La historia del gigante anterior al diluvio universal encontrado en un campo: puso en vilo a un país y escondía mucho más de lo que se veía
En 1869, en una granja de los Estados Unidos encontraron enterrada una figura humana de tres metros; según se dijo en ese entonces, se trataba de un coloso que vivió antes del diluvio universal; cuál era la verdad detrás
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El 16 de octubre de 1869, un grupo de hombres cavaba un pozo en busca de agua en una granja propiedad de William Newell, en la localidad estadounidense de Cardiff, en el estado de Nueva York. De pronto, uno de los excavadores golpeó con su pala un objeto duro. Al acercarse a observar de qué se trataba, notó que había dado con una figura de forma humana. De inmediato, se empeñaron presurosos a desenterrar el extraño hallazgo para descubrir que se trataba de lo que parecía ser un hombre, de unos tres metros de alto, que se encontraba petrificado.
Para los habitantes de la zona y de otras regiones del país, imbuidos en un fuerte espíritu religioso, el hombre encontrado en territorio del granjero Newell representaba, sin dudas, un ejemplar de los gigantes que, según la Biblia, habitaron la tierra antes del diluvio universal. Otros consideraron que el coloso, de casi una tonelada de peso, correspondía a una estatua tallada hacia el siglo XVII de nuestra era. Lo cierto es que, muy poco tiempo después de su aparición, de todas partes afluía gente hasta la granja para conocer a la magnífica criatura. Y hasta llegaron a pagar para verlo.
Pero la verdad sobre el origen de esta figura era mucho más sencilla. Y decepcionante. A punto tal, que la historia del gigante de Cardiff, que fue como se llamó al hallazgo, fue conocida a lo largo de los años como “el mayor engaño de todos los tiempos”.
“Había gigantes en la tierra”
La historia del supuesto gigante antediluviano que apareció enterrado en una granja de Cardiff, y que se volvió célebre en muy poco tiempo, se relaciona con un ingenioso y pícaro hombre de negocios, fabricante y vendedor de cigarros de Binghamton, en el estado de Nueva York, llamado George Hull. Ateo irrevocable, este comerciante se enredó en una discusión con un ministro metodista que sostenía que había que tomar de manera literal la Biblia, incluso el fragmento del Génesis 6:4, que aseguraba que “había gigantes en la tierra en aquellos días” previos al diluvio.
Este altercado con el religioso llevó a Hull a idear una broma de elaboración ardua, que consistió en crear su propio gigante bíblico para, a la postre, burlarse de todos aquellos que creían literalmente en la letra de las Sagradas Escrituras. Y, de paso, ganar algo de dinero.
Fue así que el hombre de negocios encargó en el estado de Iowa un bloque de yeso de cinco toneladas que entregó a un artista de Chicago, Edward Burghardt, para que esculpiera siempre en el más absoluto secreto la figura del gigante.
El coloso de yeso tenía un nivel de detalle asombroso: uñas en manos y pies, los orificios de la nariz, los órganos sexuales e, incluso, gracias al uso de una especie de cepillo con clavos, le habían marcado los poros de la piel. Además, el vendedor de tabaco le había pedido al artesano de la piedra que le imprimiera a su creación un rostro con un gesto de agonía. Más adelante, para brindarle un aspecto pétreo y de antigua data, al gigante se le aplicó tinta y ácido sulfúrico.
Según una publicación de historia de la localidad de Onondaga, cercana a Cardiff, el costo de este gigante para Hull fue de unos 2600 dólares. Una bicoca, al lado de lo que ganaría luego. El coloso fue transportado más tarde en ferrocarril hasta la granja de Newell que, no casualmente, era primo del fabricante de tabaco. Allí, amparados por la oscuridad de la nocturnidad campestre, el comerciante, el granjero y un par de amigos se tomaron el descomunal trabajo de hacer un pozo y enterrar al gigante.
Pero toda buena broma requiere de paciencia. La factura de la estatua y su entierro se produjo en el año 1868, pero lo ideal, según Hull, sería esperar un tiempo para que hiciera su aparición estelar. La ocasión perfecta se dio unos cuantos meses después, cuando en una granja cercana a la de Newell se encontraron restos fósiles de un millón de años. Entonces, a mediados de octubre de 1869, Hull le indicó a su primo que contratara gente para hacer el “casual descubrimiento” del coloso prediluviano.
Un suceso comercial “gigante”
Pronto, la noticia de la aparición del gigante de Cardiff llegó a los oídos de los vecinos del lugar que acudieron para verlo. Ante la falta de una buena explicación científica, la idea de que la criatura era un humano de enormes dimensiones que vivió antes del diluvio universal y se había petrificado por los años se hizo carne en la gente y nadie quería dejar de conocerlo.
