Frank Casey y Harry Markopolos formaron equipo durante casi una década para denunciar el mayor esquema Ponzi que existió hasta ese momento; enterate de todos los detalles en esta nota
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En octubre de 2005, en su pequeña oficina de Boston, EE.UU., un joven e inexperto empleado legal examinaba un informe titulado El fondo de cobertura más grande del mundo es un fraude... Un título imaginativo, al menos. Trabajaba en la Comisión de Bolsa y Valores (SEC), donde alertas como esta son habituales, pero había algo extraño. No era solo que el reporte fuera tan detallado. Lo que decía era inquietante. Estaba la letanía de acusaciones escandalosas, que no eran infrecuentes. Pero, la desesperada súplica de ayuda y los datos matemáticos llamaron su atención. De ser cierto, este informe denunciaba algo imposible.
El empleado pasó la página y sus ojos se detuvieron en un simple gráfico. Disparandas de izquierda a derecha a través de los ejes X y Y había dos líneas: una correspondía a los movimientos del índice bursátil S&P 500 a lo largo del tiempo. Trazaba los altibajos de los gigantes corporativos de EE.UU., así que era irregular e inestable, plagada de aumentos repentinos y caídas rápidas, tal como debería ser.
La segunda línea, sin embargo, era diferente. Lejos de ser irregular, era bellamente suave, como si su autor hubiera dibujado una elegante pendiente ascendente de izquierda a derecha. Era el crecimiento registrado de un fondo de cobertura. ¿Sería posible? ¿Podía un fondo de cobertura simplemente expandirse durante 15 años? Tendría que ser completamente inmune al ruido y al desorden del mercado.
Tal vez esto era evidencia, como alegaba el autor, de un fraude sísmico. Pero, dudó. En todo el documento aparecía un nombre una y otra vez, y sencillamente no había ninguna posibilidad de que esa persona fuera un ladrón. El empleado suspiró y arrojó el informe debajo de su escritorio. No era más otro competidor celoso. Seguramente.
Un gestor secreto
Para entender todo esto hay que remontarse nueve años atrás, hasta la primavera de 1996. En aquel entonces, Frank Casey era analista de riesgos. Su trabajo consistía en detectar buenas inversiones y persuadir a gente rica de que sabía lo que estaba haciendo. Sus clientes habituales eran gigantescos fondos de pensiones, pero su ambición era conseguir una clientela más exclusiva.
“Empecé a hablar con alguien que dirigía una operación desde Europa. Me dijo ‘seré honesto contigo, soy de la realeza. Conozco a todos los miembros de la realeza de Europa”. Le pregunté ‘¿qué es lo que a usted y a sus clientes les gustaría recibir de los mercados?’”. La respuesta era predecible: con una inversión inicial querían obtener beneficios utilizando una estrategia inteligente que ofreciera un alto rendimiento con un riesgo mínimo. “Así que le dije ‘si puedo diseñar un sistema que cumpla, ¿me darías algo de tu dinero?’, y me dijo que claro”.
Pero, luego este miembro de la realeza le dijo algo más. “Había contratado a un tipo que era realmente único, y había invertido con él US$320 millones”. Eso era mucho dinero para invertir con una sola persona. ¿Quién era el tipo? “Me dijo ‘no puedo decirte quién es. Pidió permanecer en secreto, pero usa opciones y acciones. Entra en el mercado el día antes de que suba y sale el día antes de que el mercado baje. Su ritmo es perfecto”.
“Le pregunté cuánto estaba produciendo, y me dijo ‘1% al mes como un reloj’”. Eso era US$32 millones al año, y esa inyección inicial de efectivo estaría a salvo incluso si el mercado bursátil se desplomaba. Frank estaba efervescente de curiosidad. Fuera quien fuera, se trataba de un genio o un sinvergüenza.
“Pensé que quizás de alguna manera sabía que los grandes bancos iban a negociar x o y acciones, se adelantaba y las conseguía para sus clientes”. Eso se llama inversión ventajista. Implica explotar el conocimiento avanzado de las órdenes pendientes para obtener una ventaja competitiva, y la mayoría de veces es ilegal. Pero, aún si eso era lo que estaban haciendo, ese rendimiento del 1% seguía siendo notable. ¿Cómo podía ser posible?
