Sus cuerpos fueron explotados y sus sacrificios dieron los instrumentos médicos que siguen ayudando a salvar vidas hoy; esta es su increíble historia
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En 1845 en Alabama, Estados Unidos, Anarcha, una esclava de 17 años, acaba de tener un bebé, pero hay un problema.”Una curiosidad quirúrgica muy desafortunada”, escribiría más tarde el médico que la trató. El doctor, James Marion Sims, nunca antes había visto algo así, pero decidió hacer algo al respecto.
Una vez que obtuvo la aprobación para tratarla del esclavista, el señor Westcott, comenzó sus procedimientos experimentales y una operación se convirtió en 30. Esta es la historia de las mujeres negras cuyos cuerpos fueron explotados y cuyos sacrificios nos dieron instrumentos médicos que siguen ayudando a salvar vidas hoy.
Sucedió en un momento en la historia de Estados Unidos en el que la trata de humanos transatlántica ya no era legal, pero la esclavitud aún no está prohibida. Faltaban dos décadas para la Proclamación de Emancipación, que terminó legalmente con todas las formas de esclavitud formal.
Anarcha
Anarcha vivía en una plantación en Montgomery, Alabama, y estuvo en trabajo de parto durante 72 horas. Tuvo un parto obstruido, uno que no avanza a pesar de las contracciones uterinas adecuadas porque el tamaño del feto está fuera de proporción con el canal de la madre. Muchas mujeres en ese momento no habrían sobrevivido, y no sabemos por los registros si su bebé sobrevivió. El parto la dejó con una fístula vesicovaginal.
Una fístula es el término médico para un orificio que está donde no debería haber uno, una abertura anormal entre dos partes del cuerpo. En el caso de una fístula vesicovaginal, la abertura se encuentra entre la vejiga y la vagina. Un artículo publicado en la Biblioteca Nacional de Medicina de EE.UU. describe las fístulas vesicovaginales, o FVV, como una de las complicaciones más angustiantes de los procedimientos ginecológicos y obstétricos, que resulta en una incontinencia urinaria continua e incesante. Y la Organización Mundial de la Salud estima que entre 50.000 y 100.000 mujeres desarrollan FVV cada año.
A Anarcha la dejó incontinente, y en constante dolor y ardor. El doctor Sims, que asistió al parto, fue llamado para tratarla. Después de verla por primera vez, escribió en su autobiografía: “Aparte de la muerte, este fue el peor accidente que le pudo haber pasado a la pobre joven”.
Una aclaración
En ese momento, la esclavitud y la salud reproductiva están entrelazadas, como explica la doctora Deirdre Cooper Owens, historiadora, activista por los derechos reproductivos y autora de Medical Bondage: Race, Gender, and the Origins of American Gynecology.
“La Constitución de EE.UU. prohibió el comercio transatlántico de esclavos en 1807, por lo que hubo que recurrir a una nueva forma de aumentar la población de personas esclavizadas. Por lo tanto, era en el mejor interés y el análisis de costo-beneficio reparar o restaurar la salud reproductiva de las mujeres esclavizadas porque, literalmente, los vientres de las mujeres negras eran el eje de la esclavitud”.
Así que “no es que tuvieran una visión compasiva de ‘oh, Dios mío, cuidemos de estas pobres mujeres embarazadas o posparto’”, aclara Cooper Owens. “Se trata de cómo mantener mejor la propiedad, porque el estatus legal de las personas esclavizadas era el de enseres o bienes muebles. Esta es la razón por la que Sims tuvo un acceso tan fácil a sus cuerpos, porque era parte de la cultura y la práctica de los hospitales o los médicos ir a los dueños de las personas esclavizadas y decirles ‘oye, si me alquilas a tu esclavo, puedo tratar de reparar o restaurar su salud’”.
Algo que odiaba
Sims intentó coser la fístula de Anarcha, pero no funcionó. Regresó a casa y comenzó a investigar la literatura sobre el tema a fondo. Más tarde regresó y le comunicó el pronóstico a Westcott, el esclavista: ella viviría, pero nunca sería capaz de cumplir con los deberes requeridos de un sirviente. Poco después, un médico se acercó a Sims con otra sirvienta adolescente llamada Betsy, que sufría de incontinencia urinaria. Dijo que la examinó a regañadientes y declaró que su condición era incurable.
Luego, le enviaron a una tercera esclava, Lucy, de 18 años, que tenía una fístula en la vejiga, según su autobiografía. Harto, declaró: “El caso es absolutamente incurable. No quiero verla a ella ni al caso”. Hasta entonces, Sims no estaba interesado en los procedimientos ginecológicos, que eran en su mayoría un misterio. De hecho, escribió: “Si había algo que odiaba, era investigar los órganos de la pelvis femenina”.
También escribió que hasta que conoció a Anarcha, “nunca pretendí tratar ninguna de las enfermedades de las mujeres, y si alguna mujer venía a consultarme a causa de cualquier trastorno funcional del sistema uterino, respondía inmediatamente: ‘Esto está fuera de mi línea’”. Sin embargo, su actitud cambió cuando una mujer blanca, la señora Merrill, lo consultó.
