Esta alteración apareció en medio de los hábitos que realizamos de memoria y los expertos señalaron que, en algunas ocasiones extremas, puede requerir ayuda profesional
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¿Alguna vez te pasó que, cuando ya estás de camino, te asaltó la duda de si cerraste la puerta de casa? Muy probablemente lo hiciste, en modo automático. Nuestra vida cotidiana rueda gracias a esas habilidades que nos sabemos de memoria, desde atarnos los cordones de los zapatos hasta caminar con ellos, con un sinfín de otras en el camino. Son acciones que se vuelven tan naturales que ni las notamos.
Pero hay algo curioso que sucede con esas pericias, algo que encapsuló una rima juguetona escrita en el siglo XIX. “Un ciempiés paseaba contento / Hasta que un sapo burlón le dijo: ‘Cuéntame, ¿en qué orden movés las patas?’ / Esto lo llenó de dudas hasta tal punto que cayó desconcertado en el camino / Sin saber cómo correr”.
Una verdad profunda
No se sabe quién fue el autor, aunque se le atribuyó generalmente a Katherine Craster, y se dijo que se publicó en una colección de poesía en 1871. Lo cierto es que no cayó en el olvido. Apareció después en otras publicaciones, incluso en la revista científica Nature del 23 de mayo de 1889, citado por el zoólogo británico E. Ray Lankester.
Pero lo que le abrió un lugar en la ciencia fue que, medio siglo más tarde, el psicólogo y filósofo George Humphrey la describió como “una rima muy psicológica” que comprendía “una verdad profunda”. En su libro La historia de la mente del hombre (1923), Humphrey subrayó que nadie que fuera “experto en un oficio necesita poner su atención constante en el trabajo rutinario”. Y añadió que, de hacerlo, “es probable que el trabajo se arruine”.
Así, aseguró que todos podemos terminar como el ciempiés, “si prestamos atención consciente a cualquier hábito bien formado, como caminar”. De esta manera, se proclamó la “ley de Humphrey”, que estableció que, una vez que se aprenden ciertas tareas y se convierten en algo natural, la mente no solo ya no necesita centrarse en sus mecanismos, sino que, si lo hace, puede interferir con la capacidad de realizarlas.
Este concepto tuvo varios otros nombres, desde el más académico “hiperreflexión de tarea” hasta los más atados a su origen: el dilema, síndrome o efecto del ciempiés. Y es por eso que este animal, que a pesar de su denominación nunca tuvo 100 pares de patas, sino siempre un número impar, se pasea por las cabezas de quienes se dedican a explorar cómo funciona la mente.
El filósofo Karl Popper se refirió al efecto ciempiés en las Conferencias Kenan, que pronunció en la Universidad Emory en 1969, en las que se basó el libro El conocimiento y el problema cuerpo-mente. Para ilustrarlo, contó lo que le ocurrió al director de orquesta y violinista Adolf Busch cuando el también violinista Bronislaw Huberman le preguntó cómo tocaba cierto pasaje del concierto para violín de Beethoven.
Busch, fundador de un legendario cuarteto que llevaba su nombre, cuyas grabaciones de Los últimos cuartetos de cuerda de Beethoven fueron veneradas, le respondió a Huberman que era muy simple. Pero, cuando trató de mostrarle cómo hacerlo, descubrió que ya no podía tocar el pasaje.
No le des tantas vueltas
La ley de Humphrey afectó incluso la investigación en diversos campos de estudio, como el de la interacción humana. Al intentar analizar algo que hacemos de forma tan natural, como el arte de llevarse bien con los demás, los investigadores se toparon con esa dificultad de que apenas pensás demasiado en algo, se enreda.
Tratá de desglosar actos como tener una conversación cotidiana, saludar, reunirse con otros o coquetear y entenderás cuán complicado les es hacer generalizaciones. Esto también le ocurrió a quienes estudiaron en los humanos lo que hacía el ciempiés antes de que lo interrumpiera el sapo: caminar. Lo comprobó el historiador y sociólogo de la ciencia Andreas Mayer, tras analizar más de un siglo de investigaciones sobre la locomoción humana para su libro La ciencia de caminar.
“Esta actividad mundana demostró ser notablemente recalcitrante a ser transformada en un objeto científico”, escribió en la conclusión aptamente titulada El dilema del ciempiés.
Pero, cuando se trató de hacer, no estudiar, una actividad, los deportistas son quizás los que más le temieron a este dilema. En ese mundo se lo conoció como los yips y varios profesionales sufrieron sus efectos.
En béisbol, por ejemplo, lo llamaron el “síndrome de Steve Sax”, por un jugador que inexplicablemente no pudo realizar la rutina de lanzar a primera base en 1983 y cometió 30 errores esta temporada. También como la “enfermedad de Steve Blass”, por otro caso similar. En esos casos, las consecuencias son serias y requieren ayuda profesional.
Sin embargo, a la mayoría de nosotros nos ocurre solo cuando alguien nos pide una clave que digitamos sin problemas a menudo, o al tratar de escribir el nombre de alguien que conocés desde hace años, por ejemplo. Y a todos nos puede pasar: no es sino que te pregunten cómo hacés eso que hacés tan bien sin pensarlo para que te vuelvas un ocho.
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