo lo convencía de que me volviese a dirigir.
- ¿Qué tenía tu familia que lo hacía reír tanto?
- Cuando Alan conoció a mi familia y se dio cuenta de que era tan disfuncional, entendió que nada era inventado, que cada frase que pronunciaban era tan perfectamente disparatada que no necesitaban edición. Para ponerlo en palabras suaves, mi familia está bastante loca, lo que la convierte en una gran fuente de inspiración para mi material de trabajo. Pero, a la vez, eso tiene sus problemas, porque fui criada en ella. Entonces, lo que he venido haciendo todos estos años es, digamos, buscar una forma de escape de esa disfuncionalidad, y lo he hecho no solo con mi trabajo en televisión y en el teatro, sino también a través de mis libros sobre salud mental. Creo que es algo que entendí cuando escribí mi primer libro y se lo mostré a Carrie Fisher (la princesa Leia en “La Guerra de las Galaxias”), y ella me dijo que dejara solo lo que se refería a mi familia, que sacara todo lo demás.
- En tu carrera has sido muy honesta y vocal con temas que no siempre se discuten abiertamente, como la salud mental, el sexismo en la televisión, la discriminación etaria...
- Diría que gran parte de mi carrera la he hecho como un acto de venganza contra las personas que me decían que no iba a ser nadie en la vida. Ese fue mi camino: demostrarles que estaban equivocados. Es algo que de alguna manera hacemos todos, y a mí eso me lo dijeron muchas veces, muchas personas.
Mis padres pensaban que mis aspiraciones como actriz eran patéticas. Yo no soy una mujer brillante, pero empujé para que Alan me dirigiera, para ingresar a la Royal Shakespeare Company, para entrar en la televisión, para hacer mis obras. Para todo eso tuve que empujar mucho. Y eso era lo que me impulsaba.
- ¿Y esa idea de venganza que te lleva al teatro o a la televisión, te lleva también a trabajar con temas de salud mental?
- No es exactamente lo mismo. A mí siempre me ha interesado la gente con la que hablo. Una de las cosas que tenía mi programa de entrevistas era que yo pasaba unos diez días con los personajes antes de entrevistarlos. Así que establecía una relación con ellos. Cuando la BBC me sacó de mi programa, seguí interesada en la gente pero desde otra perpsectiva. Me volví a inventar. Como había estudiado psicología en Berkeley (California), y tuve una crisis de salud mental, me di cuenta de que podía hacer más desde el mindfulness, pero sobre todo me dediqué a entender qué le pasa al cerebro cuando colapsa o cuando vive situaciones adversas, como una crisis. En ese tiempo no se hablaba tanto del tema y a veces se podía confundir con esoterismo. Yo me dediqué a los hechos, a hacer de todo para evitar suspicacias, porque siempre he querido que me tomen en serio, así sea comediante. Por eso estudié neurociencia en Oxford.
- Cuando escribís sobre cómo te afectó la televisión hablas de “la fachada”. ¿A qué te referís?
- Creo que todos los seres humanos -porque somos vulnerables-, tenemos una máscara, especialmente si trabajas en la televisión. Y la razón por la que la tienes, es porque si funciona te da mucho dinero. El problema se da cuando te quedas encerrado en esa máscara y te encuentras por ejemplo a personas a los 50 y a 60 años imitando lo que fueron en sus mejores momentos. Esa es la tragedia. A mí me pasó. Entrevistaba a gente famosa y comencé a observar ese fenómeno en las personalidades que iban a mi programa. Yo en principio era una observadora, pero me contagié y empecé a actuar de la misma forma. Me volví adicta a la fama. Entonces, cuando no lo fui más y dejé de aparecer en la televisión, cuando ya no me recibían en los restaurantes como antes, cuando la gente en el metro dejó de reconocerme, es como si me hubieran quitado la dosis. Por eso me gusta mucho más lo que hago ahora en mis conversaciones sobre temas de salud mental. Es mucho más saludable que te digan al final de los conversatorios “Hei, eso me ayudó, le hizo bien a mi mente”, que “Hei, eso fue chistoso”.
