La socióloga y antropóloga francesa comenzó su carrera en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS por sus siglas en francés) hasta ser directora emérita
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Vivimos en un mundo veloz, acelerado, mediado por las nuevas tecnologías, donde la premisa es ver y ser visto. Y esto, claro, influye irremediablemente en cómo nos relacionamos con los otros y qué tipo de sociedad construimos. Así lo ve Claudiene Haroche, socióloga y antropóloga francesa que comenzó su carrera en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS por sus siglas en francés) hasta ser directora emérita.
Si antes había una sensación de pertenencia que hacían nuestros vínculos cercanos y cálidos, ahora nos enfrentamos, explica, a un vínculo social que se caracteriza por el frío anonimato, por el aislamiento, algo que se intensifica cada vez más en las sociedades individualistas.
Haroche trabaja con un enfoque transdisciplinar para comprender la forma en que los modales, los comportamientos, los sentimientos y la personalidad podrían haber cambiado en las sociedades contemporáneas.
Claudine Haroche es autora de Historia del rostro. Expresión y silenciamiento de las emociones. Siglos XVI-XIX (1988, reed. 2007), Sobre el futuro de la sensibilidad. Sobre los sentidos y los sentimientos (2008) y Tiranías de la visibilidad. ¿Ser visto para existir? (2011).
BBC Mundo conversó con ella en el marco del Hay Festival Querétaro, que se realiza entre el 7 y el 10 de septiembre en esa ciudad.
—Hablas en tus libros de que, a lo largo de la historia, los seres humanos hemos cambiado el valor que le damos a cada sentido. Si en la Edad Media se valoraba mucho más el tacto y el oído, ahora es la vista. ¿Esto significa que hemos perdido el tacto, el contacto con la gente?
—Efectivamente. Estamos en mucho menos contacto con las personas pero, a la vez, estamos en contacto con, por ejemplo, el teléfono móvil, que es táctil. Y eso nos da una falsa sensación de realidad y tacto.
Es una época compleja porque hemos perdido el contacto directo con la gente, la comunicación cercana, el tacto entre personas. Y al mismo tiempo que aumentó la distancia entre todos, cada vez nos exponemos y mostramos más en sociedad, aunque de modo superficial. Esto nos afecta mucho psicológicamente. Porque no solo se pierde el contacto, también la profundidad de las relaciones con los demás y con nosotros mismos.
Y esto pasa porque la sociedad actual nos pide estar ocupados todo el tiempo, todo el rato. Como estamos ocupados, ni siquiera nos paramos a pensar, no procesamos lo que nos pasa, vamos en automático. Es casi un decreto moral: tienes que decir que estás ocupado todo el tiempo.
Eso implica no pensar en qué sentimos, no mirar hacia adentro, lo que afecta a nuestra salud y también a la sociedad que tenemos. La sociedad en la que vivimos nos exige tener muchos lazos, por ejemplo por motivos profesionales, pero no son lazos verdaderos, tan importantes para construir un buen tejido social.
—Quién se beneficia de esta ruptura del tejido social, de este aislamiento.
—Los estados, los gobiernos, el propio sistema actual. Se van perdiendo los espacios de crear comunidad. Ahora puedes ver una película en tu casa, pero no es lo mismo que verlo en grupo, con alguien, conversar después sobre lo que viste, en presencia del otro.
Las conversaciones, como te decía, se vuelven así extremadamente superficiales. No pensar beneficia al sistema. Yo me quejo mucho del sistema neoliberal, que individualiza mucho. Y esto hace muy dependientes a los individuos. Es una paradoja, porque por un lado, el sistema nos “libera”, pero en esta liberación de hacernos tan independientes, nos aísla, nos hace más vulnerables y, por lo tanto, dependientes.
En ese sistema se prima la competencia frente a la emulación. Hay una visión muy competitiva de la gente a la que me opongo. Es mucho mejor, cuando estás en grupo, emular y jugar a ser tú. Potencias tu creatividad, potencias tu mente, no intentas estar por encima del otro. Deberíamos intentar restaurar eso en nuestra sociedad.