En octubre de 1999, una pista cayó en su regazo. Estaba hablando con una familia multimillonaria de las Carolinas y le mostraron un prospecto en el que pudo detectar flujos de ingresos extraordinarios y ganancias mensuales que se remontaban a años atrás. El prospecto pertenecía al gestor secreto. Les preguntó si podía quedarse con él y le dijeron que sí, pero que no se lo mostrara a nadie. Frank no podía creer su suerte. Era todo lo que necesitaba para crear un producto de inversión de ensueño, un rival que pudiera sacar a ese tipo del juego.
Del ensueño a la realidad
“Las matemáticas son la verdad. Si no tenés matemáticas, ¿de dónde va a salir la verdad?”, declara Harry Markopolos. Él no se dedicaba a los sueños, sino a la realidad y a las pruebas matemáticas. Se encargaba de modelar, probar y construir los productos que personas como Frank ideaban. Con el prospecto en las manos, Frank cuenta que tenían que hacer ingeniería inversa de lo que ese tipo estaba haciendo. Harry dijo “me va a llevar unas cuatro o cinco horas”.
Harry ejecutó un modelo tras otro y trató de replicar un cuidadoso equilibrio entre el conocimiento del mercado, el riesgo y la recompensa que produciría un 1% de ganancias mes a mes. Pero, se topaba con un problema. “Pasé unas horas modelando los rendimientos, y lo logré, pero, desgraciadamente, se podía perder hasta un 48% en un mes”, explica.
No importaba lo que hiciera, siempre habría una pérdida si el mercado de valores cambiaba. Pero, Harry siguió adelante hasta que, finalmente, logró un gran avance. Había una manera de hacerlo.
Cuando el jefe de Frank y Harry le preguntó al matemático si tenía la respuesta, él le dijo “sí, señor. Si desea duplicarlo, podemos hacerlo. Pero cuando nos atrapen, probablemente tendremos que irnos del país”. El equipo quedó desconcertado. Pensaron que estaba bromeando, pero él no se estaba riendo. Harry le comentó a Frank que era un fraude, probablemente un esquema Ponzi.
Frank sabía que el “gerente secreto” tenía al menos US$320 millones de la realeza y posiblemente US$1000 millones de una familia de las Carolinas. Si se tratara de un esquema Ponzi en el que se pagaba a los inversores con ganancias falsas, financiadas por nuevos clientes, esta operación era enorme. Ambos sabían que algo andaba muy mal. “Sabíamos que teníamos razón, pero no podíamos demostrarlo. Y si nosotros no interveníamos, ¿quién lo haría?”, dice Frank.
Sumando pesadillas
Frank y Harry comenzaron a indagar en cenas de gala y salas de conferencias, salpicando de preguntas aparentemente inocentes a colegas desprevenidos, reuniendo una lista de nombres y cifras. Uno por uno, agregaban cada nombre y el total de activos invertidos en una simple hoja de cálculo. “Los números seguían haciéndose más y más grandes y más increíbles, y la pesadilla seguía creciendo”.
En poco tiempo, la cifra combinada era asombrosa. Y en 2002, las cosas se estaban haciendo aún más grandes porque los clientes del gestor secreto aparecían en todas partes: desde Francia, Suiza e Inglaterra hasta América del Sur y Rusia. “Tenía mucho miedo por algunos de los conductos que estaba descubriendo”, sostiene Harry. “Pero, no fue hasta que llegué a Suiza y mientras almorzábamos vi a nuestro lado un delincuente buscado en EE.UU. Me di cuenta de que gran parte de ese dinero provenía de los rusos y de los cárteles de la droga latinoamericanos, algunas de las personas más peligrosas del planeta”.
Harry y Frank estaban seriamente preocupados. Hasta entonces, sus investigaciones habían pasado desapercibidas, pero si sus nombres salían a la luz, fácilmente podrían terminar en serios problemas.
Parecía que las cosas estaban llegando a un punto de inflexión, pero no podían alejarse porque la información seguía fluyendo. “De todos los grandes bancos europeos, suizos, británicos, franceses, alemanes, españoles... Lo que estaba viendo era un espectáculo de terror”, recuerda Frank.
