La escritora y periodista británica Ruth Whippman se dio a la tarea de tratar de entender por su cuenta lo que significa hacer esto desde la perspectiva de una madre feminista
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Mientras esperaba el nacimiento de su tercer hijo varón, a Ruth Whippman le parecía una tarea complicada como madre criar a hombres respetuosos, emocionalmente inteligente y empáticos. Los libros que leía sobre la educación de los hijos varones no la ayudaban, ya que muchos estaban escritos por “hombres expertos” y venían llenos de consejos en viñetas que se desmoronaban ante la caótica realidad, cuenta Whippman.
Entonces, la escritora y periodista británica —madre de Solly, Zephy y Abe, de 13, 10 y 6 años— se dio a la tarea de tratar de entender por su cuenta lo que significa criar a niños desde la perspectiva de una madre feminista. El resultado de su reflexión fue BoyMum: Raising Boys in the Age of Toxic Masculinity (Mamá de niño: criar hijos varones en la era de la masculinidad tóxica), un libro en el que mezcla su propia experiencia con una ardua investigación y una aguda crítica cultural.
Whippman, quien vive en California, Estados Unidos, publicó sus escritos en medios como The New York Times y The Guardian. Su primer libro, sobre la ansiedad y la búsqueda de la felicidad en la cultura estadounidense, fue muy bien recibido en 2016.
—En BoyMum, contás que, cuando estabas embarazada de tu tercer hijo varón, estalló el movimiento #MeToo en Internet. ¿Cómo viviste esa experiencia? ¿Qué inquietudes te generó?
—Sí, tenía 8 meses y medio de embarazo y todas las hormonas que eso conlleva cuando empecé a ver que las noticias se convertían en este espectáculo de terror sobre un hombre tras otro que habían hecho cosas terribles.
Como feminista, me sentí muy entusiasmada por esta nueva conversación. Finalmente las mujeres teníamos una voz y éramos capaces de hablar.mPero, como madre de niños varones, estaba muy asustada. Nadie quiere criar a un depredador sexual, nadie está intentando hacerlo, pero obviamente estábamos haciendo algo mal en la forma de socializar a los niños varones para que creyeran que este tipo de comportamientos era normal y aceptable.
También me sentí ansiosa por mis hijos. Estaban creciendo en medio de esta conversación sobre la masculinidad tóxica. ¿Qué le iba a hacer eso psicológicamente a la idea de sí mismos y de quiénes son en el mundo? Entonces, quise profundizar en esos sentimientos encontrados y en lo que significa ser un niño varón hoy. ¿Cuáles eran esos puntos ciegos? ¿Qué era lo que no estábamos viendo? ¿Qué estábamos haciendo mal?
—Decís que, como feminista, siempre luchaste contra los estereotipos de género y la idea de que el sexo biológico determinaría la personalidad y los intereses de tus hijos. Sin embargo, escribiste este libro sobre los niños varones y cómo es diferente y único criarlos. ¿Cómo ves ahora ese debate sobre si la diferencia entre los niños y las niñas es una cuestión de naturaleza o de crianza?
—Crecí con una versión del feminismo que defendía que el género era todo producto de la socialización, que los niños varones solo se comportan mal o actúan salvajemente porque se lo permitimos. Y entonces pensaba petulantemente: ‘Nunca dejaré que mis hijos se porten mal. Voy a exigirles esto y lo otro. Les haré rendir cuentas por sus actos. Y nunca dejaré que sean los que causan estragos en el restaurante o en la biblioteca, o donde sea’.
Luego, tuve a mis hijos, y eran realmente salvajes y ruidosos. Fue un baño de humildad muy desagradable. Mi trabajo como madre rápidamente se convirtió en llegar al final del día con todos vivos.
Cualquier esperanza de una crianza de más alto nivel —enseñarles sobre tareas de la casa, etiqueta, cómo manejar un tenedor y un cuchillo— se desvaneció rápidamente, por no mencionar mi intención de hablarles sobre el significado del consentimiento y de los matices del feminismo.
Cuando empecé a indagar en la ciencia de las diferencias entre sexos, me sorprendió que uno de los hallazgos más importantes no es que los niños varones sean más rudos o más agresivos que las niñas, sino que son más sensibles emocionalmente, necesitan más cariño y ayuda en temas como la autorregulación emocional, el apego y las relaciones.
En todo caso, creo que utilizamos el argumento de la naturaleza para ignorar el rol de la crianza, especialmente cuando se trata de niños varones. Decimos: ‘Así es como son los niños varones, así están programados, no podemos hacer nada’. Y, al contrario, yo creo que, si hay algo de naturaleza en la mezcla, entonces tenemos que trabajar más en la parte de la crianza.