—En tus artículos y libros te refieres en varias ocasiones al concepto de sociedad líquida de Zygmut Bauman, una sociedad en cambio constante, en permanente transición e incertidumbre. Cuáles son los peligros, a tu juicio, de esta sociedad líquida.
—El peligro está en el interior del ser humano, en su espacio interno, en la conciencia. Tienes contactos, gente con la que hablas todo el tiempo, en todos lados, en redes, pero contactos sin profundidad y sin tiempo para entrar adentro de uno mismo, de pensar. Y esto lleva al conformismo.
Pero, a la vez, el peligro que hay en esta sociedad donde no hay límites entre nuestro mundo interno y lo externo es que no podemos expresarnos libremente. En los últimos tiempos hay cada vez más personas, grupos que te juzgan en masa por lo que escribes, comentas. Así, aparece el acoso en línea. Se ha pasado del acoso sexual al acoso moral. Hace unos años se decía que no existe el acoso moral, que eso es ridículo, pero existe y es muy importante y muy peligroso al mismo tiempo.
Por ejemplo, en un lugar con tantas regulaciones, como las universidades en Estados Unidos, ahora las clases son “a puertas abiertas” y cualquiera puede quejarse de la actitud de cualquiera. Se ha tratado de regular unos problemas pero se han creado otros. Esto también habla de la actual cultura de la cancelación, algo con lo que tenemos que ser muy cautelosos. Es necesario evitar lo radical. Es, tal vez, una manera de borrar la historia.
—Todo esto de lo que me hablas está muy relacionado con el uso que hacemos hoy de las redes sociales...
—Es así. Ocurre en las redes sociales porque estamos todo el tiempo conectados y por el tipo de contacto que se establece ahí. Por ejemplo, imagina que una persona que busca tener en una red social miles de seguidores. Esto es un modo de mercantilizar la cultura, tal y como Adorno y Horkheimer lo hablaron en el siglo pasado con la Escuela de Frankfurt.
Es un modo de mercantilizar todo, la cultura, la ciencia. Pero también está dejando un hueco peligroso para que estemos todo el rato “siendo productivos”, haciendo. Y, ¿sabes? A veces somos productivos, a veces no. En ese espacio hay que permitir dejar que la gente desarrolle libremente su mente y su propia habilidad para pensar y así evitar toda la tremenda violencia que se genera en las redes. Hay quienes tratan de resistir a esto, que no caen en esto, pero es complicado con la sociedad actual hiperconectada y acelerada que tenemos.
—Hablas de sociedades que viven en calidez, siendo estas las que tienen vínculos reales cercanos, y otras en frialdad, donde predomina lo superficial y el anonimato. ¿La nuestra es una sociedad de frialdad?
—Sí, totalmente. Por esta súper individualización y la falta constante de tacto entre las personas. Por ejemplo, existen en la sociedad distintos tipos de protección, como la que puede dar una familiar. Pero ahora, cada vez más, hay familias monoparentales y esto se suma a la constante migratoria, a que tenemos que movernos de un lado para otro y puede crear una falta de protección, de desarraigo.
Por un lado, tenemos más libertad pero también menos protección al estar solos. Es complicado tener, a la vez, libertad, conexiones profundas y protección. Este sistema actual funciona para quienes son suficientemente fuertes para vivir por sí mismos, pero es muy difícil. Cada vez más nos estamos convirtiendo en una sociedad menos profunda y más mundana.
—Con este panorama, cuál es el papel de los sentidos, la sensibilidad y la percepción hoy día.
—Esto tiene que ver todo con la aceleración y la limitación que hay en la sociedad actual. Hay una parte muy positiva y es que, por un lado, mucha gente está tomando mucha más conciencia de su cuerpo pero, al mismo tiempo, aparece en la sociedad una serie de reglas y regímenes que ponen limitaciones, por ejemplo, que quieren cubrir a la mujer como un método de hacerlas pensar, de aprender. Así que hay un doble desarrollo de cómo nos percibimos hoy día.
Hay apertura por un lado, donde las mujeres conquistan cada vez más espacios, pero también hay otros donde aparece una educación más radical, que limita. La intrincación entre religión y política siempre es una tragedia.