- Tenes esta definición de la depresión: “Es el agujero negro de las enfermedades, donde te sentís indefenso mientras tu mente te martilla con acusaciones. Tus pensamientos te atacan como si fueran pequeños demonios que se comen a pedacitos tu cerebro. Es muy difícil mantenerse vivo y escuchar”.
- Una de las cosas que he comprendido a lo largo de estos años, no solo trabajando en estos temas de salud mental sino también mediante mis monólogos, es que muchos piensan que como la depresión en algunos casos va y viene no es una enfermedad. Es algo que entendí escuchando a la gente. Me pasó al final de un show –yo habitualmente abro el micrófono al público- en el que se habló, entre varias cosas, sobre qué era peor, si el cáncer o la depresión. Y yo siempre les digo “es peor la depresión, porque no se ve”. Puede que la mayoría no lo crea así.
Y eso me duele mucho, porque es real. Por eso, aunque suene muy oscuro, esa es mi definición de la depresión. Estás en un hueco. No hay movimiento, no te importa si te hacen la manicura o si te caes por un abismo. Todo lo que eres se va, y no creo que la gente entienda cuánto miedo puede generar eso.
- Como tú misma dices: “No sabe uno quién es”…
- Exacto: cuando uno está deprimido, ni siquiera es un ser humano completo. No sabes cómo volver a estar en el lugar donde estabas antes de que te enfermaras. No hay espíritu. Todo está muerto.
Lo que más causa terror es que uno cree que así será el resto de su vida. Ese es el momento en que puedes llegar a tomar la decisión de terminar con todo, porque es imposible seguir así. Es una agonía insoportable. Incluso cuando decides no quitarte la vida, el dolor sigue ahí. Y para mí, el dolor psicológico es peor. Es como si alguien te gritara dentro de tu cabeza todo el tiempo. Comienzas a sentir que no eres lo suficientemente bueno, ‘no me veo bien, todo el mundo piensa que soy un fraude’. Y eso, repetido sin parar, con la presión de las redes sociales, se vuelve imposible de sostener.
- Dijiste que no te veías escribiendo libros sobre salud mental, pero terminaste siendo una pionera en este campo. ¿Cómo fue ese proceso?
- No me imaginaba escribiendo un libro sobre este tema porque tenía miedo de que me despidieran. Era un tema tabú. Pero pasó algo que me hizo cambiar de opinión. Recuerdo que cuando conté por primera vez sobre mis problemas mentales, aparecí en una campaña que es muy famosa en Reino Unido que se llama “Comic Relief”. Estaba mi rostro, que era un rostro conocido, y tenía una leyenda que decía “Uno de cada cuatro británicos sufren de una enfermedad mental”.
Por años me mortificó la idea de que la gente se enterara de mi depresión, pero al ver mi rostro por todo el país pensé por qué mejor no escribía un show entero sobre eso. De esa manera, la gente que sufre de estas enfermedades se volvió mi público. Hice varias giras con el espectáculo y ahora hablar sobre este tema es realmente como mi bebé, mi hijo.
- Hay un concepto potente en tu último libro: hay que moverse, hay que estar en constante movimiento.
- Sí. Yo me estoy moviendo todo el tiempo. Es lo que me da oxígeno. Cuando estás deprimido, una de las características es que no te mueves. Yo siempre creí que estaba en movimiento como una manera de lograr cosas en mi vida, pero mientras escribía mi último libro, me di cuenta de que lo que estaba haciendo era huir, que había estado huyendo durante muchos años. De mi familia, de mi enfermedad, de las cosas que me curaban de esa enfermedad. Y así. Entonces, lo que hay que preguntarse es de qué estoy huyendo. Y cuando entiendes la respuesta y la enfrentas, comienzas a moverte y a conseguir el oxígeno que necesitas para vivir. Hay que concientizar. Así, puro y simple. Yo no me di cuenta sola de la gravedad de mi enfermedad. Solo con la ayuda de un psicólogo pude destrabar toda esta sensación oscura. En ese tiempo me dedicaba a hacer chistes sobre mis padres, nada más. No entendía esa oscuridad o hacia donde iba a ir. Ni que podía ser un poco más comprensiva conmigo misma. Y perdonarme muchas cosas. Si la gente entiende que lo que le está pasando le pasa a muchas personas, puede comprender que la depresión es una enfermedad que se puede tratar.
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