El filósofo y ensayista colombiano es autor de “La era de la ansiedad”; Vivimos en una sociedad ansiosa que pasa de la alegría suprema al pozo más oscuro, asegura
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Roberto Palacio cuenta que un día les preguntó a sus alumnos si se consideraban semejantes o diferentes entre ellos: “Somos distintos, profe, me respondieron. ¿En qué son distintos? pregunté”. “Cada uno de nosotros tiene su propio algoritmo”.
Con su lupa filosófica y una buena dosis de pensamiento crítico y sarcasmo, este filósofo y ensayista colombiano nos toma de la mano para mostrarnos lo que llama La era de la ansiedad, que no solo es el título de su último libro, sino que su fotografía de los tiempos que corren.
Para él, vivimos en una sociedad ansiosa que pasa de la alegría suprema al pozo más oscuro. Una sociedad del conocimiento, en la que también crece la ignorancia.
Una sociedad virtualizada en la que perdemos el sentido de lo real. Una sociedad del cansancio, donde el afán de reconocimiento no tiene fin. “Hoy, probablemente nos queda más fácil relacionarnos con nuestras mascotas y amarlas incondicionalmente, que amar a otras personas”, dice, quien fuera por dos décadas profesor universitario, pero que hoy rechaza esa etiqueta.
Ahora se define como un divulgador filosófico que sigue muy de cerca a las generaciones más jóvenes, que están lidiando con nuevas categorías: ¿ganadores o perdedores? ¿tóxicos o intensos? ¿amor real o amor virtual?
BBC Mundo habló con él en el contexto del HAY Festival de Arequipa, que se celebra en esa ciudad peruana entre el 9 y 12 de noviembre.
—Cuando ataca la ansiedad sientes miedo, no pisas firme, te cuesta respirar. ¿Cómo la defines desde la filosofía?
—Me interesa mirar la ansiedad como una condición existencial, como una forma de habitar el mundo. Si miras el cuadro amplio es increíble. Hoy en día somos una narración. Yo soy un hombre cisgénero, binario, blanco, heteronormativo, y otra persona dice, yo soy una mujer diaspórica que ha huido de la violencia... Y lo impresionante es que esas narraciones son de alguna manera verdaderas, porque quiero que lo sean con respecto a mí, es la forma en que entendemos la autenticidad.
Ah, ¿tú quieres ser una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre? Perfecto, eso eres tú. ¡Ah! que biológicamente es posible o no es posible: eso lo vemos como una afrenta a la construcción de nuestra identidad. ¿Entonces qué tenemos hoy? Narraciones en un mundo sin utopías, en un mundo en donde no hay nadie diciéndonos, mire, la salida del desierto es por allí, es por acá…
—¿Cuál es el rol de estas narraciones en el juego social?
—Somos una construcción, sin embargo, queremos redención, ser reconocidos, que otros nos den un aplauso que no sea pregrabado, sino real. Y lo buscamos botando un contenido hacia el mar enorme de la red y esperamos que nos lean. Pero, queda la incertidumbre, ¿será que me van a dar like?, ¿hice las cosas bien?, ¿por qué no soy más reconocido?, ¿soy un perdedor o soy un ganador? Ése es el mundo de la ansiedad, en el que espero respuesta y a menudo no llega, porque a veces queremos reconocimiento por nada en especial.
Cuando esperás esa redención por nada en especial, terminas siendo amado como te aman tus padres, porque eres tú, pero no es un amor como el que queremos realmente: el amor de estar justificados, de estar parados en el mundo.
—Hablás de la autoexigencia y la autoinculpación cuando no se consigue reconocimiento, ¿cómo hemos llegado a dividirnos entre ganadores y perdedores?
—Los mecanismos para redimirnos son difíciles y vagos. Está lo que decíamos de las redes y la espera, pero hay otras cosas, como por ejemplo, el pensamiento positivo que surge a partir del famoso libro de Dale Carnegie, Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, publicado por primera vez en 1936, que retoma un elemento de la cultura católica: cuando no tienes éxito es culpa tuya, no fuiste lo suficientemente proactivo, no hiciste bien tu perfil. ¡Véndete! ¡Muéstrate! Es uno de los componentes básicos de la era de la ansiedad. ¡Resignifica y reinvéntate! Eres tu propia marca.
