Se conoce como trastorno afectivo estacional (Seasonal Affective Disorder o SAD, por sus siglas en inglés) y suele comenzar y finalizar aproximadamente en la misma época cada año
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Va llegando. Poco a poco. Lo sabés. Y lo ves venir. Los días se vuelven cada vez un poco más cortos y, en lo que te demorás en abrir y cerrar los ojos, el invierno ya está allí. Envuelto en un suéter viejo, pero grueso, mirás tímidamente por la ventana. El cielo amenaza con tornarse aún más gris y vos esperas con una mezcla de excitación y resignación a que caiga la primera gota de lluvia. Esa será tu excusa perfecta para no salir.
Muchos de quienes se encuentran en este preciso instante en el hemisferio norte sienten el impacto psicológico del invierno; la falta de energía, de ánimo, la desazón que trae no necesariamente el frío, sino la oscuridad (y la maldita lluvia).
Es un tipo de depresión asociado a los cambios de estación que se conoce como trastorno afectivo estacional (Seasonal Affective Disorder o SAD, por sus siglas en inglés), que suele comenzar y finalizar aproximadamente en la misma época cada año, típicamente en los meses de invierno, aunque algunas personas lo experimentan en verano.
Sin embargo, los escandinavos registran un índice bajo de depresión estacional. Y no es únicamente que no muchos sienten esa suerte de bajón cuando llega el inverno, sino que además esperan su llegada con sorprendente entusiasmo, según constató Kari Leibowitz, investigadora y psicóloga especializada en salud, doctorada en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos.
De la playa al círculo polar
Leibowitz viajó en 2014 a Tromsø, una ciudad en Noruega a unos 300 km al norte del círculo polar ártico, para investigar precisamente este fenómeno.
Las razones por la que los habitantes de esta isla, en la que durante los meses más crudos de invierno el sol no llega a asomarse por el horizonte, son varias, le dice a BBC Mundo la investigadora. “Pero, básicamente, es que “tienden a tener una mentalidad positiva respecto al invierno”.
Esta disposición les permite adoptar una serie de estrategias –que Leibowitz resume en tres– que todos podemos incorporar a fin de cambiar nuestra percepción sobre el invierno, si queremos atravesarlo con el mayor bienestar posible.
1- Aprecia el invierno
Apreciar el invierno significa poner el foco de atención en todo lo que es posible hacer durante esta estación, en las oportunidades que brinda, en cambio, de centrarse en aquello que no podemos hacer. “Esto puede implicar adaptar nuestro comportamiento”, señala Leibowitz. Quiere decir buscar actividades que se acomoden a esta época del año.
“Podemos leer, tejer, hornear, crear arte. Y esas no son cosas que hacemos porque el invierno es aburrido, sino porque el mundo natural es de algún modo el más adecuado para estas actividades en esta parte del año”, añade.
Y si te sentís cansado, el invierno te brinda la “oportunidad de descansar, bajar el ritmo y darle espacio a la introspección”, asegura Leibowitz.
2- Hacé que sea algo especial
Esta segunda estrategia –muy ligada a la primera- tiene que ver con aprovechar las ventajas que tiene el invierno, y puede consistir en “realizar actividades especiales que solo son posibles en esta estación”
“Es tomar medidas deliberadas para abrazar y celebrar el invierno, como cambiar tu comportamiento en términos de las comidas que comes, en las formas en las que te reúnes con tus amigos o haces ejercicio”, dice Leibowitz. Puede ser el decorar tu casa con velas y encenderlas cuando oscurece, transformar el espacio para que se sienta cálido y acogedor, o hacer una fogata al aire libre, por ejemplo.
O aprovechar que como no hace calor, puedes salir a correr por más tiempo y hacer mayores distancias, comenta la investigadora.
3- Salí de tu casa
Esta última recomendación es fundamental: “Salí de tu casa, independientemente de cómo esté el clima”.
“En nuestra cultura hay una gran tradición de salir afuera todo el año. Y hay un refrán que dice ‘no hay mal tiempo, sino ropa inadecuada’”, le explica a BBC Mundo Ida Solhaug, psicóloga del Hospital Universitario del Norte de Noruega. El hábito de pasar tiempo al aire libre, y en contacto con la naturaleza durante todo el año, es algo que los escandinavos aprenden a hacer y valorar desde muy pequeños.
“A mi hija, que está en edad escolar, le piden con frecuencia que lleve un tronco de madera en su mochila. Luego salen y arman una fogata con los leños que lleva cada uno, sin importar cómo esté el clima”, cuenta Solhaug.
“Creo que es algo muy bueno que nos ayuda a estar en contacto con la naturaleza y los elementos, y el ritmo natural de las cosas. Sentir que somos parte de la naturaleza nos ayuda a tener una perspectiva más amplia y dejar de pensar solo en nosotros mismos”, agrega. Leibowitz coincide: “Salir, conectarse con la naturaleza, estar al aire libre, mover nuestro cuerpo, todas esas cosas funcionan como antidepresivos naturales”.
Cambios de energía
Aun así, también es importante aceptar que se trata de un momento donde probablemente tengamos menos energía.
“Sentirnos un poco apagados o cansados es natural en esta parte del año”, señala Solhaug. “Lo que no es natural es ser todo el tiempo productivos, cumplir con ese imperativo cultural de ser fuertes y eficientes todo el tiempo y rendir 24 horas al día, 7 días a la semana”, añade.
“Hay cierta sabiduría en aceptar que hay un momento del año en que nos vamos a sentir un poco más cansados, en respetar nuestras propias variaciones naturales y la necesidad de hacer una pausa. Mi consejo es aceptar eso y abrazar la estación”.
Cambiar es posible
La mirada de Leibowitz, no obstante, no es ingenua. La investigadora reconoce que el contexto favorece la adopción de una actitud positiva.
“(Esta postura) está facilitada por el hecho de vivir en un lugar donde la infraestructura apoya a la gente para que abrace el invierno, donde los cafés y los restaurantes son acogedores y cálidos, usan velas, y tienen lugares donde colgar los abrigos, donde las calles se mantienen despejadas de nieve todo el año. Es decir, donde se facilita que el invierno no sea una época limitante del año, sino un momento repleto de oportunidades especiales”.
También es cierto que es más fácil disfrutar el invierno en países como Noruega o Finlandia, por ejemplo, donde el clima suele ser extremo y las experiencias están permeadas por una cultura que disfruta de esta estación, que “en lugares como España o Portugal, que están construidos para el verano”, señala la Leibowitz.
Allí puede hacer frío en los espacios interiores y “es más difícil disfrutar del invierno cuando de hecho tienes frío y estás incómodo”.
Pero, aunque la cultura en la que vivamos tienda a favorecer el verano y la temporada invernal no posea una belleza dramática, coronada de copos de nieve y auroras boreales mágicas, es posible aplicar las estrategias que mencionamos en un principio para mejorar nuestra experiencia de esta parte del año, asegura Leibowitz.
“He visto que sí es posible transformar tu experiencia del invierno”, dice la investigadora, que lo observó en sus talleres y en sí misma, tras vivir en otros países, habiéndose criado en la costa este estadounidense, en una sociedad con la mirada puesta en el verano y la playa.
“Claro que sería lindo que esto pasara en una sociedad que lo apoyara, pero también pienso que los individuos puede cambiar la cultura. A medida que los individuos cambian y propagan esos cambios entre su familia, amigos y compañeros de trabajo, así es como se producen los cambios culturales”. Y si no funciona a nivel macro, “al menos pueden hacer estas cosas y marcar una diferencia en su propia vida”.
*Por Laura Plitt
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