Enterraron un auto en un “sarcófago” por 50 años y al sacarlo vieron otra realidad
Los habitantes de Tulsa, Estados Unidos, habían decidido, en 1957, hacer un juego para adivinar cuántos pobladores tendría su ciudad en el futuro; el premio era un Plymouth Belvedere... pero nada salió como esperaban
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En 1957, el pueblo de Tulsa, Oklahoma, en los Estados Unidos, organizó un juego con todos sus habitantes, el cual incluyó un auto Plymouth Belvedere dorado y blanco que fue construido en ese año. El objetivo era crear una cápsula del tiempo en la que cada uno pudiera adivinar cuántas personas vivirían en aquella ciudad en 2007. El premio sería el bellísimo vehículo. Lo cierto es que 50 años más tarde, tras desenterrar el coche, los vecinos -sus descendientes, mejor dicho- se llevaron una angustiante sorpresa.
Al igual que en muchas otras ciudades y pueblos, esta es fue rutina común en la que se elegían fechas especiales para instalar cápsulas del tiempo con la intención de desenterrarlas años más tarde y conocer cómo era la vida de la localidad contada por sus propios habitantes. Sin embargo, en Tulsa, algo salió completamente mal: al desenterrar a “la señorita Belvedere” -como apodaron al modelo del auto- se encontraron con una imagen irreconocible.
Una idea, un auto y un fracaso: la historia de un “viaje en el tiempo”
En 1957 se convocó a todos a participar del sorteo de “la señorita Belvedere”, por lo que se invitó a los concursantes a escribir en un papel la cifra aproximada de la población de Tulsa en 2007. Esas mismas cartas se envolvieron en papel film y se guardaron en la guantera del coche. Fueron 812 las personas que respondieron a la incógnita con la esperanza de obtener décadas más tarde el jugoso botín. Una vez que todo quedó en orden, el auto fue puesto en un sarcófago de concreto, resistente a la caída de bombas atómicas (cabe aclarar que, por ese entonces, la Guerra Fría estaba en auge).
Lo curioso es que este mismo “sarcófago” fue enterrado debajo del piso del Tribunal del Distrito y además se incluyeron otros recuerdos de aquella época, vinculados directamente con la identidad de los ciudadanos de Tulsa.
Hubo que esperar 50 años para encontrarse con “el auto que viajó en el tiempo”. Una vez que se abrió el sarcófago, impermeable presuntamente ante todo fenómeno externo, dejó en evidencia el deterioro del coche, lo que generó angustia entre los presentes. El dorado y blanco quedaron corroídos por el óxido y el material prácticamente se deshacía en las manos.
A pesar de ello, las autoridades corroboraron la apuesta de los ancianos de la época y concluyeron en que Raymond Humbertson ganó al aproximarse al número de 384.373 habitantes. Tristemente, el hombre no recibió el premio, ya que había fallecido en 1979, por lo que su hermana Catherine, de 100 años, se quedó con la deteriorada señorita Beleveder.
El siguiente paso fue restaurar al coche y, para ello, se designó a Ultra One como la encargada de mejorar la carrocería y todo el interior del vehículo. Gracias a la donación de un particular, de 17.940 dólares, se saldó el costo del arreglo. Sin embargo, tiempo después, la empresa admitió que el desgaste de todo el material era tan grande que sería imposible volver a ver en la ruta al Plymouth Belvedere.
Ante esta situación y sin darse por vencido, el dueño de la empresa, Dwight Foster, se puso al hombro la responsabilidad de que el auto recuperara su esplendor en honor al pueblo de Tulsa. Y sí, lo logró diez años después. Con las refacciones terminadas, el restaurador se lo entregó al sobrino de Catherine Humbertson, Robert Carney.
Tras varias manos de pintura, asientos y tapices nuevos, ruedas y llantas actualizadas, Robert lo donó al Museo Histórico de Atracciones Automovilísticas en Roscoe, Illinois y quedó definitivamente ahí, aunque a los ciudadanos de Tulsa, Oklahoma, les hizo llegar una serie de fotos y pertenencias del mismo.
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