El gran coleccionista de Gándara: tuvo 2275 productos y llegó a vender cada Fity por $7500
Juan Acosta vive en Chascomús y mantiene viva la historia de un pueblo que se encuentra a 16 kilómetros; su aventura por atesorar el pasado y qué lo llevó a despojarse de algunas joyas
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“Fue como una película. A mí y a mis compañeros nos marcó y hasta algunos de ellos sueñan con la fábrica”, reconstruye Juan Acosta al ser consultado cómo fue el día que volvió a pisar la empresa de productos lácteos Gándara, la cual quebró en 2008 y dejó al paraje rural que lleva su nombre totalmente a la deriva.
Desde el día de su cierre hasta el 2015, la empresa, que llegó a ser icónica para el país por su amplio volumen de producción diario, estuvo abandonada. No se podían sacar fotos, ni filmar videos. Mientras, en su interior, las historias de los empleados que pasaron por ahí seguían latentes, como así también una cantidad inmensa de productos que se encontraban a la intemperie, sin ningún destino.
La empresa supo ser un norte productivo: por ejemplo, en 1981, introdujo el primer yogur descremado de mercado y, en 1986, modificó la forma de consumirlo al sorprender con el envase de litro. Para dar una idea de su volumen, llegaron a procesar 600 mil litros de leche diarios. Era, por así decirlo, una ciudad dentro de una fábrica.
La población rural de Gándara se encuentra dispersa, lejos de la estación de tren que al día de hoy continúa en funcionamiento. “Son muy poquitos vecinos, contados con los dedos de la mano”, aclara Juan a LA NACION mientras reconstruye su historia de coleccionista, un arte que lo ayudó a satisfacer el deseo de tener una amplia gama de productos de la empresa.
Sin tener la posibilidad de acceder a las plantas de producción de la empresa, Juan apeló a Internet para recopilar datos y fotografías. Ese punto de partida lo llevó a encontrarse con otras personas que atesoraban los productos. “Recibí donaciones por Facebook. Iba a buscarlas a un domicilio y a esa persona le contaba mi pasión por Gándara”, señaló quien creó el Club Gándara en las redes sociales en la Navidad de 2015 y, a partir de ahí, plantó una semilla que lo llevó a ser dueño de 2275 productos.
Tres años más tarde, en 2018, la empresa reabrió sus puertas. Juan, noticiado de este momento, se reunió con un empresario gastronómico que estaba a cargo de liquidar el material plástico que se encontraba en el lugar. “Llegué a un acuerdo para llevarme esos objetos de colección. Yo tenía que limpiar y mantener el lugar y él, a cambio, me pagaba con esas reliquias”, señaló el protagonista de esta historia, quien retornaba a su casa con varias cajas compuestas de recipientes de dulce de leche, crema, postrecitos, entre otros.
-¿Qué sensación tuviste al ingresar a una fábrica abandonada, pero a la vez histórica para el lugar?
-Fue nostálgico. Me encontré con todos los objetos que me rememoraban a mi niñez… lo consideré una gran aventura de mucho riesgo porque el lugar estaba abandonado. Pero algo que me quedó grabado fue el silencio que había, para los que estábamos ahí era como transitar en una pequeña ciudad donde estábamos expuestos al peligro de que se nos cayera algo y nadie nos iba a salvar.
Con lujo de detalle como si estaría reviviendo nuevamente su visita, Juan explicó que el reingreso a la fábrica lo tomó como “una película” y lo consideró “la era póstuma” de Gándara. “Estaba todo a la intemperie, abandonado. Todas las bolsas de productos estaban dispersas en un galpón que era parecido a un microestadio”, detalló.
De ida y vuelta en tren, Juan empezó a armar en su propia casa la colección de Gándara, la cual iba fotografiando y subiendo a sus redes sociales para mantener actualizado el registro. En un armario de madera, los potes de dulce de leche, de crema, yogures y demás productos encontraban su lugar para reconectarse con el pasado (rememoraba ver entrar a su tía con un bolsón repleto de alimentos, en especial el Fity, aquel postre con la base de un pie que perteneció a su colección más preciada).
Aun con álbumes de fotos de la empresa, donde se observan a diferentes empleados que pasaron y dejaron su huella, Juan entendió que su pasión tenía un límite. Abarrotado de los productos que lo motivaron a estar durante ocho años a la caza de eses pasado, aseguró que su espíritu coleccionista lo obligó a deshacerse de varios de ellos. “Estaba acumulando muchas cosas de Gándara. Siento que el archivo fotográfico está cumplido, no tengo más nada que hacer”, explicó, compungido.
Aunque parte de su colección se encuentre intacta en su hogar, las necesidades económicas lo llevaron a vender varios de los objetos que consiguió en aquellos interminables viajes en tren desde Gándara a Chascomús.
- ¿Cómo fue ese momento en que te despojaste de esos objetos que son parte de tu vida?
- A los cuatro meses que publiqué los productos, un cliente de Tandil me los terminó comprando y terminó siendo igual de feliz que yo al momento de conseguirlos. Fue algo fuerte el hecho de despojarme de, por ejemplo, el Fity, que fue parte de mi infancia. A su vez entendí que era por una necesidad económica y toda la colección me ocupaba mucho espacio, por lo que tuve que empezar a ventilar un poco la nostalgia del pasado.
A la hora de una puesta en valor, Juan explicó que cada Fity se comercializó a un valor de 7500 pesos y los potes de los demás productos a un valor estimado de 5000 pesos, la unidad. “Lo único que quiero es que el que me compre los productos los disfrute, estoy velando por un buen futuro para esos objetos”, destacó Juan, quien aún tiene la espina de poder exponerlos en el Museo Gandarense.
El cierre de la fábrica dejó una luz tenue en el camino de las calles del paraje rural. Con escaso movimiento en los días de semana, el pueblo solamente recibe la visita de turistas los fines de semana para encontrar tranquilidad en un espacio que se mantiene en silencio. “Gándara ya terminó”, explicó Juan, satisfecho con el deber cumplido.
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