Según los especialistas, lo que importa es ser feliz, no convencionalmente perfecto; las razones para disfrutar de una vida plena sin necesidad de lujos, como lo hizo Andrés Greene
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Cuando Andrew Greene llegó a la Universidad de Cornell en Ithaca, Nueva York, una de las 8 más prestigiosas de Estados Unidos, sintió una profunda expectativa de sobresalir. Conocida por su excelencia, sus exalumnos abultan las listas de los grandes triunfadores en todos los campos.
“La ambición es algo que normalmente está arraigado en muchas personas en esas universidades de nivel superior”, dice Andrew. “Cornell es un lugar que amo absolutamente, pero decir que no es competitivo también sería una verdad a medias”. Y esta expectativa de excelencia no se limitaba a lo académico.
Andrew sintió que la presión por ser perfecto también impregnaba a muchos de los clubes y sociedades de Cornell. Anhelaba unirse a una de las grandes tradiciones musicales de las universidades estadounidenses: la música a capella, aquella que se hace sin instrumentos, utilizando solamente la voz humana.
En ese aspecto, como en muchos otros, Cornell es tan excepcional que inspiró en parte la exitosa película “Pitch Perfect” (“Notas perfectas” en México, “Ritmo perfecto” y “Tono Perfecto” en el resto de Hispanoamérica y “Dando La Nota” en España). Pero aunque le entusiasmaba la música, eso no se traducía en talento. “La escena a capella en Cornell es competitiva”, afirma. “Sabía que nunca iba a formar parte de ninguno de estos grupos a capella, así que comencé a jugar con la idea de crear uno distinto”. Y se le ocurrió el nombre perfecto: Mediocre Melodies o Melodías Mediocres, en español.
Cuando se lo mencionó a sus amigos, hubo un gran interés. Fundó el club y se presentaron 30 personas. Decidieron que convencerían a la gente de que apoyaran a su mediocre grupo, contándole que donarían todas sus ganancias a organizaciones benéficas locales, y adoptaron el lema “malos cantantes por una buena causa”.
Pero el proyecto encontró resistencia. Cuando se reunió con alguien influyente en el mundo a capella, ella se burló de la idea, y le dijo que no ganarían suficiente dinero ni para cubrir gastos, mucho menos para hacer donaciones. “Regresé y le dije al grupo: ‘Estamos jodidos’”, recuerda Andrew.
No obstante, esos cantantes no tan buenos llegarían a tener un gran impacto, no por esforzarse por alcanzar la perfección, sino por aceptar ser del promedio. Su ejemplo recordó que el perfeccionismo tiene sus riesgos, que hay beneficios potenciales en no sobresalir y que sentirse cómodo siendo común y corriente puede ser una fuente de felicidad.
Qué tiene de malo no ser tan bueno
“¿Por qué tenemos que ser excepcionales para salir adelante?”, pregunta el doctor Thomas Curran, autor de “La trampa de perfección: abrazando el poder de lo suficientemente bueno” y profesor del London School of Economics (LSE). “¿Por qué ser alguien ‘promedio’, se ha convertido en una mala palabra?”, insiste.
Curran ha estudiado una gran cantidad de datos sobre estudiantes universitarios y el perfeccionismo desde 1989 y ha encontrado un aumento del 40% en lo que se llama perfeccionismo prescrito socialmente. “El perfeccionismo prescrito socialmente nos hace estar muy atentos a cómo nos desempeñamos en relación con otras personas”, explica.
Generalmente, no vemos el perfeccionismo como un defecto, más bien creemos que lo necesitamos para tener éxito. “En realidad, cuando miras los datos” -afirma- “descubres que el perfeccionismo no tiene absolutamente ninguna correlación con el éxito”. De hecho, puede tener varias desventajas: “evitar, reprimir, procrastinar”.