En 2005, el total combinado en la parte inferior de esa hoja de cálculo era realmente impresionante. “Este tipo había crecido de US$5000 millones a más de US$50.000 millones. El fondo de cobertura más grande del mundo era un fraude”, resume Harry. Pero, ellos habían descubierto una pieza de información para, finalmente, poder demostrárselo al mundo. “Probablemente fue la prueba matemática más simple de todo el caso”, comenta Frank. “No había suficientes opciones en el mundo para que él llevara a cabo su estrategia de trading como declaró a los inversores”.
Para que fuera posible hacer lo que el gestor secreto alegaba estar haciendo, se necesitaban “entre US$3000 y US$64.800 millones de cierto tipo de opción”. “Desafortunadamente para él, nunca existieron más de US$1500 millones de esas opciones”. El mercado financiero en el que este gestor secreto afirmaba estar operando no era lo suficientemente grande como para llevar a cabo su operación.
No obstante, había recaudado enormes sumas de dinero y Harry y Frank se dieron cuenta de que se trataba de una bomba de relojería que no solo afectaría a los súper ricos. Afectaría a gente común de todo el mundo que había confiado sus ingresos, sus pensiones y los ahorros de toda su vida a un criminal.
Ese informe
En un frío día de octubre de 2005, Harry se sentó a escribir un dossier de 25 páginas que contenía un recuento detallado de 29 señales de alerta y un solo gráfico. Lo envió a la Comisión de Bolsa y Valores, y llegó a la mesa de aquel desventurado empleado legal. Ansiaba desesperadamente que alguien, cualquiera, prestara atención, pues no era la primera vez que les advertía.
Harry había alertado a la Comisión de la Bolsa de Valores (SEC por sus siglas en inglés) sobre el fondo de cobertura y su administrador secreto en el año 2000, en 2001 y esta vez, en 2005. Pero, después de una serie de breves revisiones, la SEC no tomó ninguna medida.
Harry volvería a presentar las mismas quejas una vez más en 2007 y nuevamente en 2008. “Nadie nos creyó. A nadie le importaban las matemáticas”, lamenta Frank. Era hora de rendirse, pero de repente algo sucedió.
Durante la crisis de 2008, los fondos de inversión de todo el mundo comenzaron a desmoronarse. Demasiadas personas querían recuperar su dinero, y había un hombre que había garantizado que las inversiones estarían seguras, pasara lo que pasara. Los bancos, los gestores de fondos de cobertura y los inversores individuales corrieron hacia él primero. “Los mercados explotaron. Y entonces (Bernard Lawrence) Madoff explotó”.
El 10 de diciembre de 2008, el gigante de Wall Street Bernie Madoff confesó a sus familiares, a su hermano menor y a sus dos hijos que su negocio de asesoría de inversiones era un fraude. Harry estaba con sus hijos aprendiendo karate cuando escuchó la noticia. “Salí y tenía dos mensajes que decían ‘felicidades. Tenías razón. Madoff se entregó. Está bajo arresto en Nueva York. Fue la peor y la mejor sensación posible en el mundo al mismo tiempo”.
De la noche a la mañana, las vidas de cientos de clientes, incluidas organizaciones benéficas, sinagogas, familias e incluso sus propios amigos de infancia habían sido destruidas. “Todavía se me ponen los pelos de punta cuando lo pienso”, dice Harry. “La gente perdió sus hogares, miles de vidas fueron arruinadas. Hubo decenas de suicidios”, añade Frank, al tiempo que suma: “Perdí a un querido amigo 11 días después en Nueva York, conocí a muchas víctimas que me contaron sus historias de horror y dificultades, con lágrimas en los ojos. No te puedo decir cuántas veces lloré con ellos”.
El 29 de junio de 2009, Bernie Madoff fue sentenciado a más de 150 años de prisión y se le ordenó devolver US$170.000 millones en restitución. Murió en prisión el 14 de abril de 2021. Los intentos de recuperar los fondos continúan. La SEC no había hecho su trabajo.
¿Cómo fue posible que no se dieran cuenta? En 2009, fue llevada al Congreso, y Harry Markopolos finalmente pudo poner al descubierto esta historia y el problema en el corazón de la misma. “Tenían demasiados abogados y no suficientes contadores. Las matemáticas nunca mentirán. Revelan la verdad”.
*Por Hannah Fry
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