Hago de todo y nadie lo valora: cómo evitar la angustia o la frustración que genera
Cuando uno da en demasía, por lo general espera recibir una valoración externa y que se lo reconozca por ello; la estima se construye de adentro hacia afuera
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“Ayudo a todo el mundo, acompaño, me desvivo por los demás, y nadie valora todo lo que yo hago”. Esta suele ser la queja de mucha gente. Y nos podemos preguntar por qué algunas personas desarrollan el hábito de dar por demás y terminan angustiadas, quejosas o frustradas.
Por lo general, cuando uno da en demasía, está esperando que llegue una valoración externa. Yo doy, doy y doy, porque eso me hace sentir bien a mí y, sobre todo, porque inconscientemente estoy esperando que me den las gracias y me reconozcan por ello.
Pero eso no es lo que siempre ocurre y no llega la satisfacción porque, como he compartido en otras ocasiones, la estima no se construye de afuera hacia adentro, sino de adentro hacia afuera. Cuando yo actúo y espero que los demás valoren lo que hago, debe leerse de esta manera: “Yo mismo no valoro lo que estoy haciendo”.
Alguien que da por demás, le da al otro no solo el café que le pidió, sino también ¡el desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena! Tenemos que dar específicamente lo que el otro necesita.
Muchas veces, ocurre que lo que damos de más, puesto que el otro no nos lo pidió, no lo puede valorar tal como esperamos internamente que lo haga; y eso nos lleva a sentirnos mal.
¿Cuál es la mejor forma de ayudar a alguien? Dándole lo justo. Y, cuando damos por amor, jamás hay conflicto, porque amar es precisamente dar sin esperar nada a cambio. De ese modo, uno puede dar libremente. En cambio, cuando uno da y está esperando la valoración, el conflicto es interno.
Comencemos por valorar, primero, nosotros mismos todo lo que pensamos, sentimos y hacemos. Y, cada vez que alguien nos pida café, démosle solo café. Ni más ni menos.
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