Podemos tener tanto miedo de parecer menos que perfectos que no lo intentamos. El perfeccionismo no es “el secreto del éxito con el que a menudo lo confundimos”, declara Curran. Y no sólo nos hace ineficientes. “El perfeccionismo prescrito socialmente puede tener impactos profundos en nuestra salud mental”, afirma el experto. Las investigaciones han demostrado que el perfeccionismo está relacionado con mayores niveles de depresión, ansiedad y agotamiento.
Esfuerzo constante
Esa resistencia a ser promedio, que Andrew enfrentó cuando creó su grupo a capella, también se ve en todo el mundo empresarial. Los empleadores suelen afirmar que no aceptarán “nada menos que la perfección” de su equipo, o que “sólo los mejores servirán”. Suena bien en el papel, pero ignora el hecho de que mejorar en algunas cosas implica cometer errores, y si estamos tan concentrados en la perfección, que nuestra mente se arriesga a perder la capacidad de diversión y creatividad.
“Si estás obsesionado con la búsqueda de lo que percibes como la perfección, eso tiene un gran inconveniente”, dice la doctora Leonaura Rhodes, una mentora personal que originalmente se formó en neurociencia. Los perfeccionistas obtienen una gran cantidad de dopamina cuando se desempeñan bien, pero obtener esos picos de dopamina de una fuente hace que sea muy difícil obtenerla de otras, explica.
Tu cerebro solo liberará dopamina cuando alcances un nivel excepcional, por lo que si quieres esa sustancia química que te hace sentir bien, debes seguir mejorando ese nivel. “Le roba a la gente la capacidad de estar presente, ser feliz y sentirse en paz”, asegura. “Se vuelve simplemente un esfuerzo constante”.
En contraste, cuando intentas cosas nuevas y no esperas ser bueno en ellas, la novedad puede tener una influencia positiva en la salud del cerebro. “Cuando aprendemos algo nuevo, nuestro cerebro tiene esta increíble capacidad de formar conexiones neuronales y esto se llama neuroplasticidad”, explica Rhodes.
Si solo hacemos las mismas cosas todos los días, tendremos muy poca neuroplasticidad, y eso no es bueno para nosotros, especialmente a medida que envejecemos. Dedicar tiempo a aprender cosas nuevas y hacer cosas en las que no serás el mejor es una gran inversión en la salud de tu cerebro en el futuro.
Alegría
Curran propone como estrategia para abordar el perfeccionismo la “aceptación radical”. “La aceptación radical es realmente aceptar que existen límites a las cosas que podemos controlar”, explica. Utiliza la analogía de un velero. En los días que hace viento, puedes viajar durante horas. En otros, simplemente te quedas ahí flotando. Y en algunos, zarpas en una dirección pero te desvías del rumbo.
Como dice el viejo refrán, lo que importa no es el destino, sino el viaje. “El viaje significa esforzarnos; el viaje significa ser valiente, ser vulnerable, y eso está bien”, afirma. Andrew Greene fue valiente. No desistió en su intento de montar un grupo a capella mediocre cuando encontró oposición. Motivado, organizó un primer concierto para demostrarle a los escépticos que estaban equivocados.
Más de 300 personas acudieron a escucharlo, y cuando el grupo cantó su primera canción, “Fat Bottom Girls” de Queen, fue recibido con un entusiasta aplauso. Mediocre Melodies se convirtió rápidamente en una institución en Cornell. Maggie Meister es la primera mujer presidenta del grupo. Para ella, aceptar ser mediocre en su canto ha sido transformador: “Nadie trata de esforzarse por alcanzar esa perfección y es un ambiente muy edificante en el que siento que puedo ser mi verdadero yo”.
Centrarse no en la perfección sino en la camaradería y la diversión le ha permitido a los miembros del grupo expresarse libremente. No están limitados por el perfeccionismo prescrito socialmente: simplemente quieren alegría. Al fin y al cabo, la tragedia en la vida no es fracasar, la tragedia es no vivir.
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