—Se refiere también a la dominación histórica que han sufrido las mujeres por los hombres, pero también cómo los hombres sufren las exigencias o los términos de ejercer esta dominación.
—Realmente creo que hoy hay que reivindicar desde el feminismo no solo la protección de las mujeres, sino también de los hombres. Hay una relación entre los dos Siempre hay una mezcla de hombre y mujer dentro de un hombre y una lucha de esto.
Un ejemplo de cómo los hombres sufren las exigencias de esta dominación la ves en la reacción de los dictadores, por ejemplo alguien como (Vladimir) Putin, con una falta total de humor y una obsesión por la dominación, la dominación masculina, la masculinidad exacerbada. Le pasa a Putin, pero también se ve en (Jair) Bolsonaro.
La gente se vuelve dependiente de esa dominación, en un doble sentido. Y no saben cómo salir de eso. Los hombres deben ser fuertes y, más allá, mostrarse como fuertes. Todos los seres humanos tenemos miedo y al nacer somos débiles y es normal que queramos protección, pero el gran problema ahora es los hombres que quieren deshacerse de las mujeres y las mujeres deshacerse de los hombres. Es una radicalización tremenda. Y el tema es que es necesario ver cómo miramos nuestras identidades, no encerrarlas dentro de los términos “lo masculino” y “lo femenino”.
—Por lo que dices, no buscamos protección ahora mismo a través de nuestra vulnerabilidad, sino que exponemos una aparente fortaleza y frialdad.
—Pretendemos que somos fuertes y no es así. Fíjate que uno de los elementos del nazismo era justamente el desarrollo muy fuerte de la masculinidad física, dominación muy fuerte y odio a la homosexualidad. Había mucho miedo a esto, a la homosexualidad, entendida por ellos como una debilidad. Esto lo vemos ahora en muchos sitios también, ese miedo a la homosexualidad, la prohibición incluso. Es un reforzamiento de esto, de la frialdad y la dominación versus la calidez y la vulnerabilidad. Lo vemos en países como Afganistán, con la dominación sobre las mujeres.
Lo vemos desde el exterior, pero es muy complicado cambiar este tipo de sistemas desde fuera, debe hacerse desde dentro. Y es difícil. Es un gran problema. Hay un montón de discusiones en medio acerca del respeto a la cultura, el manejo de esta.
—Volviendo al inicio, a los sentidos, a dar prevalencia al tacto y al contacto real con los demás: cómo volvemos a nuestro cuerpo, a la sensibilidad y a la calidez, pero, a la vez, sin dejar de estar en contacto con otras personas.
—Por un lado, en el mundo actual tenemos que hacer nuestro propio yo visible, nuestra vida visible dentro de este mundo tan conectado y esto implica más tiempo hacia afuera, en las pantallas, y menos tiempo para la interioridad. Esto es algo muy problemático, porque no hay tiempo para la intimidad, para conectar de verdad con nuestra diversidad.
Te pongo como ejemplo algo que pasa en Estados Unidos, donde en muchos lugares, para reducir el sesgo de racismo, se trata de poner un currículum neutral, sin foto. Esto por un lado es bueno, pero por otro nos toca aprender la diversidad. Nos toca aprender que todo ser humano tiene miedo, miedo a lo diferente y precisamente, aprender que todos somos diferentes, pero que logramos hacer conexiones, que hay diferencias que no podemos a alcanzar conocer del todo, pero es necesario buscar entenderlas.
Y una de las cosas que nos puede ayudar a esto es, sin duda, conversar. Hablar unos con otros de modo profundo, conversaciones reales y profundas. Otra cosa importante para esta resistencia es el humor. Es una forma de resistir a esta aceleración, a esta distancia.
Lo ves ahora con los niños, que están muchas horas en redes, conectados, sin contacto real con otros y sin tiempo para pensar y reflexionar. Y esto puede hacer que tengamos en el futuro adultos conformistas. Igual que es importante para los adultos volver a esa interioridad, parando, pensando, y conectar con el otro a través de una buena y profunda conversación, para los menores es esencial una buena educación que les haga ser capaces de mirar adentro, sentir y cultivar ese mundo interior.
*Por Alicia Hernández
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