El gran negocio de la producción de azúcar hizo que España fuera el último país europeo en abolir la esclavitud
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El gusto por endulzar el café y el té en Europa prolongó durante décadas la práctica de la esclavitud en los últimos territorios de América. Si bien en 1820 la Corona española reconoció que debía ponerse fin al comercio de esclavos, no fue hasta 1870 que los barcos dejaron de cruzar desde África a América con personas secuestradas para el trabajo forzado.
En esos 50 años de diferencia entre los dichos y los hechos es donde juega un papel crucial el azúcar. Y una colonia en concreto: Cuba. El gran negocio de la producción de azúcar hizo que España fuera el último país europeo en abolir la esclavitud.
Ese negocio y las familias que lo controlaban era la llamada sacarocracia, que el español Jesús Sanjurjo, de 32 años y doctor en historia por la Universidad de Leeds, en Reino Unido, estudia en su libro Con la sangre de nuestros hermanos sobre la abolición española.
Las familias que controlaban el cultivo de la caña de azúcar en la isla se convirtieron en las más ricas de todo el mundo atlántico y retrasaron el fin de la esclavitud, gran motor de su riqueza. Por ello, Cuba fue el último bastión de la esclavitud española.
En BBC Mundo hablamos con Sanjurjo, que es uno de los invitados al Hay Festival de Cartagena, que se realiza entre el 25 y el 28 de enero.
—¿Por qué España fue el último país europeo en poner fin al comercio de esclavos?
—Tienen que ver mucho con el papel de la economía cubana en el contexto imperial español y la emergencia de una nueva producción que tiene un peso fundamental en la segunda mitad del siglo XIX: el azúcar. Los trabajadores de la nueva industria pesada y de la industria textil del norte de Inglaterra, de Francia y Países Bajos, empiezan a consumir mucho café y té, y surge entonces la necesidad de edulcorarlos.
Los medios de edulcorar tradicionales en Europa -la miel o el azúcar de remolacha- eran bastante caros y aparece como alternativa barata el azúcar de caña que se producía en los climas más cálidos del Caribe y el norte brasileño. Es en ese contexto que tiene lugar el fenómeno de la importación de mano de obra esclava africana a estas nuevas economías.
—Y surge lo que se conoce como sacarocracia. ¿Qué fue exactamente?
—Fue una élite económica y política que se consolidó en Cuba vinculada a la producción del azúcar. Eran los dueños de los esclavos y las plantaciones, los encargados de financiar y de proveer las expediciones para el secuestro y el traslado de mano de obra esclava, y de manejar las empresas de seguros que garantizaban la sostenibilidad del sistema.
Son una serie de familias que se convierten en las más ricas de todo el mundo atlántico, unos auténticos potentados que compran voluntades, que sobornan a quien haga falta para garantizar que, aunque el comercio de esclavos es una actividad técnicamente ilegal a partir de 1820, no solamente continúa, sino que florece.
Es una red perfectamente tejida entre el poder político, administrativo, militar, religioso y económico que acuerda matrimonios para garantizar que la riqueza quede concentrada en el menor número de manos posibles.
—¿Qué tan inmersa estaba la esclavitud en el entramado social cubano?
—Aunque los dueños de las plantaciones y de esclavos se reducen a unas pocas familias, la esclavitud es absolutamente central para entender la Cuba del siglo XIX y el mundo habanero.
Hay una anécdota sobre un oficial de la embajada británica al que un compañero denuncia por haber contratado mano de obra esclava para lavarle la ropa. Y en una correspondencia con el ministro de Asuntos Exteriores británico, él se justifica diciendo que es imposible encontrar en La Habana a una mujer libre que quiera hacer ese trabajo. Pero no solo eso. Se utilizaba un sistema de subasta por acciones, como el de una empresa moderna.
Así se repartía el riesgo de las expediciones que podían fracasar por fenómenos metereológicos, o porque los africanos a bordo se rebelaran y autoliberaran, o los británicos -que habían tenido una actividad militar muy intensa contra el tráfico- capturasen la nave y liberasen a los esclavos.
Esas acciones se vendían con gran éxito entre la población cubana, entre personas que no asumiríamos que eran grandes traficantes ni grandes dueños de esclavos, sino gente con un pequeño acceso a dinero o a crédito que se incorporaba porque era un negocio enormemente rentable.
—¿Se puede decir entonces que el sostén de España como una nación imperial está vinculado entonces a la esclavitud?
—En el caso de la Cuba de los años 1830 y 1840, sin ninguna duda. Desde principios del siglo XIX, lo que le queda al imperio español son Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y de esas tres, la principal colonia es Cuba. Y la esclavitud, y en concreto la producción de azúcar, es el elemento fundamental sobre el que orbitan todas las economías secundarias de la isla.
—Había un interés del gobierno británico en que España acabara con la esclavitud. ¿Por qué?
—Por un lado, el mundo cuáquero -surgido en Inglaterra a mediados del siglo XVI- tiene una posición absolutamente radical contra el comercio de esclavos y contra la esclavitud, desde posturas éticas, humanistas y casi doctrinarias religiosas.
Por otro, una visión más pragmática de las autoridades británicas que dicen: “Si ponemos fin al comercio de esclavos en nuestras colonias de Jamaica y de Barbados, tenemos que conseguir que nuestros aliados militares y políticos hagan lo mismo, porque si no, vamos a competir con una enorme desventaja”. Y a España le interesa lograr préstamos.