—Decís que los bebés varones necesitan más cuidado que las niñas. ¿Por qué?
—Al decir que los niños necesitan más cuidados, no estoy diciendo que descuides a tus niñas. Ese no es el mensaje que quiero dar. Ahora bien, un bebé varón nace con el hemisferio derecho del cerebro entre un mes y seis semanas menos desarrollado que el de una bebé. Es un hallazgo neurocientífico. Y esa es el área del cerebro asociada a las emociones, la autorregulación emocional y la formación del vínculo de apego.
Debido a esa inmadurez, los cerebros de los niños son más vulnerables al nacer. Cualquier tipo de perturbación, como el abandono, la pobreza u otras circunstancias adversas, tienden a tener un mayor impacto en los bebés varones que en las niñas. Y eso se sigue viendo en los datos consistentemente hasta la edad adulta.
Los niños tienden a afrontar peor las circunstancias adversas. Necesitan más apoyo de sus cuidadores en los primeros meses de vida. Las niñas tienden a ser más resilientes e independientes. Pero, el problema es que debido a nuestra visión de lo que es la masculinidad, hacemos lo contrario.
—Es decir que los terminamos tratando diferente por nuestras ideas preconcebidas de lo que es un niño y una niña.
—Sí, hay datos que demuestran que los padres suelen decir que los bebés varones están “enojados” cuando lloran, mientras que a las niñas las ven como “angustiadas” o “tristes”. Entonces sí, tendemos a tratarlos sutil pero notablemente de forma diferente. Jugamos más bruscamente con los bebés varones, les zarandeamos las piernas, los lanzamos por el aire y no les damos tanto cariño.
Y esto sigue pasando a lo largo de toda la infancia. No vemos a los niños como criaturas emocionalmente complejas y vulnerables. Los masculinizamos. Les decimos que se vuelvan rudos y que no muestren sus emociones. No les hablamos tanto de sus sentimientos. E incluso utilizamos un vocabulario diferente cuando hablamos con ellos.
El patriarcado beneficia a los niños y los hombres de muchas maneras. Les da poder y privilegios. Pero también les hace daño. Hace que sea difícil para los niños y los hombres acceder a sus emociones. Bajo el patriarcado, los niños y los hombres lo tienen todo menos lo que más vale la pena tener, que es la conexión humana.
—En el libro te preguntas si quizás estás inconscientemente socializando a tus hijos para que sean niños muy normativamente masculinos. ¿En qué lugares te fijaste para detectar si eso estaba pasando?
—Creo que a menudo estamos buscando en los lugares equivocados. Yo me di cuenta de que la socialización que estaban teniendo mis hijos como niños varones tenía que ver menos con lo que yo estaba haciendo, que con lo que no estaba haciendo, con lo que estaba ausente. Un ejemplo de eso es el tipo de modelos a seguir a los que mis hijos y todos los niños varones están expuestos, sobre todo en las películas, los programas de televisión, los libros, etc.
En el libro cuento, por ejemplo, que un día me encontré una revista claramente dirigida a niñas, con una portada rosada y con brillos. Y había una historia en esta revista sobre una chica que había sido invitada a dos fiestas de cumpleaños que iban a pasar al mismo tiempo. La chica estaba muy preocupada por no decepcionar a ninguno de sus amigos. Entonces iba corriendo entre los dos lugares, pretendiendo estar totalmente presente en ambos y quedaba agotada por todo ese trabajo emocional.
Y mientras yo leía esa historia, pensaba: ‘Nunca habría una historia en la que sea un chico el que desempeñe ese papel principal de estar preocupándose por los sentimientos de todo el mundo, analizándolos y tratando de compensarlos’.
El tipo de relaciones humanas que mis hijos ven reflejadas en las historias son de batallas y competencias; uno es un héroe, el otro, un villano; a uno lo matan, al otro lo coronan como un glorioso héroe. Y no exponemos a los chicos a otros modelos a seguir. También escucho mucha gente que cree que los niños son esencialmente simples, que todo lo que necesitan es comida y ejercicio, y que solo hay que cansarlos con alguna actividad física. No reconocemos su complejidad emocional ni nos comprometemos con ella. Por eso ellos tampoco aprenden a verse a sí mismos de esa manera.
—¿Y tienen los padres la capacidad de cambiar eso? ¿O tiene que cambiar todo el sistema, que vos misma describís como algo muy oscuro y poderoso?