Aunque en esa época era inusual que los hombres realizaran exámenes vaginales, ella le dio permiso para hacerlo. Al examinarla, descubrió que poner a una mujer en una determinada posición física le daba acceso para que poder ver mejor sus órganos y poder tratarla.
Pensó que si ponía a sus pacientes con FVV en esa posición, podría ver lo suficiente como para hacer algo con respecto a esta condición que había eludido a tantos médicos y cirujanos durante tanto tiempo. Fue un momento importante. En sus palabras, estaba “inspirado con la idea”. Tanto que se olvidó de los otros pacientes que tenía que atender. Agarró a dos de sus estudiantes de medicina y se los llevó al hospital a ver a otra de sus pacientes.
Era Betsy, quien estaba en el hospital esperando ser dada de alta. Sims probó por primera vez su teoría con ella, y funcionó. En su autobiografía escribió: “Vi todo como ningún hombre había visto antes”. Entusiasmado, pensó que todo sería muy simple. Todo lo que tenía que hacer era cerrar quirúrgicamente la abertura. “Estaba seguro de que estaba en vísperas de uno de los mayores descubrimientos de la época. Cuanto más lo pensaba, más me convencía de ello”.
Pero, primero, tuvo que inventar los instrumentos que necesarios para la operación, y creó varios. Luego, le escribió a los esclavizadores de Anarcha, Lucy y Betsy y les dijo que le gustaría conservarlas e intentar curarlas. También buscó otros casos para experimentar en todo el país y terminó con seis o siete mujeres esclavas más que tenían condiciones similares.
Para entonces, ya había establecido su propio hospital, y decidió agregarle otro nivel, lo que le dio 16 camas: 4 para sirvientes y 12 para pacientes. Aunque, años más tarde, en 1855, crearía el que a menudo se conoce como el primer hospital de mujeres de Nueva York, este en Alabama fue el primero que se creó para tratar, o mejor dicho, experimentar con mujeres negras. Y también era un hospital que esas mismas mujeres ayudaban a gestionar.
¿Cómo así?
Suena raro, pero sí: las pacientes terminaron trabajando en el hospital mientras experimentaban con sus cuerpos. Esto fue lo que ocurrió: Sims estaba encantado... de nuevo en sus propias palabras: “Recuerden, yo estaba muy entusiasmado y esperaba curarlas en seis meses. Nunca soñé con el fracaso y pude ver la precisión y la belleza con la que se podía realizar la operación”.
Anarcha pasó al cuidado de Sims, lo que significaba que él estaba legalmente autorizado a hacerle casi cualquier cosa, sin importar lo que ella quisiera o pensara. Y él le estaba haciendo cirugías a ella, y también a Lucy y Betsy y a otras nueve esclavas. Al principio, otros médicos lo ayudaron porque estaban ansiosos por presenciar el nuevo procedimiento.
Pero, como él mismo escribe, “dos o tres años de fracaso constante y esfuerzos infructuosos hicieron que mis amigos se cansaran”. Cuando los otros médicos perdieron interés y sus asistentes renunciaron, le ordenó a sus pacientes que lo ayudaran. Entrenó a las esclavas a operarse unas a otras. “A veces la gente se sorprende ‘¡pero si eran sus pacientes!’. Y yo digo ‘sí, pero eran esclavas. ¿Qué crees que hacían las personas esclavizadas? Trabajaban, desde el nacimiento hasta la muerte”, señala Cooper Owens.
Las cirugías además implicaban sujetarse unas a otras, pues se realizaban sin anestesia. “La anestesia existía, pero Sims era un hombre de la época, y la creencia médica científica reinante era que las personas negras no experimentaban dolor, y si lo hacían, es bastante leve”, explica la historiadora. “Hoy sabemos que es ficción, pero eso era lo que se pensaba”.
Las madres
El procedimiento de Sims para cerrar las fístulas vesicovaginales finalmente funcionó. Y cambió la vida de muchas mujeres para mejor. Es en parte por esto que sus pares empezaron a referirse a él como el padre de la ginecología moderna.
“Fue un hombre notable en su campo. Fue un prolífico escritor médico, tuvo cargos muy altos en la Asociación Médica Americana, en la Academia de Medicina de Nueva York”, cuenta Cooper Owens. “Y así, después de su muerte, sus colegas dijeron: ‘¡Sí! Este hombre entregó su vida al servicio de estas valientes sirvientas negras. Fue el padre de la ginecología’”.
Pero, recientemente, hubo un cambio de perspectiva respecto a esta historia. En 2018, por ejemplo, un grupo llamado Black Youth Project 100 organizó protestas artísticas e hizo campaña para que se retirara una estatua del doctor Sims en Nueva York. Y lo logró.
Además, aunque se siguen usando versiones de las herramientas que Sims desarrolló, lo que mantiene su nombre presente, la atención se ha ido centrado en Anarcha, Betsy, Lucy y las otras mujeres esclavas desconocidas con las que experimentó. Ahora a ellas se les conoce como las madres de la ginecología. En su honor, la artista y activista estadounidense Michelle Browder erigió una escultura con Anarcha, Lucy y Betsy en Montgomery, Alabama, cerca de donde Sims condujo los experimentos.
Serie “The Human Subject”
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