Dividir el mundo entre ganadores y perdedores es un gran error. A menudo pregunto, ¿Van Gogh fue un ganador o un perdedor? Su vida se la pasó en manicomios, fue un rechazado; sin embargo, miren el legado que le deja a la humanidad. Son categorías muy magras para definirnos dentro de ellas. Sin embargo, hay un sociólogo, Paul Davis, que analiza cómo construyen los chicos su identidad hoy. Es una investigación empírica y ahí están los datos duros: los chicos que no recibieron suficientes likes se definen a sí mismos como perdedores.
—Mencionás que hace falta una phallic gaze, (mirada fálica), ¿qué estás tratando de decir?
—Estamos en este mundo sin grandes ideas, sin directrices, es decir, sin lo que el filósofo sueco Alexander Bard, que me encanta, llama de phallic gaze. Lo voy a poner de una manera elemental. Por una parte, tenemos el amor de la madre, que es un amor que dice yo te amo simplemente por ser tú.
El amor del padre es distinto, porque es un amor que puede lanzar un juicio y decir tú vales, pero también te amo por lo que puedes hacer y puedes ser. No tener el amor del padre implica que hemos desvinculado nuestra capacidad de contribuir al grupo humano de nuestro valor como persona.
Las personas más respetadas son las que contribuyen mínimamente al grupo, por ejemplo los banqueros de inversión. A Elon Musk cuando compró Twitter le pareció chistosísimo despedir por Twitter a 12.000 empleados, pero es es un gran héroe, en inglés sería Captain of Industry, un hombre que quiere llegar a Marte.
Vivimos en un mundo sin estructuración vertical de las ideas, sin propósitos, ¿que queremos?, ¿hacia dónde vamos? Tenemos poder pero sin perspectiva y los hombres -ahora sí hablo mal de mis congéneres- cuando tienen poder sin perspectiva, lo que hacen es construir pirámides. Llegar a Marte es nuestra versión actual de las pirámides de Egipto.
—¿Para qué nos podría servir la filosofía en este momento en que la ansiedad nos tiene bastante tomados?
—La filosofía tiene que respondernos preguntas muy básicas y de fondo que no nos estamos haciendo. Es una conversación sobre las conversaciones que no estamos teniendo como sociedad. Una de ellas es tan básica como esto: ¿qué es lo real? Mucha gente dirá, pero esto es patético, todos lo sabemos.
Pero, ya no sabemos qué es lo real, ¿el metaverso es real? Tuve una estudiante que dijo haber sido violada en el metaverso. Y uno dice, ¿esto es una queja un poco inventada, la persona está buscando motivo de victimización, o es real y hay que ponerle atención porque hacia allá vamos?
Hemos pensado que todo se resuelve por medio de un especialista, pero lo que necesitamos es un generalista. Personas que traigan la imagen grande, la perspectiva. Hay mil cosas que no sabemos y no estamos entendiendo, por ejemplo, la inteligencia artificial. Creo que las preguntas básicas con respecto a ella no las hemos hecho.
Por ejemplo, cuando tienes inteligencia artificial, perdón lo tonto de la pregunta ¿te vuelves más inteligente? O ¿Las sociedades que tienen inteligencia artificial se volverán más inteligentes y serán más cautas en utilizar cierto tipo de armas? Y sobre simular la existencia de personas en la red, ¿qué significará como grupo humano la capacidad de simular?
—En el capítulo dedicado al amor y a las emociones hablas de que practicamos la “bulimia emocional”, ¿cómo la explicarías?
—Es nuestro gusto por consumir emociones. La industria de los viajes, por ejemplo, es tan grande porque las promete: vas a ir a un lugar mágico, encantador y vas a descubrir cosas de ti mismo que no sabías y demás, lo cual a las grandes corporaciones les parece deleitable. La publicidad de las tarjetas de crédito dice: la vida es ahora, endéudate, no pasa nada.
Consumimos emociones como se consumían lavadoras y televisores en los años 50, pero en este mundo líquido, no queremos que este consumo nos cause problemas. Cuando nos metemos en una relación y tengo una tusa, salgo corriendo a que me la sanen, no busco que me digan cómo vivir con ella, sino simplemente que me la quiten, como una infección. No quiero sentir esto, quiero pasar a la siguiente emoción.
—¿Cómo nos estamos relacionando entonces a nivel amoroso?
—Estamos parados frente a un micrófono, expresando nuestra narrativa: soy esto, dije esto, lancé tal meme. Pero lo que no tenemos son “lectores”; es una crisis, no de personas leyendo libros, sino de personas leyéndose las unas a las otras.