—Creo que tienen que ser ambas cosas. En Estados Unidos, por ejemplo, se pone mucho énfasis en la responsabilidad individual. Se les suele poner a los padres la carga de corregir el sistema, y sobre todo a las madres, por supuesto.
Hay una creencia muy arraigada de que podemos socializar al niño como queremos haciendo todo lo correcto. Y creo que eso no ayuda. Sí tenemos cierto poder. Los padres importamos. Las decisiones que tomamos importan. Pero, debemos tener una conversación cultural más amplia. Tenemos que empezar a darnos cuenta de estas cosas, a nombrar el problema.
Yo creo que el cambio cultural es posible. Creo que, por ejemplo, con las chicas, hemos hecho un trabajo muy bueno. Pienso en los mensajes sexistas que eran habituales en la cultura cuando yo era niña y que empezamos a superar con muchos, muchos pequeños cambios culturales y conversaciones. Cosas que hubieran sido aceptables entonces ahora no lo son en absoluto. La cultura puede cambiar, pero creo que tenemos que empezar a hablar de eso y poner todos de nuestra parte.
—Vos te definís a vos misma como feminista. Y mencionás que a veces sientes que tus principios feministas pueden chocar con el hecho de estar criando niños varones. ¿Dirías que una maternidad feminista es posible cuando se tiene hijos varones?
—Especialmente en la era después del #MeToo, creo que a las mujeres se nos había acabado la buena voluntad hacia los niños y los hombres. Sentíamos que los habíamos complacido tanto durante tanto tiempo y que habíamos sufrido tanto daño que era muy fácil enmarcar la conversación en la idea de que, si eres feminista, estás del lado de las mujeres y las niñas.
Era una especie de dicotomía falsa y extraña. Había casi una división tribal en la que preocuparse por los niños se entendía como una causa antifeminista de derecha. Pero, en realidad, hay una tradición muy fuerte y hermosa dentro del feminismo de reconocer que el patriarcado les hace daño a los hombres y los niños también.
Ayudar a los hombres y a los niños no es contrario al proyecto feminista. Es parte de él. No solo porque tener hombres emocionalmente más sanos beneficia a las mujeres, que por supuesto que lo hace, sino también porque el patriarcado nos perjudica a todos. Todos estamos atrapados en un sistema tóxico.
—Tu libro es muy gracioso y usa el humor para abrir una discusión que para muchos es difícil de navegar. ¿Crees que el humor juega un papel importante en la crianza de hijos varones?
—Sí, creo que, como madre y como ser humano en el mundo en general, ser capaz de ver lo absurdo y no sólo descender en la desesperación, es importante. Todos los niños responden al humor, pero creo que los hijos varones más, porque no tienen el permiso social para tener otro tipo de conversación sincera, más vulnerable, más personal.
Una de las cosas de las que me di cuenta hablando con muchos niños y adolescentes para este libro es que son muy, muy divertidos. Y desarrollan ese músculo en parte porque tienen que hacerlo. Sus conversaciones entre hermanos y entre amigos giran alrededor de bromas y chistes. A veces es una forma de evitar la intimidad, pero a veces también es una forma de construirla.
—A las madres siempre se las carga de muchas expectativas. Vos misma describís la crianza como un proceso difícil, pesado, e incluso cruel. Si pudieras dar un consejo a las madres que están criando niños varones, ¿cuál sería?
—Date un respiro. No depende de vos corregir la masculinidad tóxica en tu propia casa. Tratá de acercarte a tu hijo generosamente, y verlo como un ser humano emocional complejo, y como alguien con quien podés conectar exactamente de la misma manera que lo harías con una hija. No es un extraterrestre.
Concéntrate realmente en la conexión. Céntrate en el lado emocional de la relación, en sus sentimientos y en los tuyos.
También, haz que asuma su responsabilidad en los sentimientos de otras personas —creo que tendemos a dejar que los niños varones se salgan con la suya en eso— y trata de corregir esa brecha en sus habilidades emocionales y sociales que el mundo le proporcionará.
—Finalmente, luego de toda la investigación que hiciste y de tu propia experiencia criando a tres hijos, ¿cómo dirías, en un par de frases, que es criar niños varones en este momento histórico?
—Me parece una gran oportunidad para cambiar las cosas. Tenemos una revolución a medio hacer en cuanto al género. Creo que la generación de nuestras madres hizo un gran trabajo en ampliar las posibilidades y los roles para las niñas. Ahora llegó el momento de hacer lo mismo con los niños. Creo que estamos viviendo el comienzo de un nuevo capítulo apasionante.
*Por Santiago Vanegas
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