Las colas en la granja para ver al coloso eran interminables, y Hull comenzó a monetizar su criatura mediante el cobro de una entrada de 25 centavos a aquellos que quisieran verlo. Dos días después la historia de publicó en el Diario de Siracusa (ciudad al norte de Cardiff). Gracias a esto, el gigante se volvió mucho más popular. Entonces hicieron su efecto las leyes de la oferta y la demanda, y la entrada duplicó su precio. 50 centavos había que pagar para conocer al titán que había vivido y muerto antes de que el mundo se inundara.
Además de los convencidos de que el gigante era una muestra de la literalidad de la Biblia, también hubo otra corriente que señalaba que el coloso era una estatua antigua. En este sentido, una corriente de científicos, aún sin analizar el extraño totem, aseguraba que este había sido esculpido a comienzos del siglo XVII por los sacerdotes jesuitas para asombrar y tener bajo control a los indígenas de la zona. Y, por supuesto, también existía el grupo minoritario que entendía que el gigante de Cardiff era tan solo una farsa.
Pero mientras las discusiones continuaban, Hull seguía facturando. Muy pronto, además del dinero de las entradas para ver a su creación, el comerciante de tabaco recibió de un consorcio empresarial la suma de US$37.500 por la compra de tres cuartas partes del coloso. El 5 de noviembre de 1869, los nuevos dueños trasladaron al gigante de yeso a Siracusa, donde lo exhibieron en un lugar más acorde a su importancia. Y subieron el precio de la entrada a un dólar.
La popularidad del gigante fue tal que un productor de espectáculos de tipo circense famoso por entonces, llamado P.T. Barnum, quiso comprarlo por una suma de U$S50.000, pero Hull no se desprendió del coloso. Entonces, el productor hizo una réplica del gigante, dijo que era el verdadero y lo exhibió en Nueva York y otras ciudades con un éxito de público similar o superior incluso al del mismísimo autor original del timo.
Se descubre el fraude
Pero tanto alboroto por la figura que todo el mundo quería ver llamó la atención de los hombres de ciencia, que se acercaron a ver de cerca al célebre titán. Así, el profesor y paleontólogo de la Universidad de Yale, Othniel Charles Marsh notó marcas del cincel en el muñeco y también lugares de la superficie donde el ácido sulfúrico y la tinta no habían llegado. “Es de origen muy reciente y una decidida patraña”, afirmó el paleontólogo, sin vacilaciones.
Evidentemente, la criatura no era ni un hombre petrificado ni una estatua del siglo XVII. Era un fraude. Y el mismísimo Hull confesó el engaño el 10 de diciembre de 1869, apenas habían pasado menos de dos meses del desentierro de la criatura. Pero no recibió ningún tipo de condena. Es que, más allá de la falsedad del hallazgo, confirmado incluso por la justicia en febrero de 1870, mucha gente continuaba creyendo que se trataba de un gigante petrificado y real.
El episodio del gigante de Cardiff quedó para siempre en la memoria de los estadounidenses. Como muestra de ello, puede decirse que su historia fue aludida en un capítulo de Los Simpson (Lisa la escéptica) en el que Lisa Simpson encuentra enterrada, en el lugar donde se está construyendo un shopping, una figura humana que parece pertenecer a un ángel. Entonces, tal como ocurrió con el gigante, la mayoría de la gente quiere creer que se trata en efecto de un ser angelical -mientras Homero lo explota económicamente-, pero sobre el final se sabe que el hallazgo era tan solo un truco comercial ideado por los dueños del shopping.
En ese episodio de la familia amarilla aparece como personaje el prestigioso paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould. Y es precisamente este hombre de ciencia el que, en la publicación Historia Natural, explicó el por qué de la popularidad que en su momento tuvo el gigante de Cardiff: “Solo podemos atribuir su fama a la profunda cuestión, al nervio en carne viva que toca el tema de su falsificación: los orígenes humanos. Si uno vincula una cosa absurda a un tema noble y misterioso, es posible que la falsificación prevaleza, al menos durante un tiempo”.
Y el coloso antediluviano creado por Hull prevaleció por mucho tiempo. De hecho hoy todavía puede verse en el Museo del Granjero, ubicado en Cooperstown, estado de Nueva York. Y también es posible visitar la réplica que hizo Barnum, en el Maravilloso Museo Mecánico de Marvin, en las afueras de Detroit. Ambos muñecos de tres metros de largo dan testimonio de que, a veces, la mentira no tiene patas cortas.
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