Sartre decía que el proyecto de amar es el proyecto de ir a amar a alguien. El proyecto hoy, en cambio, es el de ser amado. Anoche leía una reciente investigación de la Universidad de California sobre la generación Z. Es una gran encuesta entre personas de 13 a 24 años, y lo que pedían con respecto a los contenidos que veían en las series es que se mostraran menos escenas de sexo y más relaciones de personas que eran amigas y nunca llegaban a concretar algo.
—¿Eso es miedo al amor o miedo al sexo?
—Comprender el presente es tan difícil. Por muchas causas. Una es nuestro ser virtual. Suponemos que estamos llevando cosas al ámbito virtual, pero no pensamos que también traemos cosas de ese ámbito a la realidad. Estamos tratando de existir como ese ser virtual que somos, pero que sí ve pornografía, porque el estudio descubre que la ven, pero la pornografía es, en el fondo, una coreografía virtual.
Las relaciones crudas, de amor real entre personas, no me gustan tanto porque tiene lo que la industria del mercadeo llama friction points, los puntos de fricción. El coger una app, pedir almuerzo y no tener que hablar con nadie no es accidental. Si fuera ventajoso para las ventas, estaríamos hablando todo el tiempo por teléfono.
—¿Cómo funcionan estos puntos de fricción?
—Lo que descubre el mercadeo es que la fluidez en la compra y en últimas en nuestras relaciones, depende de eliminarlos. Y es increíble que el principal friction point son los demás. Tener que hablar con otro nos genera ansiedad, los datos están ahí. Los otros seres humanos son friction points.
A los que tenemos 50 años aún nos encanta coger el teléfono y que nos atienda alguien, ponerme bravo, es que no me han enviado mi producto y que alguien me contenga. No, señor Palacio, perdónenos, estamos en ello...
No es lo que le interesa a la generación actual. La voz y la presencia de otro genera friction points, porque hay temor a exponerse, a revelarse. Uy, es que soy tan tímido, es que empiezo a hablar mal… Es un tema que me encantaría seguir explorando.
Y claro que se ha extendido: es tan cómodo coger el WhatsApp y escribirle a la persona. ¡Qué dicha, qué alivio! No me toca llamarla y escucharla, porque implica cargar con las emociones de otros y eso es agotador. Lo mismo ocurre en el mundo del trabajo. Todo mecanismo que me permita alejarme de eso y simplemente poner una buena actitud en un texto preescrito es bienvenido.
—Dices también que este mensajeo nos divide, con respecto al amor, entre personas intensas y personas tóxicas ¿quién es quién?
Llevo muchos años trabajando con los jóvenes, y uno aprende de ellos, para bien y para mal. Su mundo es duro porque están en juegos de esta naturaleza.
Te pongo un mensaje por WhatsApp o Snapchat, qué se yo, si te demoras en responder, eres un tóxico, ¡qué cansancio! Pero el que responde ahí mismo es el intenso. Estamos en relaciones en las que me alejo y regreso. He visto a mi hija cuando le escribe un chico que le gusta, inmediatamente le pone un mensaje a la amiga ¿le contestó ya? Parece una ciencia exacta: espérate seis minutos, no, siete.
—¿En este contexto cómo buscamos entonces la salida del desierto?
—Camus pensaba que su época era una época del absurdo, pero hizo algo muy inteligente. Los mismos elementos del absurdo los utilizó para reconstruir, no una perspectiva de esperanza, pero sí de cómo podíamos encontrar sentido. Dada esta situación de ansiedad, somos lo que en inglés se llama overthinkers, sobrepensadores, pensamos demasiado. Pero, el ser overthinker implica que piensas sobre pensar e implica que piensas.
La salida a esta situación de ansiedad no la vamos a encontrar sin pensar en nuestra realidad, no lo podemos delegar, ay, que ChatGPT piense por mí, no, tenemos que reorganizar los elementos y hacer sentido del mundo.
Si tú pudieras darle a tu mascota el don de apreciar la buena música o la buena cocina, ¿se lo darías? ¿le darías esa dieta mental? Claro que sí, responderían muchos. ¿Pero por qué no nos la damos a nosotros mismos? Están todos los elementos, nunca habíamos tenido acceso a tantos contenidos, ideas y perspectivas. Pero, curiosamente, es el tiempo en que esos saberes nos importan de una manera marginal. Es muy paradójico y triste también. A mí me parece increíble que cuando tenemos tantas fotos de la Tierra esférica haya gente diciendo, no, es plana, es plana.
*Por Diana Massis
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