Nuestra caja de herramientas emocionales: lo que aprendí el día en el que perdí mis anteojos
Todos poseemos una serie de fortalezas que conocemos, como la perseverancia o la honestidad, pero también hay otras de las que aún no tenemos noción
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Hace poco, fui a visitar a mi mamá y, cuando llegué a su casa, me di cuenta de que no tenía mis anteojos. “¿Dónde dejé los lentes? ¿Otra vez los perdí?”, me pregunté. “Bueno, no importa”, me dije. Me relajé, tomé una taza de café mientras charlábamos y regresé, caminando unas 40 cuadras, hasta mi oficina.
Allí, revisé por todos lados, pero no encontré mis anteojos. “Bueno, ¿qué voy a hacer? ¡Otra vez los perdí!”, pensé. Pero, cuando levanté los brazos y los coloqué sobre el pecho, en señal de resignación, me di cuenta de que los tenía… en el bolsillo de la camisa.
He escuchado a gente contar que buscaba desesperadamente las llaves para darse cuenta finalmente de que… ¡las tenía en la mano! Yo estaba buscando afuera aquello que tenía dentro de mí. Los anteojos estaban conmigo; sin embargo, yo creía que no los tenía.
Eso mismo es lo que nos sucede con nuestra “caja de herramientas emocionales”. Todos los seres humanos poseemos ciertas fortalezas conocidas por nosotros y por los demás. Por ejemplo, la perseverancia, la honestidad, la organización, etc. Estos recursos los conocemos bien.
Pero hay muchos otros recursos que desconocemos. ¿Cuántas veces hemos usado la frase: “No sé de dónde saqué fuerzas para atravesar esto”? Esto es así porque portamos en nuestro interior herramientas que, de repente, descubrimos en medio de la adversidad y nos sorprendemos.
Ya no digamos: “Estas fortalezas son lo único que tengo”, porque existen en nosotros muchas otras que iremos conociendo, que están siempre con nosotros, en momentos difíciles e incluso, en momentos lindos. En algún momento, descubriremos esas capacidades que llevamos adentro.
Desechemos frases tales como: “Esto no tiene solución”; “ya estoy grande”; “no se puede”. Porque, sin duda, hay en nosotros una caja de herramientas desconocidas que iremos descubriendo para seguir creciendo hasta el último día de nuestra vida.
No lo olvides: los anteojos están siempre con vos.
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