Los británicos habían luchado con los españoles y los portugueses en la guerra contra los ejércitos napoleónicos en España, y durante ese tiempo no solamente surge una relación política y militar muy estrecha, sino que también los británicos entran a conocer perfectamente las finanzas y las penurias del Tesoro español y se generan dinámicas de superioridad imperial.
Si tú me debes dinero, yo voy a tener mayor peso en fijar tu política doméstica, y en función de lo bien que te portes, exigiré que el pago de la deuda se haga más rápido o más lento, o que te diga: “No te preocupes, no hace falta que me lo devuelvas”. Son mecánicas tan reales y presentes en el mundo actual, y ya operaban en el siglo XIX.
En el primer acuerdo internacional para poner fin al comercio de esclavos con los británicos en 1817, por ejemplo, el rey Fernando VII acepta que es una actividad inmoral, que es contraria a la religión cristiana y que hay que ponerle fin, pero también entiende que hasta entonces había sido un negocio legítimo y que la corona debía apoyar a aquellos que lo habían llevado a cabo.
Ese es el argumento por el que los británicos aceptan darles una compensación de 400.000 libras esterlinas, que se suponía iba a ir a apoyar la economía cubana y de los traficantes. Pero, tan pronto le llega el dinero, lo utiliza para comprar barcos de guerra al zar ruso Alejandro I con el objetivo de reconquistar México.
—Los británicos atacaban barcos de esclavos. ¿Por qué no lo hacían con los barcos negreros de España?
—El prestigio imperial es importante. A los ojos del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, Brasil no era una nación equiparable a su imperio.
En la lógica absolutamente colonialista, racista e imperialista del siglo XIX, carecía de la legitimidad moral, de la potencia militar y de un prestigio histórico que le permitiese sentarse a la mesa de “los mayores”. Hay una frase del ministro de Asuntos Exteriores británico que dice que las repúblicas latinoamericanas deben sentir la fuerza del palo en sus espaldas y que hay que desvestirlas de vez en cuando para que sepan quién manda.
En cambio, las autoridades británicas sí mantenían una deferencia con el imperio español. Hay un absoluto desprecio por las autoridades españolas, una panoplia de discurso racista en referencia a los españoles, pero no es equiparable al tono ni al desprecio que tienen por los Estados latinoamericanos.
Haberse arriesgado a una declaración de guerra con el imperio español por el evidente incumplimiento de los acuerdos internacionales fue un paso que los británicos no estuvieron dispuestos a dar.
Como añadido de esto está la situación geográfica de Cuba, que está muy cerca de Estados Unidos, y la idea de una intervención norteamericana había estado presente desde principios del siglo XIX.
El temor de que un conflicto abierto con España generase un estado de crisis en la isla que permitiese la anexión de Cuba a Estados Unidos, o una segunda revolución haitiana o un segundo levantamiento masivo de la población africana y afrodescendiente en Cuba, paralizaba a los británicos.
—También hubo en Cuba ideas abolicionistas argumentadas desde el racismo. ¿En qué consistieron?
—Es difícil de explicar que en los años 1830 y 1840 el modelo de abolicionismo más exitoso que operaba en Madrid y en los espacios de poder del imperio británico era un modelo que legitimaba el fin del comercio de esclavos como la mejor manera de “blanquear” la isla de Cuba. Es decir, debemos frenar la llegada de nuevos africanos, porque los africanos están contaminando la esencia española, la esencia castellana de Cuba.
El principal impulsor de esta tesis es José Antonio Saco, un intelectual cubano que vivió gran parte de su vida en el exilio en París, amenazado por la sacarocracia. Él defiende la necesidad de proteger la superioridad de los blancos frente a los negros, frente a la barbarie que, dice, introducen los africanos en la sociedad.
Y genera toda una serie de discursos para legitimar esa estrategia, con insultos que siguen incorporados en sociedades latinoamericanas y europeas, como la idea de los africanos como personas hipersexualizadas, vagos, maleantes, agresivos y peligrosos.
—¿Y cuánto influyó esa forma de pensar?
—Sus ideas tienen cierta atracción y dan inicio a una serie de programas de blanqueo, por ejemplo, la incorporación de mano de obra pseudoesclava de trabajadores chinos, los llamados culíes.
También hay una expedición relevante en términos ideológicos y políticos, pero pequeña demográficamente, de trabajadores gallegos, aunque cuando llegan a Cuba ninguno de los dueños de las plantaciones los quiere, porque la idea de esclavizar blancos es algo que no encaja en su esquema ideológico racista.
—¿Cómo termina finalmente el comercio de esclavos?
—No hay un gran mecanismo histórico que determine que el comercio de esclavos iba a terminar en 1870. Para llegar al fin pesa, por un lado, la acción coordinada una vez producida la victoria del norte sobre el sur en la Guerra de Secesión de Estados Unidos.
Ahí se firma un tratado internacional que permite operaciones militares conjuntas entre la Armada Real británica y el ejército estadounidense para frenar a los traficantes de esclavos y desmantelar las redes de tráfico que se habían establecido en las costas norteamericanas y que operaban con enorme fluidez entre Cuba y Estados Unidos.
Por otro lado, emerge un movimiento abolicionista en España, institucionalizado a partir de 1865 y encabezado por el puertorriqueño Julio Vizcarrondo, un periodista que se exilia de la colonia española y llega a Madrid imbuido del movimiento abolicionista estadounidense. Se establece entonces una sociedad abolicionista que empieza a presionar a las autoridades españolas para que pongan fin primero al comercio de esclavos, y luego a la esclavitud.
*Por Felipe Llambías
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